Categorías: Opinión

La ciudad de los pobres y de los ricos

En la República de Platón encontramos una descripción de los distintos sistemas políticos que, con ligeras diferencias, aún se mantienen en la sociedad actual. Al tratar la oligarquía, -definida por la Real Academia Española como la “forma de gobierno en el cual el poder supremo es ejercido por un reducido grupo de personas que pertenecen a una misma clase social”-, Platón advierte sobre los peligros inherentes a este sistema político, principalmente por llevar a las ciudades a “ser no una sola, sino dos, una de los pobres y otra de los ricos, que conviven en un mismo lugar y conspiran incesantemente la una contra la otra”. Algunos pensarán de manera ingenua que esto no nos afecta a nosotros ya que vivimos en una democracia. Pero se equivocan, si nos atenemos al verdadero concepto de la democracia. Tal y como la define Takis Fotopoulos, este sistema político se basa “en el ejercicio directo de la soberanía por las personas mismas, una forma de institución de la sociedad que rechaza cualquier forma de gobierno e institucionaliza la distribución igual del poder político entre todos los ciudadanos”. Por el contrario, nuestra llamada democracia representativa se fundamenta en una concentración del poder en manos de los partidos políticos,  que a su vez están al servicio de los llamados mercados. De modo que vivimos, sin una conciencia colectiva, en una oligarquía en toda regla, con los resultados que ya atisbaron autores clásicos como Sócrates, Platón o Aristóteles.
Hecho este preámbulo, sumerjámonos en la realidad de nuestra ciudad. Aquí podemos ver un ejemplo paradigmático de la dualidad en un mismo espacio físico de una ciudad de los pobres y otra de los ricos. En Ceuta, según diversos estudios oficiales, se dan los mayores índices de desigual social en cuanto al nivel de ingresos, estudios alcanzados o acceso al mercado laboral. La situación ha llegado a tal extremo que en una reciente conferencia impartida por el sociólogo ceutí José Cantón Gálvez comentó que entre los resultados de un estudio sobre la morbilidad en nuestra ciudad se determinó que existía una diferencia en la esperanza de vida entre la población del centro y la del Príncipe de siete años. Una autentica barbaridad si tenemos en cuenta las dimensiones de Ceuta. De igual modo, el mencionado sociólogo expuso una serie de pirámides de población correspondientes a distintos sectores de Ceuta, gracias a los cuales se podía apreciar con nitidez la diferente estructura demográfica entre el centro y la periferia. En los sectores más periféricos, la pirámide de población era claramente progresiva, con forma de pagoda, debido a la sólida base de población joven y una cumbre muy apuntada. Este tipo de pirámide es característica de los países subdesarrollados en los que se dan una alta tasa de natalidad y una esperanza de vida muy baja por motivo de una alta mortalidad. Mientras tanto, en el centro, nos encontramos con una pirámide regresiva, en forma de bulbo, debido a que en la base existe un nivel de población inferior a los tramos intermedios, a la vez que en la cúspide se contabilizan un número importante de personas. Es la típica pirámide de los países desarrollados en los que las tasas de natalidad han experimentado un acusado descenso al mismo tiempo que la esperanza de vida es cada vez mayor.  
¿Cómo puede darse en una ciudad de apenas 19 km2 un doble escenario en el que una parte de población encaja en las características de un país subdesarrollado y otro en el de los países más avanzados del mundo? ¿Cómo puede explicarse que un vecino que haya nacido y criado en el Príncipe Alfonso es probable que viva siete años menos que uno nacido en la calle Real?. No estamos hablando de elucubraciones, sino de datos científicos contrastados y rigurosos que exponen con claridad los fuertes desequilibrios que existen entre el centro de la ciudad y algunas barriadas de Ceuta. Sí señores, aunque algunos políticos lo nieguen, existen dos Ceutas, la de los pobres y la de los ricos. Y como advertía Platón ambas ciudades no dejan  de “conspirar incesantemente la una contra la otra”. Unos, los habitantes de la “Ceuta pobre” no tardan mucho tiempo de pasar de la frustración al resentimiento, y de ahí sólo hay un paso a la venganza contra quienes identifican con los causantes de todos sus males. Otros, los de la “Ceuta rica” prefieren vivir al margen de esta realidad, disfrutando de los placeres de una vida holgada y aferrados a una imagen de la ciudad que hace mucho tiempo la realidad social ha aniquilado.
