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La dramática muerte de Antonio Machado

Es obvio que algunos escritores, como los hermanos Manuel y Antonio Machado, tienen una extensa bibliografía que se aumenta con ocasión de ciertas efemérides, a veces celebradas por motivaciones un tanto arbitrarias. Creemos que no es el caso que hoy recordamos, pues la dramática muerte de Antonio es, también, representativa de la tragedia que muchos españoles padecieron en la Guerra Civil y posteriores años del postfranquismo, cuando, como él, iniciaron una huida a la desesperada que la del sevillano quedó interrumpida en un pueblecito costero francés, no lejos de la frontera.
A los hermanos Machado en muchos manuales se les estudian como si fuesen siameses, cuando en realidad cada uno tuvo su propia poética y su particular modo de construir el poema. No obstante, se debe reconocer que, entre ambos, existieron unas afinidades que resultan imposible disociarlas, lo mismo en lo literario que en lo político; también es cierto que en determinados momentos de sus vidas, lo estético y lo ideológico marcan grandes diferencias entre los dos, a causa de las circustancias con las que se vieron obligados a convivir.
Si la década de los años veinte es la de mayor colaboración entre ambos, sobre todo en el dominio del teatro, la guerra transformó a Antonio cuando decide que su compromiso político lo antepone a cualquier preocupación, él que no se había afiliado jamás a nada, a excepción de formar parte de una logia masónica, como había sucedido con su abuelo. Desde entonces es continua la actitud de combatiente. El primer texto donde se mostraría una descontrolada rabia fue en el poema sobre el fusilamiento de García Lorca: “ ...El pelotón de verdugos
no osó mirarle la cara
Todos cerraron los ojos;
rezaron: ¡Ni Dios te salva!
...Que fue en Granada el crimen! El poema parece haberlo hecho en setiembre de 1936, casi inmediato al fusilamiento y publicado en octubre, cuando Madrid empieza a ser bombardeado por los golpistas y el General Mola, uno de ellos, desde Ávila avanza hasta la capital. El éxodo de Antonio Machado se inicia y en ese ir de un lugar a otro nos lo sitúa, primero en Valencia (1937). Quienes lo vieron y después cuentan, dicen que lo hallaron mucho más viejo para su edad (62 años), encorvado, arrastrando los pies; siempre fumando y con su “torpe aliño indumentario”- De Rocafort a Barcelona, residiendo en Torre del Castañar, en una gran mansión atestada de familias republicanas. Machado ya era un hombre acabado. Sucedía por el mes de enero de 1939. Y de Barcelona a Figueras y después, a la frontera con Francia. La noche del 27 al 28, llegan las autorizaciones para que la familia Machado pudiera atravesar los controles sin impedimentos. Corpus Barga, que se convertiría en cronista directo de este viaje, cuenta que se realiza en ambulancia. Fue un avance lento y vacilante, donde Doña Ana, la madre del poeta, da muestras de creciente desvarío. La situación fue tensa. Los que huían eran muchísimos.

Los vehículos -sigue contando Corpus Varga- se empotraban unos en otros, impidiendo cualquier avance. La gente se lanzaba fuera de los coches y los camiones, empujados por el deseo de llegar cuanto antes. La primera parada es en Corbère. Allí, en el café de la estación , Antonio pasó la noche sentado en una silla. De aquella noche, la primera en el exilio, noche fría y lluviosa, se ha contado infinitas veces que Doña Ana, con sus casi noventa años, con los cabellos chorreando, se dice que repetía una y otra vez. “¿Hemos llegado ya a Sevilla?”

Dos días más tarde, el grupo de la familia Machado, se dirige a Colliure, instalándose en un pequeño hotel. Frente a la calumnia que hizo correr la derecha vencedora, de que Machado se sintió desasistido por los suyos, lo cierto es que le trajeron una carta del ministro de Estado de la República Española, en la que le ofrecía llevarlo a París, corriendo la Embajada con todos los gastos. Nuestro autor no lo aceptó, optando por quedarse en cualquier pueblo cercano.. A comienzos de 1939, el mismo Machado describió el final que le esperaba; habla de sus futuros proyectos, como el residir cuanto más en Francia y quizás poder trasladarse a la Unión Soviética. Pero como no es joven, la realidad le siembra de continuos espejismos esperanzadores. Un día, acompañado de su hermano José, se acercan al mar. José advierte que Antonio no quería hablar y apenas podía dar un paso. La muerte le llega el 22 de febrero. Tres días más tarde, le seguirá su madre en el mismo camino.
Ya no había nada que caminar. Como dice Concha Zardoya, la muerte machadiana fue el no-camino.
Texto extraído del libro de M. Abad, Manuel y Antonio Machado. Dos biografías paralelas. Málaga. Arguval, 2011

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