Categorías: Opinión

La eterna ingratitud de Marruecos con España (II)

Continuando con la exposición iniciada el lunes pasado, sobre la eterna ingratitud y deslealtad de Marruecos hacia España, el año 1958 Rabat prohibió el traslado al Rif del dirigente rifeño fallecido Abbés Messadi; pero su gente logró trasladar sus restos y lo homenajearon con una multitudinaria participación del pueblo bereber en su entierro. Luego, se levantaron en armas contra la ya monarquía alauita, reclamando, o bien dejar de pertenecer al reino de Marruecos o, en su defecto, su unión con España, dado que algunos de sus dirigentes eran furibundos españolistas. Para ello, incluso solicitaron ayuda armada al Ejército español, que tras la independencia todavía tenía algunas guarniciones en territorio marroquí pendientes de replegarse definitivamente a Ceuta. Pero España, una vez más, volvió a denegarles la ayuda pedida, en aras de la integridad territorial del Estado marroquí y en férrea defensa de su monarquía. Mientras tanto, Marruecos, no sólo volvió a reaccionar con su sempiterna ingratitud hacia España, sino que incluso se atrevió a culpar de las protestas rifeñas a “manejos ocultos del extranjero”, para aludir implícitamente a España; lo que fue rotundamente desmentido por el Gobierno español. Rabat reaccionó con una dura represión contra los rifeños, y éstos mostraron gran indignación por no haber recibido la ayuda española solicitada.
En 1958, tras haber mantenido España una guerra promovida por Marruecos en Ifni y haber pacificado el territorio, luego accedió mediante conversaciones de paz a la retrocesión del mismo a Marruecos. Y el 25-02-1958 Marruecos proclamó solemnemente su pretensión de apropiarse también del Sahara español, lo que constituía otro acto claro y expreso de hostilidad hacia España. Con la desestabilización en el Rif, tantas veces pedida a España por los propios rifeños, hubiera supuesto en ambos casos un arma de inapreciable valor para debilitar la posición marroquí en sus ataques contra los intereses españoles en ambos territorios; pero España se negó siempre a utilizar tal recurso político contra Marruecos, protegiendo con ello a la monarquía alauita, pese a la tremenda deslealtad posterior de este país hacia el nuestro, cuando con el entonces Jefe de Estado, Franco, agonizando, el propio rey alauita alentó y organizó la “Marcha Verde”. España, con tal de no mantener otra guerra, accedió a entregar a Marruecos la administración del Sahara, en contra de las aspiraciones del Frente Polisario y pese a que no tenía ningún mandato para ello de las Naciones Unidas, cuyo organismo mundial acordó luego su descolonización a través del referémdun que todavía no ha llegado a celebrarse por la radical negativa de Marruecos, en contra de sendos mandatos de las Naciones Unidas y de lo resuelto por el Tribunal Internacional de Justicia.
Más esa contribución española a la consolidación del poder del Sultán siempre se hizo al precio de perjudicar el prestigio y los intereses de España, a base de tratados leoninos para nuestro país (supuesta potencia) muy beneficiosos para Marruecos (presunta víctima), como con la firma el 24-02-1895 del Convenio adicional al de 5-03-1894. Como dice Maestre Alfonso: “Lo normal era que los acuerdos suscritos por los dos países en la práctica se caracterizasen porque los derechos quedaban para Marruecos y las obligaciones para los españoles”. No puede extrañar así que a principios de siglo XX la única nación europea cuya balanza de pagos era muy desfavorable con Marruecos fuera la de España que, a costa de la vida de miles de soldados españoles y de grandes inversiones e ingentes esfuerzos económicos que para ella misma no dedicaba, trató por todos los medios de unificar Marruecos. Como reconoce Cordero Torres: “España, impulsada más por el idealismo que por el egoísmo, favoreció la arabización total y el predominio de los urbanos nacionalistas (marroquíes) frente a los rurales rifeño-yebalíes”. La antigua capital de la Hispania Tingitana, Tánger, fue marroquinizada en el breve período de gestión española de esa ciudad (1940-1945).
Pero los gobernantes españoles no sólo se empeñaron en la unificación política de Marruecos y en la defensa a ultranza de su monarquía al coste de mucha sangre y sacrificio económico españoles, sino que también promovieron una unificación cultural arabizante. En efecto, en el Protectorado español el árabe se convirtió en el idioma oficial de todos los indígenas: la enseñanza, los asuntos judiciales, administrativos y religiosos se resolvían en árabe aun en los territorios en los que la lengua rifeña predominaba. Ibáñez se lamenta de esta política de trabajo en favor de la total arabización de las supervivientes zonas berberófonas del Rif. No puede extrañarnos que voz tan autorizada como la de Ibáñez indicara que debiera haberse tenido más en cuenta un idioma como el bereber, tan venerable por su antigüedad y "tan importante desde el punto de vista político español".
