Opinión

Juicio a Jesucristo

De todas las definiciones que se han dado sobre el concepto de Justicia, quizá, la más conocida en el mundo del Derecho, sea aquella expresada en el siglo III de nuestra era cristiana por el jurista Domicio Ulpiano, quien la definía diciendo, que: “la justicia es la constante y perpetua voluntad de dar a cada uno su propio derecho”. Una máxima que también fue defendida por Santo Tomás de Aquino, llamado el “Doctor Angelical” por su inmensa sabiduría, a sabiendas de que es tan bella frase y, al menos en teoría, tiene tan hondo significado que, luego, en la práctica suele desvanecerse con mucha frecuencia, porque, en nombre de la “justicia”, se llegan a cometer auténticas “injusticias” que tergiversan y desvirtúan su verdadero contenido y significado.
Todavía hoy, Ulpiano, está considerado, como uno de los más grandes jurisconsultos de la historia del Derecho romano. Pese a ser uno de los juristas más prolijos de su época, su mayor logro fue la recopilación y el ordenamiento del derecho clásico, destacando sus comentarios «Ad Edictum» (de acuerdo con o según los Edictos) y «Ad Sabium» (el padre naural). Asimismo, escribió diversos textos sobre las atribuciones de magistrados y funcionarios imperiales. También se dice que un tercio del Digesto de Justiniano se basa en fragmentos de lo escrito por Ulpiano. Tiene frases latinas suyas tan célebres como «Durum est, sed ita lex scripta set (la ley es Roma, en el año 200, por el emperador Heliogábalo. O «Res iudicata pro veritate accipitur (la cosa juzgada se tiene por cierta), entre otras muchas.
Ulpiano fue, junto con su mentor, Emilio Papiniano, y otros juristas, tales como Julio Paulo, Gayoompleto), Herenio Modestino, uno de los referentes de la famosa Ley de Citas del año 426. Allí establecía que las partes sólo podían citar con valor vinculante para el juez los textos de esos autores. Aunque siempre en caso de discrepancia o empate debía primar la opinión del maestro Papiniano. Si, aun así, no podía resolverse la cuestión, el juez podía libremente optar entre una y otra solución, según su leal saber y entender conforme a las reglas de la sana crítica.
1. 64, a. 7), fue formulado de modo más sistemático por el jesuita francés, Jean-Pierre Gury (1801-1886), autor de un famoso compendio de teología moral.
Pues bien, si uno quisiera hacer Surge principalmente a partir del pensamiento de Tomás de Aquino, y luego adquiere un alcance más abierto, asequible a los estudiosos de ética en general. En efecto, "a partir de la segunda mitad del siglo XX, con la rehabilitación de la filosofía práctica clásica en el ámbito analítico anglosajón, el principio vuelve a ser estudiado vigorosamente".
Aunque este principio tiene precedentes anteriores (por ejemplo, en la Suma de teología de Tomás de Aquino, II-II, un poco de abogado e invocar justicia en defensa de Jesús en su enjuiciamiento y proceso penal contra Él, seguido en el curso de su pasión que, cuando este artículo vea la luz, se estará representando en todo el orbe católico durante la Semana Santa. he encontrado que, en aquel juicio al que los judíos lo sometieron, se cometieron, al menos, las siguientes ilegalidades e injusticias, a la vista del proceso penal que regía en aquella época:
1ª.- Jesús fue acusado de blasfemia por decir que era el Mesías y rey de Israel. Esto debió parecerles demasiado a los judíos. Pero es que Jesucristo, sólo se refería a un reino espiritual, no temporal. Además, lo iba predicando Él mismo, al decir: “Mi reino no es de este mundo, sino de Dios”. 2ª.- También se acusó a Jesús de incitar a no pagar impuestos. Y eso era totalmente falso. Él predicaba la justicia de dar a cada uno lo suyo, que es uno de los bastiones en que se apoya nuestro derecho, al disponer: “Dad al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios”. 3ª.- A Cristo, lo torturaron sin piedad, pese a prohibirlo la ley entonces vigente. Los judíos le escupieron, lo abofetearon, lo empujaron hasta tiraron al suelo, lo zarandearon, le colocaron una corona de espinas y, por último, murió clavado de pies y manos en la cruz. Todo ello, claramente prueba que lo sometieron a las más horrorosas torturas y trato inhumano. 4ª.-Lo juzgaron en Pascua, que también estaba prohibido por aquella vieja ley. 5ª.-Fue juzgado de noche, y sólo podían hacerlo de día, en virtud de lo dispuesto en aquella normativa. 6ª.-Lo juzgó un tribunal incompetente y que estaba contaminado de ser sectario en su contra. 7ª.-Para poder acusar sin pruebas más relevantes, entonces y ahora en el proceso penal, se exigían y se exigen, dos o más testigos presenciales; y los que declararon contra Jesús eran falsos, como Judas. 8ª.-El mismo Pilatos, que por pueblo enfurecido lo condenó, antes había dicho dos veces: No encuentro ningún delito. Este hombre es inocente. 9ª.-Jesús no tuvo abogado que lo defendiera en juicio; y, así, ni entonces, ni ahora, podía ser juzgado, ni condenado, y menos ejecutado. Aquel juicio, así celebrado, debía haberse declarado nulo de pleno derecho; de ninguna forma procedía tenerlo por válido. Todo juicio debe celebrarse con toda clase de garantías para el presunto responsable, sobre todo, con pruebas objetivas e imparciales indubitadas. Y 10ª.-Lo mataron antes de las 24 horas de su condena, y aquella ley exigía que fuera después de transcurrir ese tiempo de haberlo juzgado y condenado a muerte, siempre que Jesús hubiera sido declarado reo del delito penado con la muerte.
En concreto, Jesús no tuvo abogado que lo defendiera en juicio; y, así, ni entonces ni ahora, no podía ser juzgado, ni condenado, y menos ejecutado. Aquel juicio, así celebrado, cualquiera que tuviera incluso los más mínimos conocimientos jurídicos lo debía haber declarado nulo de pleno derecho; de ninguna forma procedía tener aquel juicio por válido. Todo juicio debe celebrarse con toda clase de garantías para el presunto responsable, sobre todo, con pruebas objetivas, imparciales e indubitadas.
Y Jesucristo, no dispuso de tales garantías que, en todo juicio, tanto antes como ahora, son básicas y esenciales para que el proceso sea ajustado a derecho; de lo contrario, el así condenado sufre indefensión, que está totalmente proscrita, tanto en el derecho que se aplicaba al inicio de nuestra era cristiana como también ahora; concretamente, aquel proceso no reunía ni siquiera las mínimas condiciones humanitarias de respeto a la vida y a la integridad física y moral que exige un proceso penal que juzgue a cualquier persona humana.

