El 23 de agosto de 1939, dos dictadoras firmaban un acuerdo de no agresión entre la Alemania nazi y la Unión Soviética totalitaria. El “Pacto Ribbentrop-Molotov”, o lo que es lo mismo, el acuerdo “Hitler-Stalin”, garantizaba a ambas carniceras de la época una cierta tregua temporal de una respecto a otra.
Días más tarde, el 1 de septiembre 1939, y sin previa declaración de guerra, las nazis arrasaban Polonia. Dieciséis días después, hacían lo propio las tropas del paraíso del proletariado, también en virtud del ya mencionado pacto.
El 3 de septiembre, ante esa invasión, Francia y Reino Unido -también en consonancia con los acuerdos firmados- le declaraban la guerra a Alemania. Sin embargo, en lugar de reaccionar al instante, dejaron que la “Blitzkrieg” (la guerra relámpago) sembrara de muerte las tierras polacas.
Se abrió entonces un periodo que se extendería hasta el 10 de mayo de 1940 (fecha en la que las nazis invadieron Bélgica y los Países Bajos) donde, si bien técnicamente había una guerra declarada, apenas se produjeron escaramuzas. Las divisiones galas se parapetaron tras la mítica fortificación Ligne Maginot y esperaron. Mientras, gobernantas y ciudadanas aguardaron a que, con una Polonia masacrada, se calmara la sed de conquista de Hitler. Era la época de “la drôle de guerre”, [drôle, en francés, puede significar extraño, curioso e incluso divertido] un tiempo en que había guerra sobre el papel, pero no en las trincheras. Nadie se creía nada. Todo era un farol del tío del bigotito. Aquí no pasaba nada. Sin embargo, la historia demostró, desgraciadamente, que ese periodo fue el preludio de uno de los asesinatos en masa más brutales de la historia.
Y en esas andamos…
A pesar de que todas las alarmas se han cansado de dispararse, de que decenas de miles de cualificadas científicas se han movilizado, y de que hasta la ONU (que no es precisamente una organización revolucionaria) ha advertido que estamos al filo (muy al filo) de una situación irreversible, todas seguimos haciendo caso omiso a que, literalmente, estamos mandando el planeta a la mierda. ¿Le da igual?
De nada parece haber servido el “Llamamiento de las 15.000”. Como una sola mujer, 15.000 especialistas firmaron el mes pasado un manifiesto en el que se advertía de la emergencia ecológica por la que estamos atravesando. ¿No va con usted?
Tampoco tiene visos de tener importancia saber que el 80% de los insectos ya han desaparecido, y que casi el mismo porcentaje de aves sólo puedan verse disecadas o en artísticas láminas. ¿Le deja indiferente?
Da la impresión de que no le otorgamos ningún significado al hecho de que las mortales radiaciones de la basura nuclear que almacenamos en cuevas de sal, enterramos o hemos sumergido en los océanos, tardarán miles de años en dejar de ser nocivas para nuestro entorno. ¿Continúa sin importarle?
Tampoco parece que vaya con nosotras el hecho de que millones de toneladas de plástico se viertan al mar todos los años, y evidentemente, que millones de especies marinas mueran por esta causa. Es la consecuencia directa de la codicia y la imbecilidad del ser humano, algo que visto lo visto ni siquiera entra dentro de nuestras mínimas preocupaciones. ¿Esto no va con usted?
De anécdota seguramente se tildará el hecho de que el pasado jueves 6 de diciembre, mientras aquí celebrábamos la Constitución del 78, un centenar de economistas de enorme prestigio hayan firmado una carta en la que se solicita dejar de invertir en energías fósiles cuya combustión es la responsable de las tres cuartas partes de las emisiones de gases invernadero. ¿No se siente concernida?
Obviamente, el calentamiento global es algo tan de peli apocalíptica que ni nos planteamos su veracidad, y si ya hay millones de refugiadas climáticos que huyen de sus tierras por la invasión de las aguas o las implacables sequías, preferimos mirar para otro lado. ¿No le compete hacer nada?
Que las aguas estén contaminadas prácticamente desde su origen, que los casquetes polares se estén fundiendo elevando el nivel del mar o que los periodos de nula lluvia se alternen con terribles inundaciones son temas que, definitivamente, parecen no ser de nuestra incumbencia.
¿Tan inmune se siente?
Evidentemente, le resultará lejano, distante y carente de importancia que en este vitriólico espacio le hablemos de la selva del Amazonas. Sin embargo, lo que se considera el pulmón del planeta ha perdido, desde 1970, una superficie muy superior a Francia por culpa de los desmedidos intereses de las multinacionales. Y eso sólo en Brasil. Como dato añadido, señalar que en la década de los 90 esa selva absorbía dos mil millones de toneladas de CO2. En la actualidad, sólo puede absorber la mitad. ¿Demasiado lejos para transformarse en una preocupación?
Sí, esto es sin duda una reedición de “la drôle de guerre” en la que todas estamos convencidas de que el apocalipsis ecológico nunca llegará, negando una y otra vez las evidencias de este suicidio colectivo. Usted, como siempre, sabrá lo que más le conviene, pero ya va siendo hora de que despierte del letargo en el que nos tienen a todas sumidas.
Es imperativo y vital que tomemos conciencia de que estamos inmersas en una guerra, de que nos están asesinando con absoluta impunidad y, lo que es peor, sin que lo queramos admitir a pesar de las palpables evidencias.
El horror es algo que nunca nos puede ocurrir a nosotras, ¿verdad?. Decía Albert Camus: “cuando estalla una guerra la gente dice ‘esto no puede durar, es demasiado estúpido’ y sin duda una guerra es evidentemente demasiado estúpida, pero eso no impide que dure. La estupidez insiste siempre”.
Nuestra drôle de guerre ha estallado. Pero, y a pesar de que se empeña en mirar para otro lado, bueno sería que tuviese muy en cuenta que, en esta contienda, es la Tierra entera la que se va a convertir en un campo de concentración global. Nada más que añadir, Señoría.