Es el eterno debate. Titular a cinco columnas en cualquier medio de comunicación con el que se pone en evidencia la actuación delictiva de un agente cuya función es precisamente la contraria, perseguir el delito.
Tras la publicación surgen los comentarios del tipo: “Esto mancha la imagen del Cuerpo”. Conclusión ciertamente proteccionista que termina sirviendo para tapar las actuaciones de quienes, al margen de la condena dictada por los tribunales, deberían ser repudiados por la cúpula de mando haciendo uso de la vía interna.
Es intolerable, moralmente reprochable para la sociedad en general y para el Cuerpo al que pertenece en particular, que un agente sea condenado por la comisión de un delito y siga trabajando en su puesto. Más aún lo es cuando el efectivo en cuestión asume por propia conformidad que es un delincuente y termina evitando el enfrentarse a un juicio para aprovecharse así de los acuerdos victoriosos que, cual zoco de Castillejos, estamos acostumbrados a ver en las sedes judiciales. Acuerdos legales que, no obstante, causan un rechazo en una ciudadanía que asiste atónita a la lectura de condenas de 3 años a pequeños traficantes de hachís mientras que otros, integrantes de bandas a gran escala que mueven semirrígidas cargadas de toneladas, terminan yéndose de rositas beneficiándose de reducciones acordadas entre las partes con tal de sellar conformidades.
Quien mancha la imagen de un Cuerpo no es la prensa que publica condenas porque guardias civiles hayan puesto la mano en la frontera para llevarse pequeños cobros de los más pobres que pasan por el Tarajal. Tampoco la que publica que un policía local estafa a un hombre al que promete papeles aprovechándose de su posición o termina fingiendo una baja para no acudir al trabajo y dedicarse así, arma en mano, a sembrar el pánico en el Poblado. Menos la que publica que un nacional se pasa de copas y termina protagonizando una noche demasiado loca. Quienes manchan la imagen de esos Cuerpos son ya no solo unos agentes que no demuestran estar preparados para el puesto que representan ni saben respetar a sus compañeros que se sienten avergonzados por estas prácticas, sino el propio sistema incapaz de endurecer el régimen interno hasta el punto de evitar que quienes han perdido socialmente todo el respeto quieran dar lecciones de legalidad al resto siendo mantenidos en sus puestos de trabajo como si nada.