A nuestra condesita o marquesita, ¡qué más da!, pareciera que, como ella, no hay dos, en este país de aristocracia gatuna y nobleza baturra, por no decir cateta. A veces se hace llamar con el título de Murillo; otras, de Salvatierra, ¡qué más da!.
Lo cierto es que, Espe, de nuevo se ha puesto el mundo por montera y nunca mejor dicho, después del pregón taurino pronunciado en Sevilla con motivo de la feria de abril. Los cuernos, vino a decir, es cosa tan nuestra que rechazarlos es un manifiesto antiespañolismo.
La ya sexagenaria marquesa o condesa parece que desde que nació la acostumbraron sus ancestros -los Aguirre- a ser una niña mimada y, como tal, derrochando una mala educación que aún le perdura y que ella cree que quedó refinada a su paso por el Instituto Británico, cuya experiencia, es verdad, le ha servido para demostrar tener una no mala fonética de la lengua inglesa, sumiendo, aún más, en un complejo de inferioridad, rozando lo depresivo, a la desdichada Botella que,con aquel “café con leche” servido al universo olímpico, nos ha dejado en la cuneta por algún tiempo.
Espe, aristócrata consorte, repite una y otra vez, que siempre hace lo que le dicta su corazón, su orgullo de casta y- añadiríamos- su prepotencia política, común a casi todos los de su banda. En resumen: que hace lo que le sale del mismísimo. Por eso hoy, cuando telediarios y tertulias han vuelto al tema de la fuga de la condesa, con motivo de la penalidad de chiste que le han impuesto; y cuando las imágenes que acompañaban las no
ticias era toda una biografía, ninguna me ha parecido más gráfica de su altanería y poder que la que nos la presenta subida a una gigantesco tractor y, además, conduciéndolo. De pronto lo he visto claro: el tractor es la metáfora del Estado. Es lo suyo; lo que le gusta y lo que despierta pelusillas envidiosas en el resto del gineceo del PP: en la Loli, la Ani, la Teo o la Celia, la de “¡Manolo... coño !”.
A Espe le importa un rábano lo que cuchiche en sus “compañeras del alma”. Por no importarle, ni siquiera los mensajes que le envía el Padrecito para que se refrene. Por cierto, con él se subió a un helicóptero que cayó en picado a los pocos minutos de levantar el vuelo. También la recuerdo en aquella ocasión, bajando del bicho destrozado, con un atrevido paso de minué; mientras el Pantocrator no disimulaba el miedo. La verdad es que estuvieron en un tris de sentarse al lado del Eterno. Por supuesto, a la derecha.
Un amigo adicto a hacer comparaciones, me asegura que Espe es Pipi Calzas Largas, que entró ya en la madurez. Por el contrario, yo pienso que responde mejor al tipo de aristócrata del postfranquismo, el espécimen del que Berlanga saca tanto jugo cuando los caricaturiza. Pero, volviendo al tractor. Allí es donde la ví como lo que, realmente,es. La auténtica manchega o extremeña, señora y ama de haciendas y dehesas, con rentas que disfruta en Madrid, con el palacete en Malasaña, el barrio de los gays.
Y hasta allí se dirigía a toda leche, cuando quiso huir de los policías que, más que ir tras ella, parecieron que le abrían paso.
Doña Esperanza estuvo el Sábado Santo en Sevilla. Era la víspera de su discurso protaurino. Buscaba con ansiedad, en los alrededores del Museo, un palacio donde le habían invitado a cenar. Preguntó por la calle y pese a que mi hijo le indicaba una y otra vez el lugar, a pocos metros, ella insistía negativamente. Ricardo pensó que aquella dama, a la que había reconocido, lo tomaba por idiota, desistió darle más información. Cuando Espe comprobó que era cierto lo que se negaba a aceptar, sin más, se introdujo en la casa. Menos mal que su marido, el auténtico noble, pidió excusas a sus espaldas.
Más todo esto me trae a la memoria, algo que quizas ya conté y que tiene vinculación anecdótica con el episodio de Esperancita en la Gran Vía madrileña. Como Espe, una querida amiga cordobesa, también sargenta de vocación, quiso hacer uso de una entidad bancaria, sin poder hallar el aparcamiento idóneo. Al fin, se decidió por el que estaba en lugar prohibido y por mucho que la dialéctica con la policía no pudiera convencerla, lo cierto es que se bajó del coche, en un raptus altanero, y se dirigió hacia la Caja de Ahorros. A la vuelta, feliz de haber salido victoriosa, encontró en el parabrisa del coche la correspondiente multa y su justificación. El texto decía así: NO ATENDIÓ A RAZONES DE LA AUTORIDAD Y APARCÓ POR COJONES. CONDUCÍA UNA MUJER.
Puro machismo. Lo de mi querida Espe, su habitual soberbia.
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