Sólo en Alcolea hubo fuego cruzado que causó 140 bajas francesas y 200 españolas. El día 7-06-1808 los franceses entraron a degüello en Córdoba. Cometieron toda clase de atrocidades y saqueos. Hasta 500 carros cargados se llevaron de botín de guerra. Violaron y asesinaron a las mujeres. A las monjas de un convento, tras violarlas y darles muerte, las colgaron de los árboles. El 8-06-1808, Dupont supo que los españoles cortaron sus comunicaciones con Madrid, al haber aniquilado sus destacamentos dejados en Sta. Cruz de Mudela y Sierra Morena. El día 14 la escuadra francesa se rindió en Cádiz cayendo en manos españolas 5 navíos, 1 fragata, 3.676 marinos, 442 cañones y 1.429 fusiles. El día 16 Dupont retrocedió hasta Andujar, con una serie de marchas y contramarchas que, en medio de un calor asfixiante, dejaron a las tropas exhaustas. Ese agotamiento, junto a la estrategia de Castaños, hizo que éste venciera a Dupont el día 19-07-1808 en la batalla de Bailén. Las tropas francesas sufrieron una derrota humillante. Fue la primera vez que un ejército napoleónico cayó derrotado, con 19.000 prisioneros, incluido su general en jefe Dupont, que triste, angustiado y con el gesto cariacontecido dijo a Castaños: “General, os entrego esta espada vencedora en 100 combates”.
Y Castaños, se la devolvió diciéndole con modesta caballerosidad, no exenta de ironía: “Pues general, mi primera victoria es ésta!”. Al enterarse Napoleón exclamó: “¡Es una infame capitulación, una mancha que ha caído sobre mi uniforme!”. Y recriminó a Dupont: “¡Desgraciado!. ¡Qué desastre!. Lo que es la guerra: un solo día basta para deslucir la carrera de un hombre!”. El general e historiador francés Foy, que intervino en la guerra de 1808 y fue el forjador de la leyenda mítica de que el ejército francés era invencible, dice, en cambio, en su “Historia de la guerra de la Península”. Libro VI: “España debió aparecer, de pronto, altiva, noble, apasionada, poderosa, tal como había sido en sus tiempos heroicos. ¡Qué fuerza y qué poderío!. Inglaterra deliró de gozo. Europa oprimida se volvió hacia España, y todos los pueblos fijaron su mirada en el punto de donde irradiaba de manera tan imprevista un destello de luz que había de alumbrar al mundo. En Bailén la estrella de Napoleón empezó a declinar”. Tardaría 6 años en ganarse la guerra, pero la derrota fue decisiva. Europa se dio cuenta de que Francia no era ya invencible. En 1809 el comandante francés Baligny decía en la “Revista de los dos Mundos”: “Bailén ha decidido el destino del mundo”. Y el zar Alejandro I de Rusia, dijo: “Si España, un país mucho más pequeño que Rusia, ha sido capaz de resistir tanto tiempo, ¿cómo no vamos a ser nosotros capaces de plantar cara a Napoleón?”. España había derrotado con las armas por primera vez al imperio napoleónico.
Tras la batalla de Bailén, José huyó de Madrid; como lo hizo tras las derrotas de Arapiles y Vitoria, y por última vez el 30-03-1814. José fue apodado: “Rey huidizo”, “Rey intruso”, “Rey de copas” y “Pepe botella”. Pero bien que advirtió a Napoleón. El 10-07-1808 le decía en una carta: “No hay un solo español que se declare a mi favor”. Y el día 24 insistía en otra: “Tengo por enemiga a una nación de 12 millones de españoles, bravos y exasperados hasta el extremo. Lo que se hizo aquí el 2 de mayo es odioso. No, señor, estáis en un error. Vuestra gloria se hundirá en España”. Y Napoleón decía a su embajador en España el 17-06-1808: “La nación española se encuentra en el estado de odio y humillación en que los últimos acontecimientos la han sumido”. La batalla de Bailén produjo una conmoción en Francia y en todo el mundo. El propio Napoleón quiso vengar tal indignidad, viniendo a España al mando de 180.000 hombres más. Ganó batallas en los alrededores de Madrid, entró en la capital y dominó de nuevo la situación algún tiempo, pero ya nada volvería a ser lo mismo. Después los españoles ganarían las batallas de Zaragoza, Gerona, La Albuera, Salamanca, Valencia, Arapiles, San Sebastián, San Marcial y Vitoria.
