El panorama de la WTA pinta peor cada día que pasa. Para su desgracia, cada vez van quedando más lejos los tiempos en los que Chris Evert, Martina Navratilova, Steffi Graf, Monica Seles, Lindsay Davenport o Martina Hingis conseguían atraer los focos hacia un deporte femenino, tradicionalmente infravalorados. Sus reinados fueron periodos de destellos inolvidables, que aún a día de hoy se rememoran incluso por encima de muchas hazañas protagonizadas por grandes jugadores del tenis masculino. Destellos, muchos de ellos, que han conseguido tallar con fino pero puro y radiante platino el nombre de algunas de estas excelentes tenistas en la cultura popular.
El periodo inmediatamente anterior al que hoy vivimos tampoco ha pecado de ser laxo: las batallas de las hermanas Williams entre sí y contra unas incómodas Jennifer Capriati, Amélie Mauresmo, Justine Henin y una Davenport, que insistía en resistir, se han convertido en verdaderos espectáculos dentro de la historia del tenis. En ningún caso cabe olvidarse de las competiciones de dobles que han apuntalado, y de qué manera, el virtuosismo de muchas de ellas. Pero el tiempo no perdona a nadie, ni siquiera a estas últimas estrellas que están apagándose paulatinamente, allanando el camino a jugadoras de nuevo cuño como Caroline Wozniacki y jóvenes pero experimentadas lobas como Kim Clijsters, Dinara Sáfina o Jelena Jankovic entre otras tantas.
La irregularidad de las tenistas actuales se ha convertido en una de las notas predominantes del circuito femenino en los últimos años, brillando por su ausencia la confirmación de figuras consistentes, con la gran virtud de mantenerse arriba y no dejarse llevar por todo lo que la fama trae consigo. Apenas se pueden encontrar restos de la capacidad de sacrificio y la osadía de las estrellas de no hace tanto, que anteponían su rendimiento deportivo a cualquier otra cosa. Toda esta inconstancia ha estado cociéndose durante los últimos años originando una gira anual plana y aburrida, extremadamente predecible, sin la chispa ni la magia de quienes llevaron la reputación del tenis femenino a un punto excelente.
La decadencia que está experimentando la WTA no es una cuestión de calidad, pues el circuito actual cuenta con jóvenes sobresalientes como Caroline Wozniacki, Kim Cljisters, Francesca Schiavone, Dinara Sáfina, Maria Sharapova, Svetlana Kuznetsova e incluso Ana Ivanovic, cuando le apetece jugar, dentro de un amplio elenco.
El problema principal reside en el cambio de mentalidad tan radical que en pocos años ha dado un golpe tremendo sobre el tablero de este juego, y que las tenistas no han sabido corregir de la manera más afortunada para su deporte.
Ello ha transgredido la esencia original del tenis femenino para convertirla en una utopía que difícilmente podrá recuperarse si no comienzan a aparecer figuras comprometidas que sustituyan a las que han desaparecido y están a punto de desaparecer. Si no es así, mal lo tiene la WTA.
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