Sin miedo a ser pesimista, las democracias occidentales hacen aguas con una pérdida de objetivos e identidades que parecen haber quedado trasnochadas. Ahora el objetivo de una democracia no es la mejora del estado de libertades y bienestar en la paz, sino el buenismo bienpensante, y eso de la identidad como nación es cosa de trogloditas, como si todos los valores y la cohesión que nos han llevado hasta un estado de bienestar fuesen inválidos.
Preguntarse cómo hemos llegado hasta aquí, donde gobernantes pugnan contra el Estado, el comunismo obtiene el 20% de los votos, los filoterroristas son considerados “hombres de paz”, y el robo de demasiados que manipulan erarios públicos es tan descarado que existe la máxima de: “el que no roba es que es tonto”; es una labor que todos debemos hacernos antes de depositar nuestro voto en la urna.
El sistema no es corrupto, pero lo está. Los políticos nos mienten tanto, que política y mentira llegan a convertirse en sinónimo en estas latitudes. Resultaría impensable en otras democracias que los políticos mintieran sin asumir responsabilidades.
Existen países en los que un político dimite si se ve forzado a realizar algo contrario a su programa. Imagínese que escándalo si mintiese o manipulara, algo que asumimos a diario aquí.
Demasiados políticos también nos roban o malgastan el dinero público. Casos de corrupción como los EREs andaluces, la sanidad valenciana, o los 15.000 euros gastados en prostitutas, son estratosféricos en democracias donde un político dimite tras ser cazado comprando pañuelos de papel con la tarjeta del partido.
La diferencia es clara. El otro país se llama Finlandia y tiene la mejor educación del mundo, que al contrario de lo que deducen ligeramente muchos, no solo se debe al sistema educativo, sino principalmente a la educación en valores morales que se les da en casa y socialmente a los niños, educados en la responsabilidad.
¿Saben en qué basan ese sistema de valores ? En una educación cristiana, en los principios judeocristianos del “no robarás”, “no mentirás” y la máxima cristiana “no hagas al prójimo lo que no quieres para ti mismo”.
Allí reconocen que los principios de libertad y dignidad humana están basados en el cristianismo al considerar al ser humano como hijo de Dios, y a Él como también humano.
Por eso ninguna religión es perseguida de forma directa o indirecta, el clima de cooperación religiosa es fructífero, y toda decisión estatal sobre asuntos sociales siempre pasa por la consulta a las diferentes congregaciones religiosas. Es más, ser una persona religiosa está bien visto en un país con el índice de educación más alto del mundo y el de corrupción más bajo del mundo.
Resultaría asombroso comprobar como poco más de 5 millones de personas sostienen un país con mejores servicios que los nuestros, lo que obliga a pensar en la enorme distracción de dinero público en España.
Sin obviar que tras recibir más de 30.000 refugiados con sus costumbres, ha sido un shock, han tenido que realizar un plan de reeducación para que estos se integrarán en el país.