Categorías: Opinión

La feroz persecución al cristianismo

En el mundo hoy se matan las personas sistemáticamente y con la mayor crueldad por motivos religiosos y, paradójicamente, entre los mismos partidarios de una misma religión que, con tal de matar, prefieren morir matando detonando un cinturón explosivo, poniendo bombas, mandando inmolarse a niños camicaces o lanzando un camión contra la multitud pacífica que les acoge. Es aberrante e inconcebible. Y se mata también, muy especialmente, a los cristianos, que durante 2016 han sufrido feroces y sangrientos ataques con miles de muertos por terrorismo en numerosos países. Y en España, otros que todavía no han matado perpetrado ataques sangrientos, han desatado una campaña contra templos y símbolos cristianos, profanando imágenes y haciendo escarnio contra la religión católica con ánimo deliberado de injuriar, ofender y ridiculizar los sentimientos católicos; cuyas conductas de unos y otros atentan gravemente contra la libertad de religión y de culto, y contra el derecho de las personas a profesar y practicar libremente una religión.
Personalmente, me merecen el mayor respeto todas las religiones, siempre que no tengan por finalidad perseguir, matar o atentar gravemente contra las personas o sus sentimientos religiosos. Todos deberíamos ser tolerantes con las creencias que sean pacíficas, respetuosas y civilizadas con las demás, porque nadie está en posesión de la verdad tan absoluta como para creer y exigir que su religión sean la única verdadera que deba imponerse por la fuerza sobre las demás, como algunos fanáticos, integristas y fundamentalistas persiguen. Quienes somos respetuosos con las creencias de los demás, también estamos en nuestro perfecto derecho de que igualmente se respeten las nuestras. Y precisamente por eso, quienes pretenden erradicar el cristianismo o emprenden ataques y ofensivas contra el mismo, hieren mi sensibilidad de católico, que lo soy por propia convicción, porque siempre que he ido a una iglesia jamás me han enseñado ni he aprendido nada malo, sino que en ella se me ha inculcado la moral cristiana de a hacer el bien y a evitar el mal, que es a lo que las personas con nobles sentimientos deben aspirar.
El cristianismo surgió hace ya más de dos mil años, cuando Jesucristo pasó por la tierra haciendo mucho  bien, ayudando y defendiendo a los más débiles, pobres y necesitados. Nació rebelándose contra la tiranía y proclamando la moralidad del género humano, la defensa de las libertades de la persona, llevando ya muchos siglos practicando la caridad y a la justicia social. Y el cristianismo promueve valores éticos esenciales para la vida de las personas, como paz, perdón, tolerancia, solidaridad, bondad, humildad, amor, familia, honestidad y ser ejemplo de vida. Y es cierto que desde entonces hasta hoy Jesucristo y su Iglesia han sufrido numerosas y feroces persecuciones, desde los primeros mártires que tuvieron que vivir clandestinamente en catacumbas y que muchos de ellos entregaron su vida antes que abjurar de su religión y en defensa de ella. Jesucristo fue el primero que murió por tan noble causa, y también sufrieron horrendas persecuciones San Pablo, San Andrés, Santiago el Mayor, Simón, Bartolomé, San Esteban, San Servando, San Pancracio, San Pantaleón, Santa Eulalia y trece mártires más de Mérida; en Ceuta sus Patronos San Daniel y compañeros el año 1219 fueron decapitados y sus cabezas arrastradas en público, etc. Pero siempre la Iglesia ha prevalecido, ha crecido y se ha multiplicado alcanzando en la actualidad unos 2.350 millones de fieles que ninguna otra religión tiene. Y también desde entonces hasta ahora, jamás ha habido en el mundo profeta, dirigente religioso, líder político, emperador, rey, jefe de estado, presidente de gobierno o personaje histórico que haya sido capaz de mover tantas masas humanas o ser tan relevante, tan atrayente, tan carismático, tan recordado y que dejara una huella tan marcada como la suya. Y eso, claro que a la vez produce envidia y odio. Ahí está el problema.
