¡Ay Dios mío cómo está el mundo!, sobre todo para viajar en avión, los controles de seguridad en los aeropuertos se han puesto de tal manera que necesitas ir varias horas antes, además de perder la intimidad. Allí todo es diferente, cualquier persona puede ser terrorista mientras no demuestre lo contrario. Hay que tener ganas de meterse en un viaje transoceánico si no es por necesidad, negocios o ver cosas nuevas, esto último es lo que nos ha llevado a Manolo Torroba, Cecilio Castillo y a mí a visitar un grupo de islas indonesias situadas en el hemisferio sur.
La llegada al Ondina, nuestro barco, nos llevó tres días de peregrinaje por aeropuertos, malas comidas en los aviones, estancia en un hotel perdido en aquel laberinto de islas y una solanera de espanto en Labuan Bajo. La recompensa a nuestras tribulaciones no era insignificante, estábamos en el Parque Nacional de Komodo, cuyo centro es el estrecho de Sape que separa las islas Sumbawa y Flores y está considerado por la UNESCO Reserva de la Biosfera y Patrimonio de la Humanidad. Además de la isla que le da nombre pertenecen a él Padar, Rinja, Motong y las aguas circundantes, casi 2000 km2.
Sin lugar a dudas el animal más emblemático de este lugar es el Dragón de Komodo, un reptil de gran envergadura descrito por primera vez en 1912, del que se supone existen unos 6000 ejemplares. Los vimos en un recorrido terrestre por Rinja y en una pequeña playa solitaria al sur, frente a Nusakode, donde convivían, manteniendo las distancias, con monos y jabalíes; por el aire las águilas pescadoras oteaban la superficie buscando peces o despojos tirados por la borda. Cuentan los del Ondina el caso de unas buceadoras que llegaron a esta playa después de una inmersión, nada más pisar tierra fueron perseguidas por los dragones, presas de pánico se lanzaron de inmediato al agua volando sobre la superficie hacia las barcas.
Estos varanos pueden alcanzar los 3 m y un peso de 100 Kg. Frecuentemente lanzan al aire una lengua bífida muy larga. Les gusta la carroña y los animales vivos. No le hacen ascos ni a sus crías, que ante el panorama huyen a los árboles o se esconden en sus nidos. Tienen una saliva cargada de bacterias muy virulentas y unas glándulas venenosas en la mandíbula inferior. Emanan mucha agresividad cuando comen: muerden, cabecean, desgarran, se ponen pringando de todo tipo de fluidos y se pelean por los mejores trozos. Impresiona verlos con la cabeza levantada, los ojos brillantes, el cuello hinchado, sus venas turgentes, la boca manchada de sangre y la saliva rojiza goteando por los labios. De una vez pueden comer un peso equivalente al 80% de su cuerpo, luego regurgitan lo inservible. Son capaces de nadar y desplazarse entre las islas. Llegan hasta los 50 años, se aparean entre julio y agosto, ponen los huevos en nidos -como montículos de tierra- en septiembre, siete meses más tarde nacen las crías. Las hembras tienen capacidad de puestas fértiles sin apareamiento. Es un animal vulnerable, está en la lista roja de especies amenazadas, por este motivo se han creado reservas en Flores y hay ejemplares llevados a otros lugares del mundo, entre ellos las Islas Canarias donde han nacido crías en cautividad.
Al menos en su parte norte las islas del Parque Nacional de Komodo son muy secas, con escasa vegetación. Esto no les resta belleza y los atardeceres son de los mejores que he visto.
Otra riqueza es el mundo submarino, la intensidad de las corrientes entre los islotes favorece los avistamiento de pelágicos, las más intensas han sido en Batu Bolong, Tatawa Beser, Manta Alley y German Flag, unas veces teníamos que zigzaguear ante la roca para no coger las corrientes laterales, otras nos dejamos llevar en travelling y en el caso de German Flag el mar de fondo nos zarandeaba sin compasión, pero llegamos a cogerle el punto mientras nos deleitábamos con el baile de las mantas gigantes. En estas zonas es donde hay más vida, allí se masca la tragedia: tiburones grises, puntas blancas y grandes carángidos persiguen a otros peces que huyen despavoridos cuando ven sus siluetas. También se aprovechan de esta situación los corales blandos, las estrellas cestas y las plumas de mar que se orientan para atrapar a sus víctimas arrastradas por el flujo de agua.
El catálogo de especies marinas es interminable, algunas con formas y colores increíbles, como la de los crinoideos que tan fácilmente se me pegaban al traje de buceo, motivo de mofa entre mis compañeros. Una tarde en Boulder, tuvimos la suerte de dar con un pulpo de anillos azules, el animal de pequeño tamaño hizo todo tipo de movimientos y cambios de color de una belleza extraordinaria. Es una especie peligrosa pues tiene en la saliva una tetrodotoxina producida por una bacteria, la que al parecer también da el color a los anillos. El veneno lo inocula con los mordiscos, produciendo parálisis de los músculos voluntarios.
Siempre hay recuerdos imborrables en los viajes, los buceos nocturnos han sido uno de ellos. En Tablao Flamenco aunque el fondo no era de gran belleza, la luz de nuestros focos sacaban lo mejor de aquel lugar: crustáceos rarísimos, gusanos aún más, pequeñas sepias, equinodermos y nudibranquios hicieron las delicias de nuestras cámaras. Al salir hacía frío y llovía torrencialmente, las gotas nos ametrallaban la cara mientras íbamos a toda velocidad rumbo al Ondina; en fin una situación de locura. Otra noche nos tiramos en Casa Arrecife Ángel Island, nuestro personaje fue un cangrejo con una medusa al revés sobre el caparazón, el pobre iba a la deriva aturdido por los focos de Manolo y los disparos de mi flash.
Bajo el agua, en la oscuridad de la noche, envuelto en tu halo luminoso, ensimismado con las curiosidades del mundo submarino, resulta inquietante cuando vienen hacia ti otro grupo de buceadores con sus focos, parece como si se acercara una extraña nave espacial.
La inmersión más curiosa fue en Sangeang, las burbujas del volcán, saliendo entre las piedras, formaban columnas hasta la superficie. En una gorgonia avistamos varios caballitos pigmeos mimetizados con sus tubérculos en forma de pólipos, también vimos nudibranquios de formas y colores extraños, pero lo que nos causó más admiración fue un grupo de anémonas de un color naranja fosforescente entre cuyos tentáculos se desenvolvían varios peces payasos. Este tipo de bioluminiscencia nos era desconocida. Hundiendo las manos en la arena, notamos el calor del interior de la tierra, aquello está vivo, prueba de ello es el reciente terremoto con tsunami incluido y la erupción del Merapi en una zona relativamente cerca.
Sin lugar a dudas Indonesia es un gran país, tiene una naturaleza dura, envidiable y unos fondos marinos de los mejores del mundo para el buceo, siempre se ven cosas nuevas, será difícil no volver.