Es triste comprobar que cada vez que Ceuta aparece en titulares nacionales lo hace, generalmente, por algún hecho luctuoso. Nada de sus paisajes, de sus gentes, de sus fondos marinos, de su gastronomía, de eso no se habla nada. Y es que la información es negocio, y por eso no importa la realidad, prevalece más lo vendible que la verdadera situación de Ceuta.
En los últimos días Ceuta ha vuelto a generar titulares nacionales por dos tristes acontecimientos, uno relacionado con los sucesos acontecidos en el Poblado Marinero protagonizados por un funcionario del Ministerio del Interior, y otro por la detención de alguien que tuvo el honor y el privilegio de ser concejal de esta hermosa ciudad 20 años atrás.
Esta sociedad está en crisis, no solo en crisis económica, también de valores. El relativismo campa a sus anchas habiendo encontrado campo abonado en la incultura reinante, y por eso hemos pasado del “nada vale” al “todo vale” sin tener un término medio. Entre todos hemos permitido que se olvide el concepto de función modélica, y lo hemos hecho pese a vivir en sociedad, prevaleciendo el hedonismo egoísta que ignora lo que somos ante la sociedad. Es frecuente oír cuestiones como “¿A quién le importa lo que yo hago?”, y es cierto, siempre y cuando no perturbe a los demás, mucho más cuando puede afectar a la formación y a la imagen grupal que puedan llevarse terceras personas.
El daño que han causado estos titulares a la imagen de Ceuta, del CNP, y a los demonizados políticos es fatigosamente reparable. Da igual que la práctica totalidad de los miembros del CNP sean personas ejemplares, da igual que existan políticos honestos y cabales. No importa mucho de lo bueno que durante estos días ha ofrecido Ceuta al resto de España, lo que queda es el desaguisado.
Hemos olvidado que todos tenemos una función modélica en la sociedad, no sólo ante los más cercanos, sino también ante aquellos que no saben nada de nosotros. Y es que cargar con una responsabilidad pesa mucho, todo queremos dejarlo en manos de “papá estado” de sus escuelas y de sus maltratados docentes, cuando para ser libre la primera condición necesaria es asumir responsabilidades.
Vivimos en una sociedad mucho más exigente con los demás que consigo misma. Demandamos de la Iglesia gestos de caridad que no tenemos individualmente, solicitamos Es triste comprobar que cada vez que Ceuta aparece en titulares nacionales lo hace, generalmente, por algún hecho luctuoso. Nada de sus paisajes, de sus gentes, de sus fondos marinos, de su gastronomía, de eso no se habla nada. Y es que la información es negocio, y por eso no importa la realidad, prevalece más lo vendible que la verdadera situación de Ceuta.
En los últimos días Ceuta ha vuelto a generar titulares nacionales por dos tristes acontecimientos, uno relacionado con los sucesos acontecidos en el Poblado Marinero protagonizados por un funcionario del Ministerio del Interior, y otro por la detención de alguien que tuvo el honor y el privilegio de ser concejal de esta hermosa ciudad 20 años atrás.
Esta sociedad está en crisis, no solo en crisis económica, también de valores. El relativismo campa a sus anchas habiendo encontrado campo abonado en la incultura reinante, y por eso hemos pasado del “nada vale” al “todo vale” sin tener un término medio. Entre todos hemos permitido que se olvide el concepto de función modélica, y lo hemos hecho pese a vivir en sociedad, prevaleciendo el hedonismo egoísta que ignora lo que somos ante la sociedad. Es frecuente oír cuestiones como “¿A quién le importa lo que yo hago?”, y es cierto, siempre y cuando no perturbe a los demás, mucho más cuando puede afectar a la formación y a la imagen grupal que puedan llevarse terceras personas.
El daño que han causado estos titulares a la imagen de Ceuta, del CNP, y a los demonizados políticos es fatigosamente reparable. Da igual que la práctica totalidad de los miembros del CNP sean personas ejemplares, da igual que existan políticos honestos y cabales. No importa mucho de lo bueno que durante estos días ha ofrecido Ceuta al resto de España, lo que queda es el desaguisado.
Hemos olvidado que todos tenemos una función modélica en la sociedad, no sólo ante los más cercanos, sino también ante aquellos que no saben nada de nosotros. Y es que cargar con una responsabilidad pesa mucho, todo queremos dejarlo en manos de “papá estado” de sus escuelas y de sus maltratados docentes, cuando para ser libre la primera condición necesaria es asumir responsabilidades.
Vivimos en una sociedad mucho más exigente con los demás que consigo misma. Demandamos de la Iglesia gestos de caridad que no tenemos individualmente, solicitamos de los políticos actitudes ejemplares que no somos capaces de soportar personalmente, pedimos a los funcionarios públicos productividades que no estamos dispuestos a tener en nuestros empleos, reivindicamos del Estado servicios que no estamos dispuestos a pagar, reclamamos por doquier supuestos derechos incumpliendo con nuestras obligaciones. Y nadie está dispuesto a ejercer de modelo cívico.
Aunque no exista un modelo de ciudadano, o al menos no debiese existir, no deberíamos olvidar que el cumplimiento público de unas normas básicas de convivencia ayuda a los demás a conocer cuál es el camino a seguir.