Categorías: Opinión

La humanidad papal

Jorge Mario Bergoglio levanta pasiones, tanto fuera como dentro de la Iglesia, y es precisamente en esos ambientes pasionales donde también recibe más hostilidades. Multitud de resentidos esperan, acechando pacientemente, que cometa un error, para de un mismo plumazo, arremeter al mismo tiempo contra él y contra millones de católicos.

Su personalidad, argentina por los cuatro costados, le transfiere un halo de mundanidad y una fácil verborrea que le diferencian claramente de sus antecesores. Son estas, y otras características, las que nos recuerdan que Jorge Bergoglio, Francisco,  es un ser humano, y como tal, está sujeto a todas las calamidades que nos puedan suceder. Francisco tendrá sus días buenos y malos, su genio, su humor y su cansancio. Cometerá errores; cuanta más tarea, más posibilidad de equivocación. Por eso, no debería extrañar a nadie que algunas de sus declaraciones sean, a priori, asonantes con la doctrina de la Iglesia.
La declaración, a cuenta de los recientes asesinatos de París, realizada en el avión que lo trasladaba de Sri Lanka a Filipinas, en la que afirmaba: "Si insultan a mi mamá, pueden esperarse un puñetazo. ¡Es normal!". Pertenece a su pensar, y se encuentra en un contexto que se ha omitido.
Esa afirmación no es una sentencia, ni mucho menos representa a la Iglesia. La infalibilidad papal es un dogma de fe desde 1870,  que solo ocurre cuando se habla “ex cathedra”, y esta ocasión no ha sido una de ellas.
Pero lo que ha dicho no es ninguna tontería. No debemos equivocar el mensaje cristiano de poner la otra mejilla, perdonar hasta el infinito, o entregar la vida por otros. La otra mejilla se pone como signo de olvido, de perdón, no para que vuelvan a humillarnos. El perdón hasta el infinito no significa dejarse machacar. Y dar la vida por los demás es el máximo valor que podemos dar a nuestras vidas como cristianos pero, una cosa es darla por los demás y otra despreciarla y perderla.
Para el catolicismo existen causas de violencia justas, como es el caso de la legítima defensa. Desde Santo Tomás de Aquino a nuestros días es un asunto muy controvertido. La última declaración pública se hizo en la encíclica escrita después de la crisis de los misiles cubanos,  “Pacem in terris” de Juan XXIII, dirigida no solo a los católicos, sino a “todos los hombres de buena voluntad”, en la que se afirma que, en nuestros días “resulta un absurdo sostener que la guerra es un medio apto para resarcir el derecho violado”. Hasta la fecha ningún otro Papa le ha contradicho.
El que el Papa vea normal que se ejerza violencia física para castigar  una ofensa, no quiere decir que sea bueno, ni que lo comparta. Solo nos muestra nuestra condición de humanos. La doctrina de la Iglesia nunca ha planteado la legitimidad de la represalia física a una ofensa verbal, el Papa tampoco.

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