Estos días pasados se han caracterizado por lo agrio de las noticias sobre corrupción, que ya no se sabe donde tienen sus límites y menos aún las raíces y también se sospecha que puede mantenerse ese lamentable estado de cosas por un tiempo que, siempre, se considerará largo y causante de malestar tanto personal como social. No es bueno el ambiente, por desgracia para muchos aunque no para todos, pues al parecer hay algunos grupos que lo pasan bastante bien creando disturbios, algaradas y quemando alguna que otra cosa que encuentran en las calles. Es una verdadera lástima que se esté pasando mal una larga temporada y con el horizonte no despejado, aunque haya algún que otro claro que puede indicar algo de mejoría. Las previsiones han de ser, necesariamente, cautelosas pues el ambiente mundial no es seguro.
Ese ambiente pesimista hace que el ánimo se venga abajo, sobre todo en aquellas ocasiones en las que ha aumentado el índice de confusión que nos proporcionan los medios de información - o de noticias si prefieren llamarlos así - y se hace necesario salir a la calle a la hora del atardecer, en la que la cantidad de gente ha disminuido mucho en ella y se puede pasear con cierta tranquilidad. En uno de esos días había algo de brisa y ésta provocaba la caída de las hojas secas de los árboles, que pasaban a ser una preciosa alfombra en las aceras y que adornaban las carrocerías de los coches allí aparcados. Merecía la pena prestar atención a esa caída de hojas secas, que se despedían de sus árboles con suavidad y que no molestaban a nadie. El sol, ya casi en su ocaso, les proporcionaba una cierta y agradable luminosidad.
Más tarde tuve la suerte de presenciar un ballet en una emisora de TV extranjera que se llama MEZZO y en él vi reflejada plenamente la caída de las hojas secas que se produjo, unas horas antes, en las inmediaciones de mi domicilio. La música era suave, delicada, como delicados eran los movimientos de los bailarines, incluidos los de la pareja principal.
Llegué a pensar que ese ballet había sido concebido por alguien que tuvo la oportunidad de observar, en algún lugar y ocasión, la caída de las hojas secas mientras decían adiós, para siempre, a esos troncos a los que habían embellecido, con su verdor y profusión, a lo largo de unos meses.
Era algo natural que se producía en un ambiente artificial - la calle - y no propiol como lo es el bosque al que alfombran año tras año creando un ambiente inolvidable.
Causa verdadera pena que haya circunstancias que sean contrarias a la posibilidad de contemplar, con calma y espíritu abierto, la caída de las hojas secas. Ya sé que hay quienes no dan importancia ni ven belleza y serenidad en muchas cosas que ocurren a nuestro alrededor, porque su mente y su voluntad están dispuestas a una especie de lucha contra todo lo que no sea su voluntad y deseos de poder, pero las hojas de los árboles siguen un proceso natural que es útil para la vida humana a la par que aportan belleza y delicadeza, incluso cuando se desprenden para siempre e ir a merced del viento y a ser pisadas en los caminos de los hombres y mujeres.
Tal vez no viene mal que pensemos en esas cosas que proporcionan paz al alma y serenidad en todas las actuaciones personales.
No es un sueño ni algo imposible el que la armonía y la paz se adueñen de cada persona y que la vida de relación, en todos sus aspectos, sea amable y delicada, bella como la caída de las hojas secas.
¿Por qué no dedicar todos los esfuerzos de nuestra vida a servir con amor y humildad a los demás?