No se rían. En esos términos ha evaluado el Consejero de Economía y Conocimiento de la Junta de Andalucía, los resultados del último informe PISA. Informe que no deja muy bien parado a los alumnos andaluces situándolos en último lugar en ciencias, y penúltimo lugar en lengua y matemáticas; y además lo hace con una distancia, que algunos equiparan en una diferencia de curso y medio respecto a otros lugares de España.
No es que el consejero haya perdido la cabeza, ni mucho menos que sea babieca. Antonio Ramírez de Arellano, que así se llama, es Catedrático de Física de la Materia Condensada, algo que acompaña con un brillante currículo académico, que quizá ahora emponzoña con su actividad política.
Debe ser difícil para un hombre que ama la verdad, tener que echar balones fuera, para defender los pésimos resultados que evidencian que el gran problema de Andalucía tras casi 40 años de gobierno socialista, más de los que Franco gobernó España, sigue siendo la educación, la casta de los que tienen y pueden, los señoritos, frente al resto de los mortales que tienen que conformarse con un sistema y una legislación que premia la mediocridad.
Todos los que tenemos hijos inmersos en un proceso educativo sabemos que el sesgo lo da el núcleo familiar, y que el entorno amplifica, atenúa e incluso finiquita, todos los esfuerzos que se realizan en casa. Si el niño o adolescente tiene detrás de él a una familia que se preocupa por el día a día escolar, se interesa y se sacrifica por sus estudios, y lo motiva o lo castiga (sí, he dicho castigar) atendiendo a las circunstancias, es difícil, aunque no imposible, que ese alumno tenga dificultades severas a la hora de afrontar sus estudios.
Pero realmente ¿Qué ocurre en Andalucía? El sistema presta mucha más atención a la mediocridad que a la excelencia académica. Los alumnos brillantes no cuentan con muchos más medios que la enorme voluntad y esfuerzo personal de profesores con verdadera vocación.
Y la mediocridad recibe constantemente el premio de la motivación con exámenes y notas que adecuan su nivel y significado con el resto de la clase. Es decir, un alumno mediocre puede sacar tantos dieces como uno brillante e incluso competir por la misma plaza universitaria atendiendo a sus calificaciones. Lo único que ocurre es, que el brillante se ha formado de verdad, y el mediocre ha vivido una ficción auspiciada por la Junta de Andalucía que provoca una sociedad repleta de frustraciones y condenada a repetir los mismos errores de siempre.
El problema del sistema educativo en la comunidad de Andalucía no está en los centros educativos. Está en una sociedad que no reclama, ni quiere hacer responsable a los padres de esfuerzos en la educación de los hijos, y en un gobierno que castiga el esfuerzo y premia la mediocridad.