Ceuta ha sido siempre una ciudad muy estratégica y muy codiciada por todos los pueblos y civilizaciones que sobre ella se fueron asentando, dada su condición de ‘llave del Estrecho’, su importante situación geoestratégica entre el Mar Mediterráneo y el Océano Atlántico, puerta de entrada y salida a África y Europa y cruce de caminos entre Oriente y Occidente, y de razas y culturas;
de cuyo sustrato étnico que se fue formando aún conviven hoy en la ciudad cristianos, musulmanes, hebreos, hindúes, etc, además de ser también cabeza de puente entre ambos continentes, desde cuyo lugar siempre partían y a él regresaban las tropas árabes que llevaron a cabo las sucesivas oleadas de invasiones de la península. Y es también Ceuta importante nudo de comunicaciones y puerto marítimo de primer orden, desde el que se tiene el control del tráfico marítimo internacional que cruza el Estrecho de Gibraltar.
Es, además, una preciosa ciudad, con una historia apasionante y rica en acontecimientos, porque fue paso obligado de las distintas culturas que se fueron estableciendo en las riberas de los dos mares que la bañan. Nada tendría de extraño, pues, que los yihadistas radicales pretendan ahora conquistarla, a la vista de lo que están haciendo con sus propios hermanos musulmanes más moderados en tantos países árabes. Pero, hasta ahora, tal riesgo ha sido incluso mucho menor que el que han tenido en el resto de España y Europa.
Prueba inequívoca de la importancia que Ceuta tuvo en toda su historia, como ciudad clave con la que siempre hay que contar a la hora de pretender dominar el Estrecho y controlar su tráfico marítimo, es que todos los pueblos y civilizaciones que la poseyeron, se afanaron en fortificarla y asegurar mucho sus defensas, tanto cartagineses, romanos, bizantinos, árabes, portugueses y españoles que, unos y otros, la fueron haciendo cada vez más fuerte. Se ha dicho muchas veces por expertos estrategas que Ceuta es inexpugnable, tal como lo acredita el hecho de que, a pesar de los numerosos asedios que sufriera en el pasado con ejércitos aguerridos y muy superiores en número (sólo el impuesto por Muley Ismail duró 33 años, 1694-1727), todos se estrellaron contra sus fortificaciones, murallas, foso y la acometividad de sus bravos defensores portugueses y españoles, que les hicieron retroceder y les obligaron a desistir de su empecinado empeño. Pretender ahora conquistar Ceuta, como se amenaza, creo que sería una empresa suicida para quienes lo intentaran, que repugnaría a todo el mundo civilizado y a los mismos musulmanes de Ceuta moderados y de buena fe, que están totalmente integrados en ella con su nacionalidad española.
Lo primero que llama la atención de la historia de Ceuta es que, cuando la península estuvo bajo el poder de los árabes, los distintos califas y dirigentes omeyas (Abderramán III, Alhakén II, Almanzor, etc), pues resulta que la pusieron bajo la dependencia de la península con el pretexto de que la ciudad nunca antes había dependido de poder africano alguno. Y precisamente fue entonces, cuando la ciudad alcanzó su más alto grado de riqueza y esplendor. Por el contrario, a partir del momento en que los árabes se radicalizaron, más bien por cuestiones religiosas, enfrentándose los más ortodoxos contra los más moderados, ahí fue cuando comenzó a desmoronarse tanto el Califato de Córdoba como la Ceuta próspera que entonces fue rica y esplendorosa.
Siguieron saliendo de ella, sí, grandes expediciones militares, pero ya no sólo para luchar contra los cristianos, sino también contra los propios musulmanes que se hacían la guerra entre sí entre facciones de los distintos reinos de taifas, emiratos independientes, walíes, bajás, etc, que se enfrentaban unos contra los otros, en claro detrimento de sus propios intereses. Así comenzó la decadencia árabe en España y también de Ceuta cuando estuvo en poder musulmán.