Por eso el año 2016 se han recrudecido de forma alarmante en todo el mundo las persecuciones al cristianismo. Según el Centro de Estudios de Nuevas Religiones, hasta unos 90.000 cristianos perdieron la vida, al ser víctimas de tan atroz persecución; lo que equivale casi a un genocidio. El 70 % de ellos murieron en conflictos tribales sufriendo 27.000 atentados terroristas, siendo perseguidos hasta la eliminación de sus vidas, destruidas o arrebatadas sus viviendas y enseres, obligando a los que sobrevivieron a emigrar a otras tierras. Entre 500 y 600 millones de cristianos no pueden practicar su fe libremente, sino de forma clandestina, siendo la religión más perseguida del mundo. Un reciente Informe sobre Libertad Religiosa, recoge que una de cada tres personas vivieron el año pasado sin libertad religiosa. Los países en los que más se persigue a los cristianos son Afganistán, Pakistán, Arabia Saudí, Irak, Nigeria, Yemen, Siria y Somalia, siendo los más peligrosos: Corea del Norte, Nigeria, donde en 2016 murieron 4.028 y atacadas 198 iglesias; República Centroafricana donde murieron 1.268 y hubo 131 ataques a iglesias; en Chad hubo 750 muertos en 10 ataques; en Kenia 225 muertos, sólo en su Universidad fueron asesinados 147 estudiantes cristianos porque uno de ellos clamó durante el atentado sufrido: “¡Jesús, sálvanos, por favor!”; Camerún, 114 en 10 ataques con más de 30.000 expulsados; en Irak, han tenido que celebrar la Navidad en su Catedral destruida, y en el norte del país de más de 1.000.000 de cristianos que había sólo quedan ya 200.000. En otros países, aunque a menor escala, también ha habido persecuciones sangrientas, como Egipto, India, Bolivia, etc. El incremento de los que han muerto en todo el mundo en 2016 ha sido del 63 %, y los ataques a iglesias en un 127 %. El Papa Francisco lo ha denunciado públicamente el día de Navidad en su mensaje al mundo, “orbi et orbe”.
En España que, junto con Europa, la historia del cristianismo forma parte de nuestra cultura y de nuestras más hondas raíces y tradiciones milenarias, según un Informe del Observatorio para la Libertad Religiosa y de Conciencia, ya en 2015 la persecución llegó a duplicarse, y en 2016, aunque todavía no se han publicado datos estadísticos, se sabe que dicho aumento ha ido en progresión. Haría este artículo abusivamente extenso si relacionara todos los casos conocidos en 2016; por eso, me limitaré a exponer sólo los tres últimos. En el Santuario de la Virgen de Linares, la imagen del Niño Jesús del Misterio, fue decapitada y mutilada por unos desalmados desconocidos el día de Navidad. En la localidad valenciana de La  Alquería, de unos 1.500 habitantes, gran parte de las figuras religiosas que formaban parte del Nacimiento de Belén, fueron destrozadas el día de Navidad, lo mismo que el Árbol navideño instalado en el Ayuntamiento, donde también se cometieron actos de salvajismo. Y en Callosa (Alicante), sus propios vecinos impidieron la retirada ordenada por el alcalde de la Cruz de los Caídos, negándose luego las Fuerzas de Seguridad del Estado a detener a quienes se opusieron a la demolición y retirada.
En general, se ha desatado en nuestro país una campaña de intoxicación anticlerical, irreverente y sacrílega, dedicada al escarnio y a cometer actos incívicos de acoso y presión sobre la Iglesia Católica, sus seguidores y sus símbolos, orquestada por un laicismo enconado, por un anticlericalismo radical y un nihilismo sectario que acosan al pueblo cristiano sembrando la desorientación de los creyentes mediante estrategias manipuladoras que persiguen minar la raíz de la fe católica, invocando como pretexto el carácter aconfesional del Estado, a pesar de que ello sólo significa que el mismo debe ser neutral respecto de todas las confesiones registradas, pero en modo alguno que la Iglesia Católica, sus seguidores y sus símbolos sagrados deban desaparecer y ser borrados hasta no dejar rastro, como algunos radicales pretenden. Más las creencias y los sentimientos religiosos de los individuos nunca deben ser manipulados, ni prohibidos ni impuestos, sino que simplemente deben respetarse por pertenecer a la conciencia de cada individuo. La desaparición de la religión cristiana de la vida pública, como algunos pretenden, en modo alguno garantizaría el pleno laicismo a que aspiran, ya que los espacios sin religión se deshumanizan, y sin el alma de las personas, la gente se embrutece y se degrada. Más la Iglesia Católica desarrolla una ingente labor social a través de Cáritas, Manos Unidas, parroquias diocesanas, etc, como ninguna organización civil en España.
