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La derrota de Francia por España en 1808 (y III)

Continúo con la tercera y última entrega del tema arriba epigrafiado. Entre los españoles se había dado en principio el desorden y la desunión. El pueblo estaba dividido en dos bandos: los “patriotas” y los “afrancesados”. Pero empezaron a ganar batallas: Bruch, Zaragoza, Valencia y Bailén. Me detengo resumiendo la última. Por orden de Napoleón, el 23-05-1808 salieron de Toledo tropas francesas al mando del general Dupont hacia Cádiz, para intentar salvar a la escuadra francesa que se hallaba surta en dicho puerto en inminente peligro. El 31 franquearon Despeñaperros sin resistencia. El día 7-06-1808 los franceses entraron a degüello en Córdoba. Cometieron las mayores tropelías, atrocidades y saqueos. Se llevaron 500 carros cargados del botín. Violaron y asesinaron a las mujeres. A las monjas de un convento, tras violarlas y asesinarlas, las colgaron de los árboles para atemorizar.
El 8-06-1808, Dupont se quedó incomunicado con Madrid, porque los españoles aniquilaron sus destacamentos dejados en Santa Cruz de Mudela y Sierra Morena. Y el 14, la escuadra francesa se rindió en Cádiz, cayendo en manos españolas 5 navíos, 1 fragata, 3.676 marinos, 442 cañones y 1.429 fusiles. Entre los días 16 y 18  de julio Dupont sometió a sus tropas a duras marchas hacia Andújar que, junto con el calor asfixiante, terminaron exhaustas y extenuadas. El 18 dejaron Andújar y se dirigieron a Bailén buscando el apoyo de de la división francesa del general Vedel que estaba en la Carolina, y creyendo que el grueso del ejército español no estaba en Bailén, sino en Visos de Andújar. Pero el general Reding hacía ya dos días que se había posicionado en Bailén, donde se entabló la lucha. Los franceses cargaron hasta tres veces a la bayoneta contra los españoles, yendo Dupont y sus generales a la cabeza; pero no fueron capaces de romper el valor y la acometividad derrochados por los españoles.
La acertada estrategia del general Castaños consiguió vencer a Dupont el día 19-07-1808 en la Batalla de Bailén, o “Batalla de los olivos”, como la han llamado los historiadores Moreno Alonso y Mozas Mesa, por haberse librado, paradójicamente, entre el árbol simbólico de la paz, el olivo, que fue testigo mudo de tantas muertes: 2.200 franceses y 240 españoles. El día 20, el conde de Tilly,  informaba a la Junta de Sevilla: “En el día de ayer, España logró la victoria más completa que desde muchos siglos atrás ha visto la Nación”. Las tropas francesas sufrieron una derrota humillante. Fue la primera vez que un ejército napoleónico cayó derrotado a campo abierto y con 17.600 prisioneros, incluido su general en jefe Dupont, que triste, angustiado y con el gesto circunspecto y cariacontecido dijo a Castaños: “General, os entrego esta espada vencedora en cien combates”. Y Castaños, se la devolvió diciéndole en tono mesurado, pero no exento de ironía: “Pues general, esta es mi primera victoria”. Conocida la derrota, Napoleón exclamó: “¡Es una infame capitulación, una mancha que ha caído sobre mi uniforme!”.
De Dupont murmuró: “¡Desgraciado!. ¡Qué desastre!. Lo que es la guerra: un solo día basta para deslucir la carrera de un hombre!. El escritor Standhal, dice en su libro “Vida de Napoleón”, que la rendición en Bailén del ejército francés produjo tal desesperación al emperador que: “Ni Rusia, ni Waterlóo causaron parecido efecto adverso en su alma orgullosa”. El general francés Foy, combatiente en 1808 y forjador de la leyenda mítica de que el ejército francés era invencible, dice en su Historia de la guerra: “España debió aparecer de pronto altiva, noble, apasionada, poderosa, tal como había sido en sus tiempos heroicos. ¡Qué fuerza y qué poderío!. Inglaterra deliró de gozo. Europa oprimida se volvió hacia España, y todos los pueblos fijaron su mirada en el punto de donde irradiaba un destello de luz que había de alumbrar al mundo”.  La victoria de Bailén cambió la historia de España. La estrella de Napoleón comenzó a declinar, y nuestro país empezó a ser su infierno.  Europa se dio entonces cuenta de que Francia no era invencible. En 1809 el comandante francés Baligny decía en la “Revista dos Mundos”: “Bailén ha decidido el destino del mundo”. Y el zar Alejandro I de Rusia, dijo: “Si España, un país mucho más pequeño que Rusia, ha sido capaz de resistir tanto tiempo, ¿cómo no vamos a ser nosotros capaces de plantar cara a Napoleón?”.
