Según nos indica la hemeroteca del diario El Faro, la ballenera ceutí fue inaugurada un 24 de junio de 1947. En aquel entonces esa zona pertenecía al Protectorado Español. En el esqueleto de lo que se mantiene en pie, se puede ver el edificio principal en su parte superior, te intuyen las iniciales IMSA, que corresponde a Industrial Marítima S.A.
La Factoría contaba con sala de calderas, frigoríficos para conservar la carne, rampa para el izado de las presas, tanques de fusión y conservación de aceite y una explanada para el despiece. Un numeroso grupo de trabajadores, especializado en las diversas labores de despiece, fogoneros, maquinistas y mecánicos, al frente de los cuales se hallaba un capataz, además de las tripulaciones de los barcos. Este edificio principal, tenía un segundo habitáculo donde se encontraban las calderas de vapor y el grupo que distribuía electricidad a toda la factoría y junto a esta, la más amplia, estaba empleada para las piezas capturadas. Es importante citar que esta factoría se abasteció de materiales provenientes de otra que existió en Río Martín (Marruecos).
Las obras se prolongaron algo más de nueve meses. Su implantación supuso una fuente de ingresos importante para muchos hogares ceutíes y también marroquíes residentes en la zona de Beliones. Se contrataron a unas doscientas personas, entre las que se encontraban trabajadores noruegos con gran experiencia en la caza y tratamiento de ballenas. El Consejo de Administración de Industrial Marítima S.A. estaba presidido por el marqués de Casa Pizarro. La ballenera disponía inicialmente de un buque: el "Alcatraz", que posteriormente fue renombrado como Benzú. Esta embarcación, con un peso de 500 toneladas, contaba en su cubierta con varios cañones, para disparar arpones compuestos por cuatro ganchos articulados que se activaban de forma giratoria cuando impactaba con el cetáceo.
La factoría contaba con un total de diez autoclaves. Ocho se utilizaban para estas funciones, y dos para el tratamiento de la osamenta. El coste de esta maquinaria superaba los dos millones y medio de pesetas. Junto a estas se encontraban dos voluminosas máquinas de 18 toneladas, en las que se introducía el tocino de las ballenas; extrayéndose el aceite para un posterior uso industrial. En la planta baja de la segunda sala, existía un gran depósito de agua. Fuera de las instalaciones, en la parte posterior de la factoría había una rampa con una longitud de cuarenta metros de largo y diez de ancho. La rampa fue construida sobre las rocas, reforzada con cemento recubierta con tablones. En un edificio de planta baja se encontraban las oficinas, junto a un pabellón destinado a los trabajadores remataban las instalaciones.
La ballenera ceutí funcionó desde 1948 hasta 1954 sin lograr buenos resultados, llegando a un máximo de capturas totales de 140 ballenas en 1951, perteneciendo la mitad de las mismas a los cachalotes. La escasez de presas, junto a la independencia marroquí en 1956, precipitaron su cierre, utilizando su mano de obra y maquinaria en la construcción de la factoría de Balea en Cangas de Morrazo y la de Canelitas, ambas en Galicia.
Una ballena de 52 toneladas, la primera captura
Las vivencias de los balleneros en el Estrecho, quedaron plasmadas de forma elocuente por Mariano Vargas y Jaime Conde, en el libro Cazadores de Ballenas… En aquellos años estaba todavía cercana la hambruna que se había padecido en todo el país a finales de los años cuarenta del siglo XX. Miles de personas habían muerto, al no tener nada que llevarse a la boca. España, carente de recursos y con sus tierras esquilmadas, volvió sus ojos hacia la mar. No solo se desarrolló mucho toda la industria sardinera y atunera, sino que se amplió la ballenera, abriéndose dos estaciones de caza en las puertas del Estrecho, una en Ceuta (Benzú) y la otra en Algeciras (Getares)”.
Como muy bien indica en un reciente articulo el historiador Ángel Herrera "La caza de ballenas en el Estrecho" en la revista de la Villa de los Barrios (Cádiz). Los balleneros del Estrecho eran barcos noruegos de 35 a 40 metros de eslora, 300 toneladas de peso y casco de acero. Los motores eran de vapor, al ser más silenciosos que los de diesel a la hora de sorprender a las ballenas. Cada embarcación estaba formada por diez hombres: arponero, contramaestre, jefe de máquinas, cocinero, engrasador y cinco marineros, además del capitán. Para el avistamiento contaban con altas cofas y pasarelas entre el puente y la proa donde se encontraba el cañón, desde el que se lanzaba un arpón de casi 70 Kg. de peso con 4 garfios articulados para aferrar la presa y en la punta una granada explosiva de diez kilos que aceleraba la muerte del animal. Operaban en el área del Golfo de Cádiz, entre el Cabo San Vicente y Cabo Cantan en Marruecos. Tras arponear al animal en su frenética huída, certificaban su muerte y lo inflaban de aire comprimido para evitar que se hundiese, atándolo a los costados de la embarcación para procesarlo en tierra.
El animal al llegar a la factoría de Beliones era sacado a tierra por chalupas y bollas, siendo izado por la rampa hasta una explanada donde era descuartizado y dividido en partes por operarios con cuchillos curvos llamados “noruegos” y zapatos de clavos para poder trepar por el cadáver. De la ballena se aprovechaba todo. Como recordaba Jesús Marchamalo en “Bocados de delfín”, las suculentas tajadas de ballena, cortadas en bloques de 3 ó 4 kilos, mitigaron entonces el hambre de la postguerra, siendo vendidas en los mercados de abastos.
La grasa se fundía para obtener aceite como combustible e iluminación. La grasa de la ballena también servía para la fabricación de margarinas, jabones, velas, brea para el calafateado, pinturas y otros derivados. Con las vísceras y carne se fabricaban piensos y abonos e incluso los huesos se transformaban en harinas. Todo se usaba… hasta las barbas para fabricar diversos artículos como varillas de paraguas, corsés o bastones… incluso sus heces, para el teñido de las velas de los antiguos navíos. Dentro de las ballenas capturadas, los cachalotes eran muy valiosos por poseer los productos más caros de la época, ya que por un lado, de sus inmensas cabezas se extraía una cera blanquecina y fina denominada espermaceti, que se utilizaba en diversos productos cosméticos, farmacéuticos y lápices labiales; y por otro lado, de los intestinos del animal se obtenía una secreción biliar denominado ámbar gris que se usaba como fijador de perfumes.