Categorías: Opinión

La frontera

Los cambios que Marruecos está llevando a cabo en la frontera volvieron a bloquear la ciudad. La Delegación, obsesionada con todo lo que tenga que ver con el Tarajal, envió una nota de prensa para, básicamente, decir que España nada tenía que ver con las colas y retenciones sufridas en toda la ciudad. Es una manera de evitar la crítica, algo que viene con el cargo y a lo que ya debería estar más que acostumbrado el equipo con mando en plaza. Muy al contrario, llevan una temporada centrándose en intentar buscar excusas o peleándose en las redes sociales.
Resulta raro que no se hable de la parte que sí afecta a la responsabilidad de España, que no es otra que el haberse gastado un dinero en habilitar un tercer carril en la frontera para que el servicio público cumpliera con sus enlaces, y terminar cargándose su sentido porque a los que mandan en la Delegación les salió de las pelotas tirar una escalera, contando con el beneplácito de la Ciudad, que por lo bajini niega participación pero de cara a la galería se sumó al carro de tamaña tropelía.
El derribo de la escalera, del que nadie se arrepiente en la Delegación hasta el punto de que parecen pasear con orgullo tal bravuconada digna de paleto de pueblo con aspiraciones a virrey, llevó a que los porteadores tuvieran que hacer uso de uno de los tres carriles. Más que nada para que no se les llevara por delante un coche después de salvar su vida tras bajar como cabras la montaña del Jato. Esa ocupación provocó que se eliminara el carril dispuesto para el servicio público y que, de hecho, tan buen resultado dio en su día. Ahora, con las retenciones provocadas por Marruecos debido a sus obras en frontera, tenemos como resultado un embotellamiento de tal calado que podría haberse aminorado si los tres carriles hubieran estado dispuestos. Sencillamente como se planificó.
Pero no es así. Y eso no lo cuenta la Delegación en una nota enviada sorpresivamente de manera rápida, cuando lo normal en la Administración central es tener bajo mínimos su aparato de comunicación. De manera torpe se busca evitar críticas, exculpándose de la situación pero sin hacer el oportuno examen de conciencia.
Quizá se sigue pensando que no es necesaria esa reflexión, quizá debe ser normal que el derribo de una escalera y la permisividad con los plantos haya dado pie a un caos urbanístico para cuyo control hemos tenido de marionetas a toda la Policía y a la Guardia Civil durante dos meses. Tras el desbarajuste se nos informa de que habrá que construir otra escalera previo desembolso, como mínimo, de 100.000 euros y nadie dice nada.
Como ciudadana me da la impresión que se nos está tomando el pelo o, peor aún, que los que mandan han pasado a un nivel de ridícula superioridad que hace inviable darse cuenta de lo que sucede a pie de calle. Y eso no es nada menos que el caos.

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