Prácticamente a un mes vista, la feria se mueve ya entre bastidores. La compleja organización de nuestra fiesta más grande del calendario obliga a responsables y caseteros a madrugar en su organización. Definitivamente será del 1 al 5 de agosto. Cinco días. Como en Chiclana, Sanlúcar o El Puerto. Suficientes. Ante la difícil coyuntura económica actual, prima la sensatez.
Cinco días con sus correspondientes noches, y no por gusto de la Asociación de Feriantes andaluces que, fechas atrás, plantaron un pulso a Festejos exigiendo más fechas. Al final lo perdieron. Y vendrán, por supuesto.
Más aún con la crisis y no precisamente por esa curiosa “vena romántica” con Ceuta, después de cuarenta años ininterrumpidos visitándonos, a la que aludía su presidente.
En caso contrario habrían venido otros. La feria de Ceuta les sigue siendo rentable, y más aún podría resultarles si en lugar de negociar con Festejos lo hubieran hecho con las navieras. Juegan con un circuito de fechas que sopla a su favor. Ahora están en Algeciras, de donde se irán a La Línea, luego a Ceuta y de aquí a Málaga, de donde seguirán por otros puntos hasta cerrar la temporada en Fuengirola, ya a mediados de octubre.
Nueve días de celebración son insoportables. No hay cuerpo ni bolsillo que los resista. Además, esta feria no es ya como las de antes. Al celebrarse a primeros de agosto, una parte importante de la población se ha ido ya de vacaciones. Se ha perdido el fuerte arraigo que antes se tenía con ella. No es el nuestro, el caso de ciudades en las que el personal reserva días de sus vacaciones para vivirlos a tope en la feria: Algeciras o La Línea, para no irnos más lejos.
Los recortes de la Ciudad Autónoma también pesan. Nueve días dispararían los gastos: iluminación, bomberos, policía local, asistencias… Además, la nuestra es una feria reducida exclusivamente para Ceuta, si hablamos de casetas, al contrario que esas otras, no digamos ya las de Málaga o Granada, cuyos diez días de duración tienen su base en su gran afluencia de visitantes.
Por cierto que en la vecina feria algecireña, a la que por estos días y siguiendo la tradición acuden bastantes ceutíes, algunos de ellos atraídos fundamentalmente por sus carteles taurinos, se plantean ya también la reducción de fechas. De lunes a jueves las casetas se han mostrado más flojas que otra cosa y el ambiente en general no ha sido el mismo. Pesa la crisis, y de qué forma.
Las 75 casetas se han se han quedado en 67, habiendo desaparecido, entre otras, las del Casino y la del Chumbo, las más históricas, especialmente la primera. Las jarras de rebujito priman sobre las copas, al tiempo que el número de comensales de esas casetas se ha visto disminuido drásticamente, excepto los días claves.
Los tiempos están dando la razón a quienes venían pronunciándose por el recorte de fechas, y eso que hablamos de una de las ferias más importantes de Andalucía.
Malos tiempos, los actuales, como para pensar en recuperar nuestra Feria de Día, de la que se ha vuelto a hablar. Opino que no encaja como tal, ubicada fuera del recinto de la Marina. Iría en detrimento de la tradicional. Además, el asunto es sencillo. Contando con un real como con el que disponemos, céntrico, cómodo, elegante y acariciado por la brisa benefactora del mar y la de la bahía norte, ¿dónde mejor para disfrutarlo a la hora del aperitivo?
Se nos acerca la feria. Qué lejos nos quedó la del muelle Dato. Aquella tan especialmente nuestra, de la que sólo sobreviven la noria o el látigo. La de elegantes y señoriales casetas, auténticas obras de arte en mampostería: Centro Hijos de Ceuta, ‘Er Contró’, el Casino, el Ceutí… La que enloquecía al personal con sus tómbolas, la de señoras en traje de noche con una cacerola en la mano, el sesudo caballero con su escurridor de verduras, el soldado con unas vinagreras y la señorita con el portaviandas, jubilosos todos de haberlo conseguido en aquellos animados tenderetes. La del resignado tirar de cartera para satisfacer el capricho del pulpo asado, del algodón dulce, del chumbo, del turrón, del chocolate con buñuelos…
Inolvidable también su brillante sucesora. Se imponía evolucionar con los tiempos. La feria de la Gran Vía, andaluza sí, pero pletórica de pura esencia y señorío caballa, con sus casetas en mampostería, lona o mixtas, desbordantes de imaginación, que vinieron a iniciar una nueva andadura de una feria elegante en medio de aquel ambiente que algunos tanto añoramos.
Todo aquello es historia. Ahora, que gozamos del mejor recinto ferial de todos los tiempos, qué mejor escenario sobre el que tratar de recuperar tradicionales esencias caballas perdidas.