La tutela del derecho a la libertad religiosa no es una mera declaración retórica de principios vacíos luego de contenido. Tampoco es un derecho que se tenga en precario o que simplemente dependa de la discrecionalidad de los gobiernos o los partidos de turno, según la menor o mayor afinidad con la Iglesia Católica. Sino que estamos en presencia de un auténtico derecho positivo, real, efectivo y permanente, reconocido por una amplia base jurídica tanto en el ámbito internacional como en el nacional. Así, el artículo 18 de la Declaración Universal de los Derechos del Hombre, declara: “Toda persona tiene derecho a la libertad de pensamiento, de conciencia y de religión; este derecho incluye la libertad de cambiar de religión o de creencia, así como la libertad de manifestar su religión o su creencia, individual y colectivamente, tanto en público como en privado, por la enseñanza, la práctica, el culto y la observancia”. Y en parecidos términos se pronuncia también el artículo 18 del Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos y otros textos jurídicos de reconocimiento internacional.
Y, si es en nuestro Derecho interno, la Constitución igualmente tutela este derecho dentro del Título I, Sección 1ª, que recoge los derechos fundamentales y las libertades públicas de los españoles. Así, en su artículo 16, dispone: “1. Se garantiza la libertad ideológica, religiosa y de culto de los individuos y las comunidades sin más limitación, en sus manifestaciones, que la necesaria para el mantenimiento del orden público protegido por la ley. 2. Nadie podrá ser obligado a declarar sobre su ideología, religión o creencias. 3. Ninguna confesión tendrá carácter estatal. Los poderes públicos tendrán en cuenta las creencias religiosas de la sociedad española y mantendrán las consiguientes relaciones de cooperación con la Iglesia Católica y las demás confesiones”. Y su desarrollo legal se encuentra luego en el artículo 2 de la Ley Orgánica 7/1980, de 5 de julio, de libertad religiosa, que dispone: “1. La libertad religiosa y de culto garantizada por la Constitución comprende, con la consiguiente inmunidad de coacción, el derecho de toda persona a profesar las creencias religiosas que libremente elija o no profesar ninguna; cambiar de confesión o abandonar la que tenía, manifestar libremente sus propias creencias religiosas o la ausencia de las mismas, o abstenerse de declarar sobre ellas; practicar los actos de culto y recibir asistencia religiosa de su propia confesión; conmemorar sus festividades; celebrar sus ritos; recibir sepultura digna, sin discriminación por motivos religiosos (…); elegir para sí, y para los menores no emancipados e incapacitados, bajo su dependencia, dentro y fuera del ámbito escolar, la educación religiosa y moral que esté de acuerdo con sus propias convicciones; reunirse o manifestarse públicamente con fines religiosos y asociarse para desarrollar comunitariamente sus actividades religiosas”. Y, luego, los artículos 524 y 525 del Código Penal, penalizan las conductas constitutivas de “profanación” y  “escarnio” que se cometan contra las imágenes y demás símbolos sagrados. Si bien, es cierto que para que un juez o tribunal aprecie la existencia de tales delitos se exige que haya habido en el presunto delincuente un ánimo o intencionalidad verdaderamente deliberado de ofender, profanar o producir escarnio contra una religión o sus símbolos sagrados, o según se tipifica en otros artículos del Código Penal y se interpreta por la jurisprudencia, a la vista de las circunstancias atenuantes o eximentes que en cada caso concreto concurran.
Es por ello, que la tutela jurídica del derecho fundamental a la libertad religiosa y de culto, está plenamente reconocido en nuestro ordenamiento jurídico. Por favor, respetémoslo como norma básica y fundamental de convivencia entre las distintas religiones entre sí, y entre los creyentes de unas y otras confesiones.

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