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La extorsión como oficio

A un conocido empresario de la ciudad se le acercan a su nave. ¿El motivo? Se le pide un contrato como vigilante del local porque ‘quizá lo necesite’. El empresario, en plena crisis y con una plantilla que aguanta como puede cada mes, le da la negativa por respuesta. ¿Qué sucede? Que un día después, sorpresivamente, recibe la visita de un encapuchado que efectúa varios disparos contra su nave. La excusa que necesitaba ‘el demandante de empleo’ para hacerle entender al empresario de turno que sí, que sí necesita un vigilante en su nave.
Esto que usted está leyendo es real y ha ocurrido en Ceuta. Forma parte de uno de esos partes internos incluido en la carpeta de investigaciones que no pueden llevarse a buen término porque falta lo principal: la denuncia de quien ha sido víctima de una extorsión. Lo más que se puede hacer es escribir el oportuno informe de seguridad sobre lo que está ocurriendo en Ceuta y los caminos que están escogiendo quienes formaban parte de los grupos mafiosos de finales de los años 90. Es el camino de la extorsión. Mientras ex gomeros, pistoleros a sueldo y narcos a pequeña escala se han rehabilitado y hoy trabajan, o lo intentan, en distintos sectores; todavía quedan reductos de delincuentes que aplican este tipo de amenazas.
Pero hay más. Al igual que se ha detectado al menos un par de casos de este tipo -el último ocurrió hace dos meses-, también se ha registrado la proliferación de otro tipo de chantaje. El que practican aquellos delincuentes que se están dedicando a presentar denuncias falsas contra individuos para forzar que éstos les paguen un dinero para conseguir así que retiren la denuncia. Los chantajistas son capaces de todo, hasta de dispararse, acusar a determinada persona de ser el autor de esos disparos y luego, sorprendentemente, retirar la denuncia o, llegado el juicio, olvidarse de todo lo que antes había narrado con pelos y señales a la Policía. ¿A qué se debe esa amnesia repentina? Al dinero, ha cobrado y el chantaje ha llegado a buen puerto.
La Policía tiene constancia de esta situación al igual que los servicios de información de la Guardia Civil. Pero esa constancia se reduce a sospechas, se carece de pruebas para poder, en muchos de los casos, llegar a desenmascarar este círculo vicioso en el que se está moviendo la delincuencia.
Una delincuencia que se caracteriza por dos claves: no tiene trabajo y necesita dinero por la vía rápida, y, además, disponen de armas. La dificultad de las fuerzas de seguridad radica en la obtención de pruebas. O la consecución de esa colaboración ciudadana a la que tanto se alude en los discursos oficiales de los mandos policiales pero que resulta inviable cuando el peso del miedo es mayor.
¿Cómo se explica si no que en una barriada buena parte de los vecinos sepa de estas prácticas pero nadie denuncie? “Llegan a inventarse hasta encapuchados y hacer una narración detallada de lo que supuestamente ha sucedido en un disparo que no ha sido así”, apunta una fuente policial.
Ese temor de unos vecinos que residen en barrios en donde hay armas se extiende a los empresarios que hayan podido sufrir estas amenazas. “No se quiere denunciar y es comprensible. Nosotros hemos conocido lo ocurrido por nuestras fuentes no porque la víctima haya acudido a presentar la denuncia”, apostilla.
Así está la situación delictiva en un mercado delictivo abierto. “¿Es noticia que un encapuchado entre a primera hora de la mañana en un cafetín buscando a alguien a quien le tiene que pegar un tiro?”, cuestiona un vecino del Príncipe. La respuesta para cualquier ciudadano sería que sí. Allí es que no. “Esto pasa como también pasa que se estén denunciando por cosas que no suceden y la Policía no puede hacer caso a cualquiera. Van, dicen que este señor te ha pegado un tiro y de entrada te detienen, después preguntan, pero ya te han metido en la cárcel”, sentencia.
La operación Marinas, desarrollada en 2002 entre Vigilancia Aduanera y Guardia Civil, terminó con la infraestructura en que se apoyaban los narcotraficantes para disponer de una amplia red de testaferros que daban titularidad a las semirrígidas usadas, presumiblemente, para el narcotráfico.  Más de 300 atestados y sentencias iniciales de hasta cinco años constituyeron un duro golpe al narcotráfico y el consiguiente traslado de la infraestructura a los cercanos puertos del norte marroquí. Esto fue un palo para los grupos organizados que vivían del hachís, pero llegaron más. Las rutas de pase directas de Marruecos a la península hicieron mella en el negocio de los narcos y buena parte de ellos tuvieron que ‘rehabilitarse’ formando parte de los trabajos legales. Los hay, no obstante, que continúan en la senda de la obtención del dinero fácil buscando la extorsión como una forma de vida. Son los herederos de una ‘pequeña Sicilia’ (término con el que el ex delegado del Gobierno Luis Moro definió la Ceuta de aquellos años) que para ellos no ha cumplido su capítulo final.

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