Esta tarea de unificación de Marruecos, que se emprende ya desde finales del siglo XIX a costa de España, va a ser consumada una vez que el vecino país se independizó. El sultán se va a encontrar con un país que ya dominaba, aunque dividido lingüística y culturalmente. Marruecos optó por unificar el país a costa de las minorías, esto es, los castellano hablantes y los zamazigz hablantes, en beneficio de la mayoría (del centro-sur) francófona y árabe parlante. Una vez más la política irrealista española fue contraria a sus propios intereses. Pese a que la colonización española en Marruecos fue incomparablemente menos represiva y sangrienta que la francesa, el Marruecos independiente se introdujo en el área cultural y económica francesa en lugar de la española; y, en lo económico, en 1957 se hizo desaparecer la peseta de Marruecos, ocasionando con ello una enorme crisis a nuestra moneda.
Además de unificarlo, España fortaleció y engrandeció a Marruecos. Al concederle la independencia le entregó numerosas armas españolas al Ejército Real marroquí, con cuyas armas luego se llevaría a cabo el tan desleal ataque sobre  Ifni y el Sahara. Y no sólo eso, sino que además, España engrandeció Marruecos al cederle con su buena voluntad, en primer lugar la región de Villa Bens, donde no había ejercido nunca antes soberanía el sultán de Marruecos. Ciertamente, la declaración de esa región como "Protectorado" (zona sur) avalaba la entrega a Marruecos, pero no es menos cierto que España no realizó ningún intento serio de corregir esa situación, por ejemplo, habiendo podido organizar un referéndum de la población. Y la posterior entrega de Ifni, territorio entonces de soberanía española, confirma si cabe lo anterior. Pocos casos hay en la historia de una actuación más torpe y más corta de miras que la española, siempre dispuesta a dar sin recibir a cambio nada. Las grandes potencias, en cambio, nos enseñan lo contrario: Francia intentó en su parte de Marruecos dividir a los árabes y a los bereberes con el dahir bereber de 1930; Alemania, fue dividida por los vencedores de la guerra en 1945, hasta que llegó la tempestad de la reunificación; Inglaterra siempre ha procurado dividir a los territorios bajo su férula (Ulster, Chipre, etc...).
La política española de entreguismo constante a Marruecos – dice el autor  del libro - se manifiesta en hechos que están suponiendo un auténtico sacrificio para las Islas Canarias. Así está sucediendo que Marruecos se está cada vez haciéndose más fuerte en turismo, pesca y agricultura, haciendo una competencia directa a Canarias; incluso se ha financiado con capital español la construcción de un puerto en Agadir que está apropiándose del tráfico que antes se canalizaba en el puerto de La Luz de Gran Canaria. Todo esto puede tener unas consecuencias políticas gravísimas en Canarias.
Ante tanto despropósito, el Gobierno español, como mínima medida compensatoria frente a Canarias,  promulgó en 1978 una ley por la que se establecía una zona económica exclusiva de 200 millas. Pero como Marruecos ya había hecho antes lo mismo, a partir de la nueva normativa debía trazarse la línea media o equidistante entre las líneas de base recta que unen los puntos de la costa canaria y la costa marroquí, tal como se dispone en la Convención de Jamaica de 1982, sobre Derecho Marítimo. De esta forma, quedaría para España la mitad de las ricas aguas que separan a Canarias de la costa africana. Sin embargo, pese a las reiteradas protestas canarias, tal ley no se ha aplicado hasta ahora.
En resumen de lo expuesto a lo largo de estos dos artículos: Una total entrega generosa y leal de España hacia Marruecos, permanentemente correspondida por dicho país con continuas y clamorosas deslealtades e ingratitudes; mientras que luego dicho país vecino tan entusiasmado y colaboracionista se muestra con otros países que no dudaron en hasta pretender hacer desaparecer la actual monarquía, incluso mediante el destierro a Madagascar de Mohamed V y su sustitución por otro Sultán que, de haber apoyado entonces España tal medida, los miembros de la actual dinastía ni siquiera hubieran podido reinar.

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