“La casa es tan pequeña que nos sentimos en una celda”

Una familia de seis miembros vive en un piso de 55 m2 en Pedro Lamata. Solicita a la Ciudad una ayuda al alquiler u otra vivienda más amplia. Los niños tienen Asperger e hiperactividad respectivamente y el abuelo Alzheimer.

La puerta de la vivienda, en la calle Alfonso VIII de Pedro Lamata, permanece abierta para que corra el aire. Una silla de ruedas bloquea el paso. “Está ahí porque los niños podrían marcharse sin avisar o, peor aún, mi padre que tiene Alzheimer”, explica Gema Segado Ortega, uno de los seis habitantes de este hogar que ronda los 55 m2.
Sus hijos, Eloy y Abel Mateo Segado –de siete y cuatro años– juegan en el salón que hace de dormitorio para sus padres. “Solo contamos con dos habitaciones: una para los niños y otra para mis padres, así que éstas son nuestras camas”, comenta mientras señala a los dos sofás frente a la televisión que sintoniza un canal de dibujos animados.
Eloy no suelta el mando y un teléfono móvil apagado. “Nada le gusta más que los aparatos y los dispositivos electrónicos”, indica su progenitora, quien indica que es un chico inteligente y desvela que presenta el síndrome de Asperger, un trastorno del espectro autista. A su lado, más revoltoso, Abel corretea por la casa y se sube en el sofá. El pequeño tiene diagnosticado un Trastorno Generalizado del Desarrollo (TGD) e hiperactividad.
“Es ahora y necesitan su espacio; no sé qué va a pasar cuando crezcan...”, avanza su madre. “A Eloy le gusta tener sus cosas ordenadas, no soporta los cambios y su hermano está todo el día de aquí para allá, tocándolo todo”, describe Gema.
Francisco Javier Mateo Pereira, su marido y padre de los pequeños, solicita a la Ciudad Autónoma que conceda a su familia una ayuda al alquiler o una vivienda de protección oficial porque carecen de medios económicos suficientes para costearse una casa para seis personas. “Ésta es tan pequeña que nos sentimos como en una celda; está construida para cuatro ocupantes y la falta de metros cuadrados nos agobia a todos”, confiesan Gema y Francisco Javier.
Los abuelos, Luis Segado Segado y Ana Ortega Rodríguez, son los titulares de la vivienda y les dieron cobijo hace unos siete años. Ana –con problemas de espalda al igual que su hija– percibe una pensión no contributiva que, calcula, no llega a los 300 euros, el único ingreso junto a la de subsidio por desempleo que ingresa su yerno.
Esta familia asegura que acudió a la Consejería de Asuntos Sociales a exponer su caso y pedir asistencia, “pero desestimaron nuestra solicitud porque mi madre cobra ese dinero. Nos informaron de que tenía que renunciar a la no contributiva si quería optar a las prestaciones”. Gema y Francisco Javier confían en que su situación llegue al presidente y les ayude.
El abuelo Luis, en la habitación que comparte con su esposa, sigue ausente un programa de televisión y, a ratos, se entretiene mirando por la ventana. “Mi padre también necesita su espacio. Ha sufrido varios ictus y tiene lagunas. A veces no sabe dónde está. Tantas personas en un sitio tan pequeño le saturan”, añade Gema.
Esas limitaciones a las que se enfrentan quedan patentes en su rutina. “Para vestir a los niños, tenemos que hacerlo en el salón porque en su habitación, con las dos camas y un armario, todo es más estrecho”, expone Francisco Javier. “Por ejemplo, a la hora de comer, hacemos dos e incluso tres turnos. Ésto es un sinvivir”, concluye Gema.