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La excusa del yihadismo

En 24 horas, dos reportajes nacionales empañan la imagen de Ceuta que proyectan las autoridades. Cae la asistencia a eventos que atrajeron en ediciones anteriores a más visitantes.

En poco más de 24 horas, dos nuevos reportajes publicados por medios nacionales han vuelto a empañar esa imagen de la ciudad autónoma que las autoridades competentes intentan proyectar al exterior con la hospitalidad, belleza e historia por bandera. El primero, en la edición dominical del periódico El País titulado Ceuta, base de operaciones del yihadismo; y el segundo en el espacio de La 1 Teleobjetivo, que este lunes incluía a la ciudad en su investigación sobre La yihad y las rutas de la droga II. Este último un programa de TVE que parece escapar del acuerdo alcanzado entre este ente público y la Ciudad Autónoma para ofrecer la “imagen real de Ceuta por encima de las ya conocidas”.
Bajo tan sugerentes titulares, sobran explicaciones sobre qué tratan ambos trabajos –escrito y audiovisual–. Nadie puede negar que en la ciudad, y en concreto en la barriada el Príncipe, las fuerzas de seguridad han desarrollado varias operaciones antiyihadistas que se saldaron con múltiples arrestos, aunque su cómputo está muy alejado de la cifra que ofrece Teleobjetivo: “En 2015, la Policía detiene a más de 60 personas vinculadas con la yihad”. Ni remontando la ecuación a 2013, cuando tuvo lugar la Operación Cesto, se podrían sumar más de medio centenar de interceptados por su presunta relación con el terrorismo de corte radical.
Sin embargo, perpetuar estigmas con afirmaciones como que Ceuta es la “población española más cercana al movimiento yihadista” o “investigar en este territorio –Ceuta– es más peligroso aún si cabe”, no resulta precisamente atractivo para el turista. De hecho, va en contra de los intereses del Gobierno autonómico, que intenta atraer a los visitantes con sus, en ocasiones, sempiternas gestiones para poner en marcha iniciativas como el cheque-turista o establecer unas tarifas máximas para bajar el precio del billete del barco.
La suspensión del XX Congreso Nacional de Bancos de Alimentos, el pasado mes de marzo, supone el paradigma del efecto pernicioso de esta publicidad. Un caso que no es aislado porque, como ha podido conocer este periódico, ha caído la asistencia a eventos que, en ediciones anteriores, atrajeron a un importante número de visitantes y, sin embargo, en el último año han perdido poder de convocatoria pese a las facilidades desde la organización. En petit-comité, se culpa a las manifestaciones publicadas en los medios de comunicación nacional sobre el yihadismo y la ciudad autónoma.    
Por descontado que los autores y editores de sendos reportajes nunca pretenderían herir el sentimiento que une a los ceutíes con su tierra, aunque estos sí pueden entender desvirtuada la identidad que El País y RTVE ofrece a la opinión pública a través de estas producciones. Porque siempre resulta más sencillo regresar al lugar que dio un buen dato de audiencia –en este caso la larga sombra de En tierra hostil pesa sobre Ceuta– que la preparación de nuevos argumentos o trabajar en una historia que ayude a revelar las claves de esta lacra. El dato del Instituto Elcano por el cual, de los 121 detenidos desde 2013 el 76 por ciento procede de Ceuta y Melilla, no cesa de inspirar reportajes que siempre acaban narrando lo mismo.  
La sobreexplotación del caladero informativo local ha provocado que todo aquel que tiene algo que contar se resista a ofrecer su testimonio por miedo al robado de sus declaraciones, aunque a los reporteros siempre les queda Castillejos (Marruecos) para encontrar aquello que no tuvieron en Ceuta. Un vivero que ya ha dejado de producir testimonios y que los medios tratan de exprimir recurriendo a idénticas fuentes   informativas. El presidente de la Unión de Comunidades Islámicas de Ceuta (UCIDCE), Laarbi Maateis, que no imam de la mezquita de Príncipe Alfonso, como rotula Teleobjetivo, es una de estas voces autorizadas a las que piden audiencia para, después, respetar sus declaraciones –o no–.         
Mientras tanto, la barriada hacia donde se dirigen todas las miradas, escenario de supuestas reuniones clandestinas en las que planean atentados contra el Estado de Derecho, el Príncipe –sin distinción entre Alfonso y Felipe– no levanta cabeza. Sus vecinos están molestos con esta fama que les persigue y se encargan de recordarles con artículos de investigación cada vez que Daesh reivindica algún incidente violento hasta asemejarles en un Molenbeek (Bélgica). Los residentes se lo hicieron saber a El País con cierta sorna a través de las redes sociales porque su analista concluyó que el “desarraigo juvenil abona el extremismo islamista”. Es indiscutible que de sus calles, de sus amistades e incluso de sus familias algunos marcharon a combatir a Siria, pero los vecinos están hartos de acaparar toda la atención de una amenaza que, mal que nos pese, es internacional. 

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