Por el Tratado de Valençia de diciembre de 1813, Napoleón reconocía su derrota y devolvió la corona a Fernando VII. Un factor muy importante para que se ganara la guerra a Francia fue la guerrilla. Hubo unas 4.000 partidas y unos 50.000 guerrilleros, causando a los franceses gran desgaste material y moral. Los franceses les tenían verdadero pánico. Del patriotismo y espíritu de lucha que llevaban impregnado nos da idea la siguiente proclama de Romeu, jefe guerrillero de Sagunto: “Volemos, hijos de Sagunto; volemos al campo del honor. Preso nuestro rey, vilmente hollada nuestra Patria, juremos no doblar jamás la cerviz al grupo afrentoso de esos engañadores que so pretexto de amistad, pretenden tiranizarnos. Vencer o morir, sea nuestro juramento irrevocable”. Wellington dijo de las guerrillas: “Estos españoles hacen sus ejércitos con una cosa que llaman entusiasmo”. Y Napoleón llamó a los guerrilleros “perros, miqueletes, insurrectos y partisanos”. Entre los guerrilleros más destacados figuran Espoz y Mina: Era analfabeto. Mandó 14.000 guerrilleros con el grado de Mariscal de Campo. El Empecinado: Mandó 5.000 hombres y fue Brigadier. El cura Merino: Se distinguió por su crueldad. Pablo Morillo: De soldado en Bailén, llegó a general en Vitoria. Eroles: Llegó a teniente general. El Médico: Terminada la guerra fue nombrado capitán General en América.etc.
Pero sería yo muy injusto si no citara también por su heroísmo a mujeres tan valientes como lo fueron Agustina de Aragón: La heroína de Zaragoza, que ya saben que estuvo 5 años en Ceuta. Martina Ibarriaga: Que se hizo pasar por hombre y llegó a teniente coronel, hasta que cayó herida y un joven médico, muy sorprendido, descubrió la verdad. Rosa Aguado: Espía al servicio de Wellington, que se hizo pasar por amante del general francés Kellermann. María Bellido: Que organizó la llevada de agua a las tropas de Bailén. Y las heroínas del 2 de Mayo en Madrid, entre otras: Casta Álvarez, Manuela Sancho, Manuela Malasaña, Clara del Rey y Benita Pastrana, etc. Otro poema de López García, el “Cantor del 2 de Mayo”, dice así: “Suenan patrióticas canciones/ cantando santos deberes/ y van roncas las mujeres/ empujando los cañones/ al pie de libres pendones/ el grito de patria zumba/ el rudo cañón retumba/ el vil invasor se aterra/ y al suelo le falta tierra/ para cavar tanta tumba”. El 19-04-1814 se firmó un armisticio para repatriar con armas y bagajes las tropas francesas que quedaban en España. Y el 30 de mayo se firmó un Tratado de Paz entre España y Francia. La guerra había terminado. España perdió 300.000 vidas; y Francia, según el general francés Lemiére, 500.000. Generales franceses murieron 33, heridos 21, derrotados 44, y 5 prisioneros. Pero nadie debería de haber muerto si hubiera habido paz; porque, como D. Quijote dijo: “La paz es el mejor bien que se tiene en la vida, y no es bien que hombres honrados sean verdugos de otros hombres”. La Gaceta de Madrid (B.O.E.) publicó el 19-10-1813 una orden de Wellington que, entre otras cosas, decía: “¡Guerreros del mundo civilizado!”: Aprended a serlo de los individuos del IV ejército español, que tengo la dicha de mandar. Cada soldado de él, merece con más justo motivo que yo el bastón que empuño. ¡Españoles!. Distinguidos sean hasta el fin de los siglos vuestros compatriotas, por haber llevado su denuedo y bizarría a donde nadie llegó hasta ahora y donde con dificultades podrán llegar otros, si acaso es posible. ¡Franceses!: Huid, o pedid que os dictemos leyes, porque el IV ejército español va detrás de vosotros y de vuestros caudillos a enseñarles a ser soldados”. Y eso lo dijo Wellington, pese a que otro día tuvo también que decir: “El ejército español no está alimentado, ni pagado, ni vestido. ¿Tenemos la culpa de que las Cortes hayan descuidado sus deberes, malgastando el tiempo en estériles debates?. Fíjense bien, que Castaños, tras la victoria de Bailén, ordenó que la tropa tuviera como rancho extraordinario del mayor lujo posible “un buen gazpacho”. Y él no pudo aceptar una comida de gala que le ofreció Wellington, al no poder luego corresponderle. En los frentes de batalla se hizo muy popular una copla de la tropa que decía: “Un soldado de Marina/ se puso a pintar el sol/ y de hambre que tenía/ pintó un pan de munición”.
