Categorías: Opinión

La batalla del tabaco

No es fácil ganarse lectores y menos aún escribir a gusto de todos. Hay quien no me perdona mis comentarios sobre la ley del tabaco. Lo siento pero vuelvo sobre el tema. Primero porque creo que es de recibo resaltar que, por fin, el Mercado de la Almina es ya, de verdad, un “mercado sin humos”, como proclaman sus carteles. Resultaba indignante ver como se fumaba impunemente en ese recinto, incluso encima de los propios alimentos. Vaya, que hasta existía allí una especie de ‘club de fumadores’ en el rincón existente junto al puesto de mi estimado Musa, el de las especias. Se acabó.
Ha tenido que venir la nueva ley para que cada cual sepa a qué atenerse. Situación similar no he visto en mercados de la otra orilla. Y como en Ceuta, afortunadamente, no ha aparecido la figura de ningún rebelde, pues eso, todo el mundo a cumplirla respetuosamente.
No es el caso del insumiso propietario del ‘Asador Guadalmina’ marbellí, sobre el que pende una sanción de 145.000 euros y al que han terminado precintándole su local. Un farol, una prueba de fuerza, una defensa de lo que uno pueda considerar una injusticia puede durar dos o tres días, pero lo de mantener su desafío a las autoridades sanitarias andaluzas durante mes y medio resulta una actitud absurda y chulesca. Máxime cuando ningún otro hostelero se ha atrevido a secundarle en su actitud numantina. Es más, los hay en Marbella que manifiestan haberse visto perjudicados en sus negocios ante el incumplimiento de la normativa por parte del dueño del citado asador, en tanto que ellos acatan cívicamente la ley, como corresponde en un país democrático y civilizado como España.
A lo de “moriré matando”, habría que decirle a José Eugenio Arias que contra la ley no se puede ir. Es más, la del tabaco, precisamente, es una de las que ha gozado de un mayor consenso al haberse aprobado por más de un 90 por ciento de los diputados en el Congreso, y más aún cuando, a la postre, vela por la salud de todos. Ya puede seguir buscando esas 500.000 firmas por Madrid o a las puertas de su precintado establecimiento para su recién creada asociación ‘Reforma o Ruina’, porque, difícilmente, podrá dar marcha atrás algo que no parece tener vuelta de hoja.
Si entran en su página web, leerán como Eugenio se lamenta ser “victima de un golpe de estado perpetrado en mi negocio, por parte del dictatorial gobierno socialista de este país”, y su voluntad de seguir en la lucha “hasta que se depuren responsabilidades” sobre lo que él considera “una prevaricación en toda regla” , por parte de la consejera de Salud de la Junta  a la que pretende “destrozar legalmente”, “para que se tenga que sumar a la cada día más larga cola del paro”.
Creo que estamos ante un desafío contra las normas que rigen la convivencia. Una actitud que no parece ser del agrado de bastantes sectores de la sociedad marbellí que observa en este empresario una preponderancia, una rebeldía y unas conductas que, afortunadamente, quedaron atrás en una ciudad que vio manchada su imagen por causas ya sobradamente conocidas y superadas.
Se esté de acuerdo o no con la postura de este señor lo que está claro es que la publicidad mediática que ha generado para su negocio, especialmente con la cobertura que le han dado determinadas cadenas televisivas, difícilmente podría haberla podido costear ni él ni el hostelero más potente. Vamos, que poco menos que regalados parecen esos 140.000 euros de multa con el conocimiento que de su popular asador se tiene ya en cualquier rincón de España e incluso de fuera de ella.  
La suya es una causa perdida. Empresarialmente está sólo.  El presidente de la Federación Española de Hostelería ha rechazado lanzar un posible mensaje de insumisión. “La ley nos perjudica, pero está para cumplirla”, ha dicho.
Claro que ya quisiéramos la misma firmeza con la que se está aplicando esta ley también en otros ámbitos, y pongo la mirada en Cataluña o en la misma Ley de Banderas, por ejemplo.
Al final sucederá lo mismo que ocurrió cuando la prohibición llegó a los centros médicos, a los autobuses o a los trenes. De ellos desaparecieron hace tiempo los letreros en tal sentido.
Es algo asumido por todos por razones de salud y civismo ¿A quién se le ocurriría hoy encender un cigarro en esos sitios? Y en cuanto a los bares, restaurantes y demás, miremos a países de nuestro entorno que ya se nos adelantaron en tal reglamentación.
Contradiciendo a la letra del célebre tango de Luís Garzo, decididamente, en estos tiempos, el fumar, va camino de no ser precisamente un placer.

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