Es fácil que ante un panorama tan complejo se caiga en la tentación de ofrecer respuestas simplistas de las que se pueden extraer réditos políticos o de otra índole. Unos fomentando el victimismo entre el sector social más desfavorecido y otros alentando un sentimiento identitario poco inclusivo. Desgraciadamente, lo que ninguno quiere reconocer es la dificultad de corregir los grandes problemas sociales a escala municipal. Desde la política local se puede y se deben abordar  cuestiones que tienen solución con los medios que actualmente disponemos, como la mejora del estado ambiental de los espacios urbanos, la dotación y mejora de las dotaciones básicas (agua, saneamiento, electricidad…), el apoyo a los medios de transporte público y la instauración de equipamientos educativos, sanitarios, sociales y culturales. Sin embargo, la solución a las desigualdades sociales que se pueden observar en el seno de la mayor parte de las ciudades del planeta, -incluyendo a la de los países más avanzados-, depende, tal y como dejo dicho Lewis Mumford, “de que se reorienten los ideales últimos y los propósitos de toda nuestra civilización; y esto exige un cambio tan amplio de la mentalidad general como el que ha ocurrido en otros momentos de la historia de la humanidad”. Se nos antoja complicado resolver los graves desequilibrios socioeconómicos y educativos en nuestra ciudad si se mantiene a escala mundial un sistema económico que destruye millones de vidas y aniquila el destino de la mayor parte de los humanos, agravado por un modelo político que en los países más desarrollados tiene poco de democrático y mucho de oligárquico. El vínculo entre democracia y equidad social es evidente. No puede haber democracia política si no viene acompañada de una democracia económica.  
En un libro de reciente publicación en España, “El triunfo de las ciudades” del economista norteamericano Edward Glaeser, se hace un análisis de los barrios deprimidos que podemos encontrar en cualquier ciudad del planeta y al hablar de los intentos para acabar con este tipo de situaciones llega a la conclusión de que “cualquier intento de remediar el nivel de pobreza en una sola ciudad puede muy bien salir por la culata y aumentar el nivel de pobreza de esa ciudad atrayendo a ella a más pobres”. Y esto es lo que está sucediendo en Ceuta. La enorme cantidad de fondos públicos que llegan a la ciudad para financiar ayudas sociales y  subsidios de todo tipo constituye un aliciente para que muchos extranjeros decidan fijar su residencia en nuestra ciudad. Es comprensible que para estos inmigrantes sea esperanzador atisbar la posibilidad de venir a Ceuta y disfrutar de los servicios que ofrece una ciudad europea. En otro tipo de circunstancias Ceuta podría seguir jugando un papel importante en la movilidad social ascendente de muchas personas procedentes de localidades cercanas. Sin embargo, nuestro limitado territorio y el alto grado de densificación humana y urbana que padecemos  en la actualidad hacen que la llegada de más inmigrantes, junto con un elevado crecimiento vegetativo de la población local,  no haga más que empeorar la calidad de vida de la gente que ya vive en Ceuta. Todos somos conscientes que el hacinamiento y la congestión perjudican nuestras vidas. De lo que todavía no parece que hayamos tomado conciencia es de la incapacidad de nuestro tejido social para asimilar un volumen desproporcionado de inmigración. Nuestro futuro depende de la interiorización por toda la ciudadanía de este hecho incuestionable.

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