Y aterrizó Atresmedia con La catedral del mar, superproducción del año en forma de gran presupuesto y miniserie de ocho episodios. La versión televisiva de la popularísima novela de Ildefonso Falcones, toque de Los pilares de la tierra allí, toque de Braveheart allá (al principio del acelerado y por ello atrompiconado episodio piloto me remito), ha estado en espera por parte del grupo de Antena 3 hasta que finalmente fue estrenada el pasado 23 de mayo.
Aquellos que han leído la novela comentan que se trata de una fiel adaptación, y yo que no lo he hecho me ceñiré a contarles sin la ventaja ni el inconveniente de ideas preconcebidas aquello que a estas alturas se nos ha enseñado en la pantalla, con la reserva de que aún en emisión, podría la cosa ser peor o mejorar con el transcurso de los venideros capítulos…
El caso es que casi un año a la espera de emisión en tu propia cadena parece sospechoso, o extraño cuanto menos. La realidad es que el hecho de colocarla justo ahora en la parrilla tiene mucho de que el acuerdo de financiación que se firmó con Netflix les obligaba innegociablemente a emitirla antes de que terminara este trimestre del año para que se pueda ver en la plataforma de televisión online a partir del próximo junio.
El gran presupuesto, el origen best-seller de la obra literaria y un reparto potente con nombres como Aitor Luna, Michelle Jenner, Ginés García Millán, Silvia Abascal, Pablo Derqui o Daniel Grao entre otros muchos conceden a la serie todas las posibilidades de éxito del mundo. ¿Está a la altura de las expectativas despertadas?
La cosa es que entretenida parece ser, en cuanto a lo que podría decirse que se trata de un producto concebido para ser adictivo y más o menos cumple. Otra cosa es que se trate de una historia original (ni de lejos). La trama es una sucesión de clichés preñada de personajes de plástico, elaborados para salir en ella pero sin mayor recorrido o profundidad. Los 50 minutos aproximados que ha impuesto Netflix, eso sí, podrían suponer al fin un maravilloso punto y aparte en la televisión española que iba pidiéndose a gritos desde hace años por el bien de la calidad de un producto sin las ataduras de tener que rellenar un espacio de hora y media con polvo y paja.
Así las cosas, con sus fríos y calores, La catedral del mar se consume y se olvida con gran facilidad. Ambientada en la Barcelona del siglo XIV, el relato sitúa en paralelo la vida de Arnau, su protagonista, junto a la construcción del nuevo templo católico en honor a la Virgen María de la Mar. Arnau sufrirá como es de esperar un montón de peripecias en su lucha por alcanzar nobles fines y enfrentándose por el tortuoso camino a la influencia y la tenaza de los poderosos.
Siempre podría utilizarse como argumento el clásico de que adaptar al medio audiovisual 600 páginas de libro no resulta sencillo, pero la cruda realidad es que la gente no se muere por mojarse un momento, y que los malos no tienen obligatoriamente que tener cara de malos e ir vestidos de negro o hacer fechorías sin mayor motivación que la risotada jarra de cerveza en mano regocijándose en el mal realizado. Incluso la realización y ambientación son mejorables teniendo en cuenta el presupuesto que las respalda (un gran poder conlleva una gran responsabilidad, que diría Spider-man), así que podemos resumir lo que hemos visto de este producto con potencial de bombo y platillo pero presentado a hurtadillas en el último suspiro que se trata de otra serie del montón de una cadena privada, con sus posibilidades y placeres culpables, pero del montón. Ganas de leerme el libro no me quedan…
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