Se acabó la feria. Como si se le hubiera llevado el dichoso levante, el Parque Juan Carlos I se ha quedado en silencio, añorando quizás el bullicio, las atracciones, la iluminación y la maravillosa portada, con esa Casa de los Dragones que envidiarían ferias de gran renombre. Pero antes, mucho antes, hubo también otras Ferias.
Mi primer recuerdo de la Feria de Ceuta se eleva a 1940. Tenía seis años, y, con mi padre, estábamos en el Muelle España contemplando los fuegos artificiales, cuando, de repente, un perro callejero que rondaba por allí comenzó a correr despavorido, lanzando lastimeros gritos caninos. Al pobre animal le había caído sobre el lomo la caña de uno de los cohetes disparados. Con razón se quejaba el desgraciado.
Aquel año, y muy modestamente, se habían reanudado los tradicionales festejos en honor de nuestra Patrona, tras la terrible contienda civil. La feria se instaló en la entonces explanada del Muelle Cañonero Dato, hoy ocupada por almacenes, comercios y talleres. Ese fue su emplazamiento durante muchos años.
Allí se iba normalizando, aunque con las privaciones propias de la época. Venían atracciones tales como "la ola", "los caballitos" –para mayores y para pequeños-, el popularmente conocido en la península como "las cadenas" y en Ceuta como "el carro de las patás", y las "cunitas", una pequeña noria aquí conocida con ese apodo, dotada de cuatro "cunas", en cada una de las cuales podrían acomodarse seis u ocho personas. Aquello funcionaba a base de fuerza humana. Mientras subía y bajaba sonaba un bombo dotado con sus correspondientes platillos. "Chin, tatachin, tatachin ...". Existía un tácito convenio entre los trabajadores de la noria y sus usuarios, pues cuando aquella comenzaba a disminuir su velocidad y el bombo callaba, los que iban montados gritaban pidiendo más, con el resultado de que el aparato volvía a coger impulso, acompañado de nuevo con el "tatachín" del bombo, durante un minutito de supuesta propina.
No había procesión de la imagen de la Virgen de África. De hecho, y que se sepa, ésta no había salido de su templo más que una vez, cuando hace siglos los habitantes de Gibraltar solicitaron su mediación para acabar con una terrible epidemia que estaban sufriendo. Entonces, la colocaron mirando hacia el peñón, disminuyendo desde ese momento dicha epidemia, según cuentan las crónicas Así hasta el día 10 de noviembre de 1948, cuando en la Plaza de África tuvo lugar la solemne ceremonia de su coronación, que efectuaron el Nuncio de S.S el Papa en España, monseñor Cicognani y el Obispo de la Diócesis, D. Tomás Gutiérrez Díez, sobre un estrado improvisado y montado a toda prisa, pues inicialmente estaba previsto que el acto se celebrara en el Estadio, pero ante el pronóstico de lluvia así se decidió, con el fin de preservar la talla.
Siempre permanecerá en mi memoria aquel día, pues allí estuve, aún con pantalones cortos, junto con mi familia. Después del acto, la venerada imagen de Ntra. Sra. fue llevada en procesión por el centro de la ciudad, repitiéndose, simbólicamente, el acto de situarla mirando no solo al Estrecho, sino especialmente hacia Gibraltar, durante unos minutos. Esa salida fue la precursora de las que posteriormente vienen realizándose todos los 5 de agosto, cumpliendo siempre con aquel ritual.
Poco a poco, la feria fue progresando. Se montaban amplias casetas provisionales de mampostería por la Unión África Ceutí, por el Centro Cultural de los Ejércitos y por dos asociaciones tristemente desaparecidas, "El Contró" y el Centro de Hijos de Ceuta, entidad que pronto decidió hacerla con idea de permanencia: la recordada Caseta del Rebellín –con b-.
Como curiosidad referiré que en la Caseta del Casino Militar, y en uno de los momentos de descanso de la orquesta, todos los años solía salir al escenario una chica ceutí dotada de gusto y buena voz, que cantaba "En un país de fábula", de la zarzuela "La tabernera del puerto". Aquella chica se apellidaba Rovayo, La cosa es de familia, pues ahora, otra ceutí. "La Shica", canta y lleva el mismo apellido, de abolengo caballa.
De política, mejor callar. Desde que Pedro Sánchez volvió a hablar de "las derechas y las izquierdas", pasando por encima de la transición y retrotrayéndonos a los peligrosos años 30 del pasado siglo, estoy con el ánimo decaído. Aquí, en España, hay que hablar de constitucionalistas y de los que no lo son; hay que unirse ante los desafíos del independentismo y del terrorismo; hay que tratar de terminar con ese desempleo que aún padecemos, pese a que, gracias al esfuerzo y al sacrificio de todos, va disminuyendo sensiblemente; aquí hay que pensar en el centro político, sin poner barreras entre los partidos democráticos que, al menos teóricamente, están a un lado o a otro, pero en él.
El tiempo apremia, y hay que pactar, como se hizo en los mejores tiempos de Adolfo Suárez, y no buscar pretextos acudiendo a una dolorosa separación que creíamos superada y que, además, acabó bañada en la sangre de centenas de miles de españoles.