Tras la batalla de Bailén, José huyó de Madrid como lo hizo tras las derrotas de Arapiles y Vitoria, y por última vez el 30-03-1814. Por ello fue apodado: “Rey huidizo”, “Rey intruso”, “Rey de copas” y “Pepe botella”. Él vaticinó la derrota a su hermano Napoleón. El 10-07-1808 le advertía: “No hay un solo español a mi favor”. Y el día 24 le insistía: “Tengo por enemiga a una nación de 12 millones de españoles, bravos y exasperados hasta el extremo. Lo que se hizo aquí el 2 de mayo es odioso. No, señor, estáis en un error. Vuestra gloria se hundirá en España”.  Napoleón comentó a su hermano Luciano, embajador en Madrid: “España se encuentra en estado de odio y humillación”. La batalla de Bailén produjo una conmoción en Francia y en todo el mundo. El propio Napoleón quiso vengar tal indignidad y vino a España al mando de 180.000 hombres. Ganó batallas cerca de Madrid, donde entró y dominó de nuevo la situación durante algún tiempo, pero ya nada volvería a ser igual. Después, España ganaría las batallas de Zaragoza, Gerona, La Albuera, Salamanca, Valencia, Arapiles, San Sebastián, San Marcial y Vitoria. Por el Tratado de Valençia de diciembre de 1813, Napoleón reconocía su derrota y devolvió la corona a Fernando VII.
Un factor decisivo del triunfo fue la guerrilla. Hubo 4.000 partidas y 50.000 guerrilleros, de los que Napoleón se mofaba llamándoles: “Perrros, miqueletes, paisanos, insurrectos, por eso la llamo guerra de partisanos, que no es nada”. Pero causaron a los franceses gran desgaste material y moral. Llevaban impregnado el patriotismo y espíritu de lucha de los que da idea esta enaltecida proclama del jefe guerrillero de Sagunto, Romeu: “Volemos, hijos de Sagunto, al campo del honor. Preso nuestro rey, vilmente hollada nuestra Patria, juremos no doblar jamás la cerviz al grupo afrentoso de engañadores que, so pretexto de amistad, pretenden tiranizarnos. ¡Vencer o morir, es nuestro juramento irrevocable!”.  Entre los más destacados figuran Espoz y Mina: Pese a ser analfabeto, mandó sobre 14.000 guerrilleros con el grado de Mariscal de Campo. El Empecinado: Fue brigadier y mandó 5.000 hombres. El cura Merino: Se distinguió por su crueldad. Pablo Morillo: De soldado en Bailén, llegó a general en Vitoria. Eroles: Llegó a teniente general. El Médico: Terminada la guerra fue nombrado capitán general en América, etc.
Y cito también por su heroísmo a las mujeres: Agustina de Aragón, que vivió 5 años en Ceuta. Martina Ibarriaga: que se hizo pasar por hombre y llegó a Teniente Coronel, hasta que cayó herida y un médico, muy sorprendido, descubrió su “arma secreta”. Rosa Aguado: Espía  de Wellington, que se hizo pasar por amante del general francés Kellermann. María Bellido: Que organizó la llevada de agua a las tropas de Bailén. Y las  heroínas del 2 de Mayo Clara Rey, su hija Manuela de 17 años, Benita Pastrana, Benita Sandoval, Casta Álvarez y la niña de 12 años Manuela Aramayona. El poeta López García dijo de aquellas bravas mujeres: “Suenan patrióticas canciones/ cantando santos deberes/ y van roncas las mujeres/ empujando los cañones/ al pie de libres pendones/ el grito de patria zumba/ el rudo cañón retumba/ el vil invasor se aterra/ y al suelo le falta tierra/ para cavar tanta tumba”.
