La semana pasada los representantes de la Diócesis de Cádiz y Ceuta tuvieron el detalle de visitar las obras de la iglesia de San Francisco, haciendo declaraciones ante las cámaras de televisión, y puntualizadas en este periódico el pasado 2 de julio. Esto sí que es un verdadero avance en todos los sentidos de la palabra, un éxito, con independencia de la contribución o no del cuarto poder. Para nuestra sorpresa y displicencia, esa visita, para nosotros inesperada y no programada, parece que no fue invitado ningún responsable de la Comunidad Agustina, actuales regentes pastorales de la iglesia franciscana. ¿Por qué? Otra pregunta más que algún día alguien debería contestar.
De todos modos, después de estas declaraciones, que apuntan el mes de noviembre como fecha de terminación de las obras, sólo nos queda una actitud, de respeto y agradecimiento por la implicación de la Diócesis sobre algunos interrogantes de las obras de San Francisco y su posible futuro compromiso en la finalización de las mismas.
Ahora más que nunca, a los feligreses de San Francisco nos toca esperar, esta vez con esperanza, pero nunca de forma pasiva, tenemos que agudizar la retina, afinar los oídos, y guardar la pluma permanentemente humedecida para que nunca se nos seque su tinta negra. Ahora solo podemos tener una actitud preventiva, nunca fiscalizadora, pero sí de vigilancia permanente de los futuros acontecimientos que van a ser vividos en nuestra iglesia desde el presente continuo. Todo ello sin olvidar a Santo Tomás, pues es el patrono de los jueces, de los constructores y arquitectos, y también de los teólogos, justo todo lo que necesitamos para finalizar las obras de San Francisco.
Los creyentes recordamos siempre al apóstol Santo Tomás como "el incrédulo", por su famosa duda acerca de Jesús resucitado y su admirable profesión de fe cuando vio a Cristo glorioso. Sin embargo, si sólo contemplamos esta actitud puntual fuera de su contexto, somos injustos con él. Tomás tuvo dos comportamientos antagónicos que no todo el mundo conoce. El primero, su incredulidad, justificada por la actitud pesimista, que por naturaleza o adquirida por la experiencia, tienen muchos seres humanos. No cabe la menor duda de que amaba a Jesús, y nosotros a nuestra iglesia, y se sentía muy apesadumbrado por su pasión y muerte, como nosotros por su cierre permanente. Se aisló porque quería sufrir a solas su inmensa pena por la muerte de su maestro, retirándose del grupo. La patrología nos cuenta que cuando Jesús se apareció la primera vez, Tomás no estaba con los demás apóstoles. Y cuando los otros le contaron que el Señor había resucitado, aquella noticia le pareció demasiado hermosa para que fuera cierta. Los feligreses de San Francisco hemos atravesado por momentos parecidos a Tomás, durante años apartados, sin respuestas, y con pesadumbre por las interminables obras de la iglesia, y cuando recibimos una posible buena nueva, es una noticia tan optimista que nos puede parecer increíble. Tomás cometió sin duda un error al apartarse del grupo, como nosotros los feligreses, que nos hemos alejado físicamente de nuestra iglesia, lo que nos ha ocasionado pesimismo y dudas hacia algunos responsables de la Diócesis.
Tenemos que reflexionar sobre la doble actitud de Santo Tomas, primero por su duda al querer hundir sus dedos en la herida de Cristo para creer en su resurrección. Esta primera actitud demuestra un gran amor oculto, que no fue comprendido por los otros apóstoles que si vieron al Señor. De alguna forma la duda de Tomás nacía de su miedo a perder a Jesús. Los feligreses de San Francisco tampoco queremos que Jesús abandone nuestra iglesia, el significado de la duda ante las nuevas noticias no siempre es sinónimos de desconfianza. El verdadero valor de la duda prende cuando nos sentimos llenos de temores por los errores anclados en la conciencia de nuestro pasado, y por ello, necesitamos arriesgarnos a hacer lo que hemos hecho. Y lo más importante es que la pregunta de la duda humana obtuvo una de las respuestas más maravillosas del Hijo de Dios. Los feligreses de San Francisco hemos esperado durante mucho tiempo una respuesta similar a aquella importantísima afirmación que hizo Jesús, probablemente la más notable de toda su vida. Ningún feligrés franciscano, y por ende de la Iglesia católica, debe avergonzarse de preguntar y buscar respuestas acerca de aquello que no entiende, porque solo hay una verdad sorprendente y bendita, y aquel que la busca, la encuentra siempre.
