¿A que no sabíais que la esperanza es un término médico? Yo, tampoco. Son cosas que vamos aprendiendo.
Con mi asistencia a seminarios, jornadas y congresos, mi lenguaje sobre salud mental se ha ido enriqueciendo, ha ido tomando forma, al tiempo que mi libreta de notas atesora imágenes y descubrimientos. Ahora ando detrás de un discurso circular que me permita hablar con solvencia sobre salud mental, en la seguridad de que el uso de las palabras precede a las soluciones.
Creo que fue en la ciudad hermana de La Coruña cuando escuché que la recuperación de un trastorno mental severo es posible, pero que en cualquier caso, la sanación empieza por la recuperación de la esperanza por un proyecto de vida. La asociación de ideas es clara: la esperanza es signo de salud.
Si tomamos un poco de distancia, veremos que la esperanza nos remite a un doble significado.
Un primer sentido nos hace pensar en las bienaventuranzas, en la vida como experiencia mística. La espera es la actitud suprema que debe regir este mundo de sinsabores y lamentos. Debemos proyectar nuestra alma hacia la existencia ulterior, donde se nos colmará de felicidad, pues ahora solo vemos dolor y falso gozo.
Pero vamos al sentido médico de la esperanza, al día a día, y averigüemos porqué hay falta de ella en los planes individuales, porqué nos abandonamos, porqué nos paraliza la incertidumbre. Y mi opinión es que no sabemos con certeza si el camino que estamos transitando nos llevará a la victoria, a la independencia, a la libertad, al bienestar. Y esto pesa como una losa.
El caso es que sabiendo el carácter balsámico de tener una razón para vivir, por qué no introducimos esta variable en los procesos del sistema nacional de salud, en las propias unidades de salud mental.
La sensación de estar en camino, de que orientas tus pasos en la dirección correcta, la sensación de estar haciendo lo justo y necesario, y que al hacerlo conseguirás tus fines, hará de la vida un sitio acogedor, no exento de alegría, y el horizonte ya no será una línea inalcanzable. Así, hasta la plenitud (y en compañía de los medicamentos).
Mi consejo para reconstruir ese círculo emocional y afectivo que ha saltado por los aires, por un fallo de la salud mental, es mirar en tu interior en busca de esa energía vital, y proyectarla hacia tu entorno social, en espera de una respuesta. El contagio de la esperanza requiere un rol activo.
No se conocen medicinas que te proporcionen esperanza, como si de vitaminas se tratase. Es este un gesto ante la vida, algo que hay más allá de la luz que ven los ojos, y acaso el tesoro mejor guardado. ¿Quién no se ha preguntado por el elixir de la vida eterna?
Mientras tanto, hagamos que la noche y los días se sucedan como las olas de un mar en calma, y que el aire invisible que es la brisa, acaricie nuestros espíritus hasta hacerlos despertar.
Trabajemos para que la esperanza no sea un bien escaso, y que cualquiera de nosotros pueda disfrutar de sus beneficios.