El 19-04-1814 se firmó un armisticio para repatriar las tropas francesas que quedaban. Y el 30 de mayo se firmó el Tratado de Paz hispano-francés. La guerra había terminado. España perdió 300.000 vidas; y Francia, según el general Lemiére, 500.000. Murieron 33 generales franceses, 21 heridos, 44 derrotados y 5 prisioneros. Wellington publicó el 19-10-1813 una orden que decía: “¡Guerreros del mundo civilizado!”: aprended a serlo de los individuos del IV ejército español que tengo la dicha de mandar. Cada soldado de él, merece con más justo motivo que yo el bastón que empuño. ¡Españoles!. Distinguidos sean hasta el fin de los siglos vuestros compatriotas, por haber llevado su denuedo y bizarría a donde nadie llegó hasta ahora. ¡Franceses!: Huid, o pedid que os dictemos leyes, porque el IV ejército español va detrás de vosotros y de vuestros jefes a enseñarles a ser soldados”.
Y eso lo aseveró pese a que antes se había quejado diciendo: “El ejército español no está alimentado, ni pagado, ni vestido. ¿Tenemos la culpa de que las Cortes hayan descuidado sus deberes, malgastando el tiempo en estériles debates?. Tras la victoria de Bailén, para celebrarla, Castaños ordenó que la tropa tuviera como  mejor rancho posible “un buen gazpacho”. Y en el frente se cantaba la copla: “Un soldado de Marina/ se puso a pintar el sol/ y de hambre que tenía/ pintó un pan de munición”.  Napoleón, que tanto odiaba nos odiaba, reconocía en sus Memorias de Santa Elena en 1842: “Los españoles todos, se comportaron como un solo hombre de honor. Enfoqué mal ese asunto; la inmoralidad debió resultar demasiado patente; la injusticia demasiado cínica, y todo ello harto malo, puesto que he sucumbido”. Y en el libro de Ronald Frases, Napoleón dijo: “Esa maldita guerra de España fue la causa primera de todas las desgracias de Francia. El origen de mi infortunio está ligado a ese nudo fatal: ha provocado que en Europa se me pierda el respeto, ha complicado todas las cosas y ha abierto una escuela para los soldados ingleses. Esa maldita guerra me ha perdido...”.
El general francés Thiébault, exclamó en 1808: “¡Qué terrible lección la de España, entonces sin Administración y sin fuerza; que en Europa se encontraba sin posición política ni militar, y se convirtió en la más potente causa de la ruina y el aniquilamiento de un hombre inmenso que, en su soberbio desdén por los españoles, creyó que podía robarle impunemente sus flotas, sus ejércitos, sus fortalezas y su rey!”. Y el ministro alemán Stein, escribió: “Los sucesos en España han causado gran sensación y demuestran lo que puede hacer una nación a fuerza de valor”. En España, Menéndez Pelayo escribía: “Nunca, en el largo curso de la historia, despertó nación alguna tan gloriosamente, después de tan torpe y pesado sueño, como lo hizo España en 1808”. Y yo creo, que las generaciones posteriores a 1808 tenemos contraída una deuda histórica de honor y de recuerdo hacia aquellos bravos españoles que tantos esfuerzos, sacrificios, penalidades y vidas dieron por España. Nuestro deber moral es honrar su memoria y estarle agradecidos. El estadista Emilio Castelar, nos dejó dicho: “Las naciones que olvidan los días de sacrificio y los nombres de sus mártires, no merecen el inapreciable bien de la independencia”. (Las tres entregas son un resumen de una de las conferencias que impartí en el Aula de Cultura del Casino Militar de Ceuta).

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