Hace tiempo que, aburrido, dejé de escribir sobre la Estación de Ferrocarril, de la que, como a la propia línea, he dejado muchos testimonios en la hemeroteca de este diario a lo largo de los años. Si vuelvo hoy sobre el tema es por el anuncio –uno más y ojalá sea el definitivo- de la reanudación de las obras de restauración del inmueble tras la firma del acta correspondiente con la empresa Dragados, prevista para el próximo día 3.
El asunto de la Estación y el de la vieja locomotora C-1 es un eslabón más de la tradicional desidia de nuestros políticos con patrimonio histórico de la ciudad. En el caso que nos ocupa hemos visto desfilar por el palacio de la plaza de África a corporaciones centristas, socialistas, localistas y populares sin que ninguna de ellas haya sido capaz de dar una solución al asunto. Paradójicamente, mientras veíamos como el edificio de la avenida de Madrid, ocupado por indocumentados y drogadictos, se nos venía materialmente abajo, comprobábamos con indignación y sana envidia como la estación terminal de la línea, la de Tetuán, era remodelada con el máximo esmero, al tiempo que se aprovechaba su emblemático edificio para otros usos. De esto hace ya veinticinco años y su actual estado parece mantenerse en buenas condiciones.
Sucede lo mismo con la locomotora, condenada al vandalismo y al cáncer de la herrumbre desde que con la construcción de las viviendas del lugar se procedió a derribar el hangar en el que providencialmente había quedado ‘olvidada’ durante más de treinta años, dejándola a la intemperie hasta nuestros días. De tal suerte, daños de la climatología y de la barbarie aparte, le fueron sustraídos determinados componentes, entre ellos su pieza más valiosa, la tapa del cofre, la que a raíz de una denuncia en su día por mi parte en estas páginas sobre el asunto, parece ser que se recuperó. Pero ya volveríamos sobre el tema en su momento.
Cada vez que paso por la que estación no puedo por menos que recordar determinados párrafos que en un artículo sobre este lastimoso asunto publicaba en 1991 en estas páginas y en mi Cuaderno del Rebellín nº 8, ‘Puente de la Almina’, editado por el ministerio de Cultura en 1993: “Cuando mi amigo Mustafa Ended-dal, uno de los últimos habitantes del edificio en la época en la que este fue habilitado para viviendas logró abandonarlo tras conseguir una morada más digna para su familia, me decía tajante:
- En cuanto se vaya de aquí el último vecino ya verás lo que va a ser de la Estación en poco tiempo”. Sobran los comentarios.
Más adelante escribía yo también:
“Hace meses, un destacado representante político del partido gubernamental (…), me decía tajante:
- No le des más vueltas. Restaurar la estación costaría muchísimos millones. Y allí van a ir viviendas, que es lo que necesita este pueblo’. (…)
Viviendas, sí. Pero la estación allí, junto a ellas, con su vieja locomotora a ser posible. Que la amplitud del terreno lo permite todo.”
Repito, todo esto lo escribía hace un cuarto de siglo. Increíble como cierto.
Bien. Concluida la restauración del edificio, se dice que en él irá una biblioteca y un centro cultural y social vecinal. Perfecto. Pero, ¿y nuestro ferrocarril? Parece fundamental que en la que fue su estación haya una sala – museo destinada precisamente a él, a sus cuarenta años de historia, a sus testimonios, a las imágenes de las viejas locomotoras con sus vagones de pasajeros y de carga, a las del primitivo automotor y las de los dos modernos ‘MAN – DIESEL’, que prácticamente retornaron nuevos a la Península tras la clausura de la línea en 1958, las de las típicas y encantadoras estaciones de un inconfundible estilo árabe tetuaní…
Porque la nuestra nació como una estación importante. Se construyó pensando que la línea podría llegar hasta el sur de Marruecos, pero razones políticas lo impidieron. Disponía de una amplia superficie de terrenos anexos que se extendían desde los jardines de la Argentina hasta las viviendas de portuarios, con sus almacenes de explotación, talleres y muelles destinados al embarque de vehículos, mercancías y ganado con sus correspondientes rampas. Todo perfectamente materializado para que el ferrocarril pudiese soportar la totalidad del peso de la actividad comercial de la zona hasta que algún día, como así sucedió, el transporte por carretera estuviera en condiciones de reemplazarlo. ¿No merecería todo ello esa sala – museo que para la que, a buen seguro, no faltarán quienes podrán aportar testimonios que la sustenten.
Y sepan Vds., señores políticos, que Ceuta no ha olvidado a su tren, pese a los 58 años transcurridos desde que dejó de circular. Les invito a ver en Facebook el magnífico grupo ‘Ferrocarril Ceuta – Tetuán’, todo un impresionante documento cada vez con más contenidos y seguidores. Un museo en la estación, por favor. No echemos esto también en el olvido.