Mientras en la Ceuta musulmana duró la paz religiosa, la moderación civil y política, al calor de su dependencia de la península y del continuo ir y venir a ella de comerciantes y ejércitos árabes con tan frecuentes movimientos en uno y otro sentido, con víveres y pertrechos, pues surgió en la ciudad un importantísimo tráfico marítimo y de transacciones mercantiles. Ello hizo que Ceuta se convirtiera en una ciudad de primer orden en todos los aspectos, incluso en principal foco de cultura del Magreb, que hasta llegó a tener universidad coránica (la Madrasa al-Djadîda) y fue importante centro neurálgico de vida y lugar de confluencia de culturas y religiones de signos diferentes.
En aquella Ceuta comercial, bajo el signo de la moderación, cultura y tolerancia, alejada del fanatismo y de enfrentamientos religiosos, todo se compraba y se vendía: oro, corales, especias, esclavos y los objetos más exóticos que se puedan imaginar. Ceuta era célebre por sus numerosas fábricas de curtido y por el trabajo y colorido de sus pieles, que eran apreciadas por casi todo el mundo, al igual que sus tejidos de seda, lana, paños y telas; había prestigiosas estructuras de cincelado y relieves de vasos de latón que eran superiores en calidad a los demás por el buen gusto y la fina mano de obra que le incorporaban.
Hasta Ceuta llegaban y se comercializaban las mejores obras de arte, joyas de todas clases que se elaboraban en Damasco. A Ceuta venían las mejores mercaderías de Italia, Provenza, España, Argel, Túnez, Egipto y Palestina. Ceuta, en fin, fue por entonces todo un emporio de riquezas, nacidas de la paz, convivencia, moderación y buen sentido.
Pero todo ese progreso, riqueza y prosperidad que Ceuta alcanzó, sufrió luego drásticos reveses en cuanto cayó en manos de islamistas radicales, incluso llegando a ser destruida por dos veces, y no precisamente por europeos, sino por los mismos árabes que actuaban contra los de su propia raza y cultura por motivos de extremismos religiosos, haciéndose entre ellos mismos su propia yihad o guerra santa. Esto ocurrió a partir del siglo XII, cuando en 1121, tanto en Ceuta como en el norte de África irrumpió un nueva tribu, los almohades, con su líder político-religioso llamado Ibn Tumar, venidos de Argelia, que luego conquistarían Marruecos y fundaron la capital en Marrakech, donde crecieron como reacción contra la relajación religiosa de los almorávides, a los que tachaban de blandos e incapaces de detener el avance de la reconquista que de norte a sur hacían los cristianos y por no imponer más severamente sus ideas religiosas más extremas.
Iniciaron así una yihad, o guerra santa, no sólo contra los cristianos, sino también contra los mismos musulmanes que eran tenidos por poco ortodoxos. Este nuevo movimiento creado de los almohades, impuso el retorno a las fuentes más rígidas de su fe y el máximo rigor religioso, enzarzándose en luchas a muerte entre los propios árabes y radicalizándose contra los cristianos. Así, entre los años 1130 y 1144 los almohades se adueñaron de Ceuta con el propósito de utilizarla como cabeza de puente para pasar desde ella hacia España a través del Estrecho. Su líder, Abd-el Mumin, la sitió y tomó cuando era gobernada por los almorávides. Luego la destruyó por completo e hizo aquí una gran matanza. Acuchilló y pasó por las armas sin compasión alguna a casi todos sus habitantes musulmanes: hombres, mujeres, niños, ancianos, etc; y los pocos que quedaron fueron expulsados a varias regiones del Magreb. Fue la llamada “herejía almohade”, que luego ni siquiera permitió la reedificación y repoblación de Ceuta.
