La gran farsa de la inmigración se ha perpetrado sin prisas, lentamente, pero, eso sí, sin pausas –repitámoslo una vez más–, por políticos de derecha e izquierda, por sindicalistas, por ONGs, por elementos varios de la Iglesia, por sociólogos, antropólogos, por tontos del culo que pasaban por allí, y, en fin, por no pocos ingenuos. A propósito de ingenuos, ¿sabe el amable lector que la ingenuidad ha sido definida como esa ‘nefasta’ cualidad de la especie humana? Ponga su atención, amable lector, en la palabra nefasta. Bueno, pues en esas estamos. Todos los citados anteriormente, quizá falte algún espécimen –lo puede añadir el amable lector, si ello le place–, han obviado el daño que esta inmigración desaforada ha causado, y seguirá causando, a nuestro maltratado país con la estúpida esperanza de que ignorándola desaparecería el problema. Ese manojo de insensatos acomplejados ha hecho posible que España se haya convertido en la tierra de promisión de todos aquellos que quisieran poner en práctica sus aviesas intenciones en nuestro país.
Pero cierto es que aquél que se deja robar impunemente es tan culpable como el que está dispuesto a robar. Que trasladado a nuestro propósito quiere decir que la estúpida y aborregada sociedad civil española es tan culpable como los bribones citados más arriba. El ciudadano sabía –y sabe– que le estaban engañando y no tuvo el coraje de rebelarse, de protestar, de chillar, todo lo contrario, bajó la jodida cabeza y se entregó como un corderito a esa patulea. Así, este gobierno socialista es el que “subvenciona, mantiene y protege” esta inmigración, concediendo derechos a ciertos grupos de inmigrantes, derechos que se les niega a los propios españoles.
Un aspecto singular de esta inmigración es la inmigración árabo-islámica, que ha ido asentándose legal o ilegalmente tanto en España como en el resto de Europa, mientras los políticos de turno miraban los pajaritos de colores. Se ha dicho hasta la saciedad que estas personas que vienen de países islámicos poseen un código moral, religioso, ético y social que hace que su integración en el tejido social de los países occidentales sea, en verdad, muy difícil. Les viene grande el ejercicio responsable de la libertad que se estila en esta parte del mundo. Ése es el motivo por el que la inmensa mayoría de esos árabo-islámicos se refugian en los barrios-guetos, que lentamente se van llenando de foráneos, y cuyos habitantes autóctonos van trasladándose a otras zonas de la ciudad para huir del comportamiento de los recién llegados.
Un caso paradigmático de la inmigración árabo-islámica en España es el caso de Cataluña. En esta Comunidad hay entre empadronados y no empadronados, legales e ilegales y ‘mediopensionistas’ alrededor de 1.350.000 inmigrantes, de los cuales podrían ser más de 350.000 los árabo-islámicos. De hecho, Cataluña con casi el 14% de la población de España, recibe el 23% del total de inmigración, –según ID–.
A este respecto, el expresidente Pujol dio prioridad al contingente magrebí –a pesar de las advertencias que hizo su mujer, Marta Ferrusola, sobre los riesgos de una inmigración masiva de islámicos– en detrimento de los contingentes del Este de Europa y de Latinoamérica. El ingenuo Pujol creyó –ignorando la zanja cultural, religiosa y antropológica que separa a los islámicos de los catalanes– que sería suficiente que los magrebíes aprendieran el idioma, el catalán, para que se integraran sin problemas. Repito, qué ingenuo. Todos los que le han sucedido en la Generalitat –Maragall y Montilla– han sido incapaces de desprenderse de ese fanatismo nacionalista de Pujol. Así les va en Cataluña, claro. Como consecuencia de ello van surgiendo lentamente barrios islamizados, tales como el de Sants, el del Rabal, el de la Ribera y el Barrio de Poble Sec (según ID). Llegados a este punto, surge, cómo no, el uso del ‘burka’ y del ‘niqab’ en los espacios públicos. Así, en no pocos municipios catalanes se han opuesto a que las mujeres vistan estas prendas en los espacios controlados por sus Ayuntamientos. Estas indumentarias son desde todo punto de vista rechazadas, no sólo por la sociedad catalana, sino por el resto de la española, y por la europea. Entendemos que son prendas que atentan contra la dignidad de las personas, de las mujeres. Para los occidentales resulta inconcebible que una mujer deba taparse de pies a cabeza ya sea por motivos religiosos, ya sea por machismo puro y duro. Esto lo tienen que aprender los árabo-islámicos que llegan a España y a Europa, caso contrario estarán conculcando los derechos individuales de las personas.
A este respecto, la Asociación Watani para la Libertad y la Justicia y la Asociación Islámica de Lérida y provincia han presentado alegaciones contra la norma municipal, pues entienden que la prohibición vulnera la Constitución y los Derechos Humanos. Incluso el cónsul de Pakistán ha elevado su voz contra esta medida, alegando que son pocas las mujeres que visten estas prendas. Tiene guasa que estos colectivos aludan a la Constitución y a los Derechos Humanos, viniendo de países en donde se los pisotea. En verdad, en boca de estos individuos los Derechos Humanos se prostituyen. Como colofón a todo esto, el periodista José María Marco, de ABC, escribe que el socialista Di Rupo, ganador de las elecciones belgas, recibió una carta de amenaza por su condición de homosexual. El texto empieza con la invocación del nombre de Alá y especifica que “un homosexual no puede convertirse en primer ministro de una futura nación musulmana como Bélgica”. Y aquí lo dejo a su consideración, amable lector. Ahora es su turno. Recapacite sobre lo de la “futura nación musulmana”.