Por tanto, lo que parece un defecto de Tomás, quizás en el fondo pudiera ser una virtud mal entendida: se negaba a creer más allá de lo que veían sus ojos, «ver para creer». El como nosotros, no apagamos nuestras dudas olvidándonos del tema, y nunca vamos a “recitar el credo como un papagayo”. El quería estar seguro de su fe, y nosotros de la nuestra. Los feligreses de San Francisco, a veces nos sentimos, o nos hemos sentido como Tomás.
Pero Tomás tenía otra virtud más importante que su “incredulidad”, y era su “perseverancia ante los hechos consumados”, pues cuando se convencía de sus creencias las seguía hasta el final, con todas sus consecuencias. Por eso se fue a propagar el evangelio, hasta morir martirizado por proclamar su fe en Jesucristo resucitado. En ese aspecto, nuestra actitud es muy similar, porque una vez convencidos de algo, somos imparables, lo damos todo por nuestra iglesia, y a los hechos me remito.
Tomás, fue el único que dijo a los demás: «Vayamos también nosotros y muramos con Él» (Jn. 11,16), demostrando su admirable valor. Los feligreses de San Francisco, al igual que Tomás, queremos pasar de una «desesperación leal», a una «fe esperanzada». Ambos estamos seguros de que suceda lo que suceda, por grave y terrible que sea, nunca abandonaremos a Jesús, ni a nuestra iglesia franciscana. El verdadero valor se demuestra cuando tenemos temores de que puede suceder lo peor, y por ello hay que arriesgarse a hacer lo imposible para que no ocurra. Nadie tiene porque sentirse avergonzado de tener miedo y dudas, pero lo que sí nos debe avergonzar siempre es que a causa de la inercia, o del «temor ante la autoridad», o por miedo «al qué dirán», dejemos de hacer lo que la conciencia nos dicta que es nuestra obligación, defender a nuestra iglesia, y que Santo Tomás nos sirva siempre de ejemplo.
A partir de ahora, podemos elegir dos actitudes antagónicas, con connotaciones muy distintas, la pasiva marcada por la confianza absoluta en lo prometido, o una actitud activa, sin desafíos ni incredulidades absolutas, pero si con un compromiso contemplativo de permanente acompañamiento a las autoridades responsables de la finalización de las obras. Pongamos un ejemplo simple: Si un foráneo paseando por la plaza de África pregunta a un sacerdote: ¿Dónde queda la iglesia de San Francisco? Puede decirle con buena voluntad: Camine por la Gran Vía hasta llegar al edificio Trujillo, tome entonces la calle Camoens, subiendo encontrará usted la iglesia franciscana. Es probable que esa persona pueda llegar con sus indicaciones, o quizás no, y distraído con el paisaje y el paisanaje del lugar termine en la Parroquia del Valle. Pero si en vez de sólo indicarle, le dice: "Sígame, que yo le acompaño", entonces llegará sin posibilidad de error. Los feligreses de San Francisco pedimos lo mismo, que nuestras autoridades eclesiásticas nos muestren y nos acompañen en ese camino común que nos debe llevar al fin de las obras y abrir todos juntos las nuevas puertas de la iglesia. Es lo que hizo Jesús: No sólo nos indicó cual era el camino para llegar a las puertas del cielo, sino que nos dijo: Yo voy para allá, síganme, «yo soy el camino, la verdad y la vida», quien cree en mí seguro que llegará.
Es decir, para que nadie se equivoque en esta ruta, aparentemente fácil, que nos lleva desde la plaza de África a las puertas de San Francisco, lo mejor será estar al lado de Jesús, y si es posible, ir de su mano, seguir sus indicaciones y obedeced sus mandamientos (incluido el 8º). Este será ahora nuestro único objetivo, seguir su CAMINO, que con la VERDAD por delante, subrogada o no por la sombra de la duda de Tomas, nos puede llevar a las puertas del cielo y a la VIDA eterna.