Pero Ceuta seguía siendo muy útil y necesaria para las comunicaciones entre España y África y, pasados los años, fue reconstruida por los mismos que la asolaron, aunque ya no volvió nunca a recobrar su viejo esplendor, pero sí a figurar entre las grandes ciudades del litoral atlántico-mediterráneo. Los mismos almohades la volvieron a utilizar como puerto de embarque de varias expediciones militares contra España. Así, en el año 1157 se volvió a enviar desde Ceuta un potente ejército de unos 30.000 almohades, y en 1195 otro aún mayor con el que derrotaron a los cristianos en la batalla de Alarcos. Y no habiendo quedado los almohades satisfechos con la primera destrucción de Ceuta, en el año 1303 el entonces reino de Fez entró en una sangrienta guerra civil en la que también se vio implicado el rey almohade de Granada Ibny-Aben Alajamar, quien envió una potente flota de guerra contra Ceuta al mando del walí de Málaga, Forrex; atacó violentamente la plaza, la tomó, siendo de nuevo saqueada, la mayoría de sus oponentes de su misma religión fueron pasados por las armas, la convirtieron otra vez en ruinas, la saquearon y se llevaron cautivos a los pocos que no murieron. Con el tiempo logró resurgir de nuevo de tan inmenso desastre. Y aquel imponente ejército mahometano que por segunda vez la destruyó fue luego derrotado en la batalla del Salado, próxima a Algeciras, el día 30 de octubre de 1340.
Luego, seis años después de la segunda destrucción y despoblación de Ceuta, en 1309, la plaza cayó en poder del reino cristiano de Aragón, que la conquistó ayudado por los árabes del reino moro de Granada, aunque por poco tiempo, porque luego la reconquistarían los Benimerines de Fez, más moderados, y bajo su dominio volvió a prosperar, siempre favorecida por su condición de ciudad puente, importante nudo comercial y de comunicaciones.
Pues de toda aquella maleficencia de la Ceuta almohade, por dos veces destruida, asolada y arruinada por los almohades, encuentro bastante paralelismo con el actual comportamiento de los islamistas radicales que ahora tan sanguinariamente matan machete en mano ante el pueblo y medios de comunicación de todo el mundo, sembrando el terror en Irak, Siria, Afganistán, Pakistán, Egipto, Túnez y demás países africanos y asiáticos en los que está presente el fundamentalismo árabe. O sea, otra vez ahora la yihad entre los propios árabes de las ramas chiita y sunita. De un lado, aquéllos que por entonces exterminaron a los habitantes ceutíes y expulsaron de su Ceuta natal a los pocos que se salvaron; y, de otra parte, los que ahora combaten en esos países que van decapitando, esclavizando sexualmente a mujeres y niños y les fuerzan a emigrar a Europa, con el reguero de sangre y pérdida de vidas humanas, que están convirtiendo el Mediterráneo en un cementerio, casi todas víctimas civiles, mujeres, niños y ancianos; más las que también sus verdugos se llevan por delante inmolándose todos los días con explosivos a la cintura, prefiriendo matarse a sí mismo con tal de matar a la vez a sus propios hermanos de raza, que ya hace falta tener los más perversos instintos como para proceder así.
En conclusión, casi 900 años después y los musulmanes parecen anclados en lo mismo. De una parte, los más civilizados, avanzados, moderados, tolerantes, sensatos, que son buenas personas y actúan en la vida con racionalidad y sentido común, como en aquella Ceuta musulmana de moderación y progreso, que tanta riqueza, cultura y vida creó. Así veo yo a la Ceuta actual, modelo de paz y convivencia, en general. Pero, de otro lado, están luego, los fanáticos religiosos, fundamentalistas y extremistas radicales, que siguen sembrando por el mundo barbarie, terror, odio, destrucción, ruina y muerte. Y estos últimos son los que amenazan con volver a ocupar Ceuta y Al-Ándaluz, cuando nadie en el mundo, y menos en nombre de ninguna religión, está autorizado a matar, ni a atentar tan cruelmente contra mujeres, niños, ancianos y sus derechos humanos. Ojalá que tales radicales sean iluminados por su Dios misericordioso, que con su grandeza les haga ver que en el siglo XXI no se puede ir por la vida cuchillo en mano, cortando cabezas de personas inocentes y causando tanto horror, pobreza, sufrimientos y penalidades. Eso así, es atentar y desacreditar a la buena gente, al verdadero islam de buena fe.