Pero, al final, Napoleón, que tanto odiaba a España y a los españoles, reconocía expresamente en las “Memorias de Santa Elena”, escritas por Las Cases en 1842: “Los españoles todos, se comportaron como un solo hombre de honor. Enfoqué mal ese asunto; la inmoralidad debió resultar demasiado patente; la injusticia demasiado cínica, y todo ello harto malo, puesto que he sucumbido”. Y en el libro de Ronald Frases, Napoleón dijo: “Esa maldita guerra de España fue la causa primera de todas las desgracias de Francia. El origen de mi infortunio está ligado a ese nudo fatal: ha provocado que en Europa se me pierda el respeto, ha complicado todas las cosas y ha abierto una escuela para los soldados ingleses. Esa maldita guerra me ha perdido...”. Y, efectivamente, España fue el infierno de Napoleón. El general francés Thiébault, combatiente en la guerra, dijo: “¡Qué terrible lección por el hecho de que España, entonces sin Administración y sin fuerza, la España que en Europa se encontraba sin posición política ni militar, se convirtiera en la más potente causa de la ruina y el aniquilamiento de un hombre inmenso que, en su soberbio desdén por los españoles, había podido creer que podía robarle impunemente sus flotas, sus ejércitos, sus fortalezas y su rey!”. Y el ministro alemán Stein, en carta al general ruso Wittgenstein, le decía: “Los sucesos en España han causado gran sensación y demuestran lo que puede hacer una nación a fuerza de valor”. Con los reyes secuestrados y España ocupada, Napoleón creó un gran vacío de poder. Pero las Juntas locales, provinciales y central, se erigieron en titulares del poder y en depositarias de la soberanía nacional.
Las Cortes aprobaron la Constitución liberal de 1812. Fue la primera Carta Magna democrática de España. Rompió con el “Antiguo Régimen” y creó un orden nuevo. Como extremeño, les refiero un dato poco conocido. Y es que la Constitución de 1812, fue elaborada por 5 Diputados extremeños: Diego Muñoz Torreros, Presidente de las Cortes; José Mª Calatrava, ex Presidente del Gobierno, Francisco Fernández Golfín, Oliveros y Luján.
Esa Carta Magna estableció que la soberanía nacional reside en el pueblo; los españoles pasaron de súbditos a individuos con derechos y libertades; se abolió la Inquisición; se implantó la división de poderes de Montesquieu, etc. También originó serios problemas, cuyo análisis excede del tiempo de que dispongo. De aquella victoria de España sobre Francia, nos dejó dicho el eximio historiador Menéndez Pelayo: “Nunca, en el largo curso de la historia, despertó nación alguna tan gloriosamente, después de tan torpe y pesado sueño, como lo hizo España en 1808”. Y quien les habla modestamente piensa que, con la victoria de 1814, España recobró sus auténticas señas de identidad y se asentó, se consolidó y se fortaleció en toda su plenitud como Nación libre, como país independiente y como Estado soberano.
Pienso que las generaciones posteriores a 1808 tenemos contraída una deuda de honor con aquellos bravos españoles que tantos esfuerzos, sacrificios, penalidades y derramamiento de sangre dieron por España. Creo que nuestro deber moral es recordarlos, respetar su memoria, estarles agradecidos y honrar su dignidad y alto sacrificio. Un estadista de juicio sereno y ponderado, como era D. Emilio Cautelar, nos dejó dicho: “Las naciones que olvidan los días de sacrificio y los nombres de sus mártires, no merecen el inapreciable bien de la independencia”. Y aquellos antecesores nuestros prefirieron morir por la Patria, antes que vivir subyugados. Con su victoria en las armas sobre Francia nos legaron una Nación libre y un destino soberano. Con su sangre consiguieron que España tuviera un único dueño, un sólo autor y un exclusivo destinatario: El pueblo español. Sras. Y Sres.: Ha sido un placer para mí honrar aquí con Uds. a quienes restituyeron y pusieron a salvo la dignidad nacional de España. Muchas gracias.