Los primeros materiales de artillería, denominados genéricamente tiros, fueron construidos, indistintamente, de hierro batido, obteniendo artesanalmente mediante el método de forja catalana, o de metal de fruslera, conocido también como azofar o latón, aleación de cobre y estaño en la que este último entraba en una proporción superior al 20 por ciento el procedimiento de construcción se basaba en colocar, longitudinalmente, alrededor de un cilindro de piedra o de metal de diámetro adecuado, una serie de duelas que se unían mediante forjado.
Una vez construido el tubo, era reforzado por varios aros, denominados zunchos, colocados en caliente, de forma que al enfriarse encogían y apretaban el tubo, aumentando así la resistencia de la boca de fuego.
Existen indicios de que en las primeras décadas del siglo XV comienzan a fabricarse tubos fundidos en una sola pieza, sistema que en los años finales de esa centuria sustituirá completamente al primitivo sistema del forjado. También por entonces se habían dado ya los primeros pasos en pos de la mejora tecnológica del material, con la introducción de las piezas “enforradas” en bronce o en hierro fundido, antecedente lejano del entubado.
La gran cantidad de modelos de piezas distintos que existieron anteriormente al siglo XVI, debido a los diferentes conocimientos de cada fabricante y al margen de libertad de que disfrutaban, hace ímproba toda tarea de clasificación, sobre todo cuando muchas de esas piezas disponen de nombre propio. No obstante, la mayor parte de los tratadistas –Salas, Arantegui, Vigón, Martínez Bande, Aparici, etc.- proporcionan sustanciosos datos sobre las bocas de fuego de esta época, que permiten citar como materiales más característicos los que brevemente se describen a continuación.
Las bombardas o lombardas eran piezas compuestas de dos partes: una anterior o caña, y otra posterior, de menor longitud, denominada recámara, mascle o servidor, que una vez cargada con la pólvora se encaja en la primera, sujetándolas entre sí, y ambas, al montaje, mediante cuerdas. Caña y recámara estaban formadas por un cilindro de duelas reforzado por una serie de sunchos. La recámara estaban formadas por un cilindro de duelas reforzado por una serie de zunchos. La recámara disponía de un orificio en el espesor de metales, llamado oído o fogón, por el que se daba fuego a la carga.
Derivada de la bombarda, la bombardeta tiene su misma fisonomía, pero sus dimensiones son menores. También de la primera, a principios de la segunda mitad del siglo XV, deriva la bombarda trabuquera, en la que la relación entre su longitud y su calibre es mínima. De ésta, a su vez, nacería poco después el mortero o pedrero, pieza corta destinada a efectuar tiros curvos. Asimismo, son variantes de las bombardas, con formas muy similares pero de calibres menores, los ribadoquines, los pasavolantes y las llamadas cerbatanas, precursoras de las culebrinas.
De aspecto exterior diferente a todas las anteriores son los versos y los falconetes, piezas menudas cuya caña se prolonga por un cuerpo cilíndrico de diámetro mayor acabado en un marco. Su caña disponía de dos muñones, en los que se sujeta una horquilla, que termina en una espiga para colocar la boca de fuego en su montaje. En la parte posterior del arma, un apéndice, denominado rabera, facilita su movimiento en dirección, su recámara, de forma de alcuza y dotada de un asa, una vez cargada se enchufaba a la caña. Para asegurar su unión y evitar que en el momento del disparo saliese despedida, se introducía una cuña que la inmovilizaba en el marco.
Consideradas como armas portátiles, de las llamadas piezas menores pueden mencionarse las culebrinas de mano –sustituidas luego por las espingardas-, los mosquetes y los mosquetones, empleados hasta la aparición de la escopeta a finales del siglo XV o principios del XVI.
Entre infinidad de modelos existentes en este periodo, cabe resaltar también otros tipos de piezas, como los órganos, ingenios formados por un soporte con tres o más tubos pequeños, y los cortaos o cuártagos, especie de bombardas trabuqueras que se empleaban sobre objetivos situados en la vertical de tiro, a los que se les daba fuego a distancia.
Quizás una de las clasificaciones más completa de todos estos materiales sea la realizada por el Museo del Ejército y que se tiene como referencia.
Las características balísticas de todas estas bocas de fuego obedecen más a conjeturas que a datos ciertos, estando, por tanto, sujetas a error. Su alcance máximo, dependiendo de las peculiaridades de fabricación de cada tipo de pieza, de la experiencia de los artilleros que la servían y de la calidad y volumen de carga de pólvora utilizada en cada disparo, podía oscilar entre los 2.454 y los 4.088 pasos, según los datos que Vigón recoge de Arantegui y de Ramón de Salas.
Su velocidad de fuego era muy lenta, llegando a ser en las ligeras de 4 disparos por hora, y en las muy gruesas, de 8 disparos en 24.