El sufrimiento de Jesús y su muerte representan los aspectos centrales de la teología cristiana, incluyendo las doctrinas de la salvación y la expiación. Los cristianos hemos entendido teológicamente la muerte de Jesús en la cruz como muerte en sacrificio expiatorio. Los cristianos católicos y ortodoxos celebran la Eucaristía como actualización o continuación, independientemente del tiempo y del espacio, de este mismo sacrificio.
Pero, a mí, concretamente, lo que más me llama la atención, tanto como persona humana como en mi condición de jurista que durante doce años he impartido justicia como Presidente de dos Tribunales Económico-Administrativos, no sólo ha sido la pasión de Jesús, clavado de pies y de brazos en la cruz, sino la mayor tristeza y el más hondo dolor que la pasión escenifica en el momento del “encuentro” con su Madre cuando ambas imágenes van en procesión, y que tanto debió entristecer, sufrir, penar y padecer a la Virgen de los Dolores durante tan horrendo crimen que con su Hijo se cometió.
Para una madre, no hay mayor sacrilegio, ni mayor pena, ni más grande tristeza, ni mayor y más triste dolor que la de ver morir a su hijo crucificado. Y es que, una madre, lo da todo por sus hijos sin esperar nada a cambio. Porque los hijitos de su alma son, trozos de su propia carne y pedazos de su corazón. Una madre, es el amor más puro y más grande. Os lo digo muy orgulloso de haberlo visto en vida de la mía, y lo escribo con mis ojos mirando hacia el cielo en señal de cariño y de mi más profundo agradecimiento hacia ella, que no hay en el mundo amor maternal más grande, ni más verdadero, ni más generoso, ni más profundo, ni más sincero, que el amor tierno y bondadoso que a un hijo da su madre.
Por eso, en estas fechas en que se revive la pasión de Jesucristo, no tengo más remedio que sentirme hondamente dolido, y apenado, y solidarizado cristianamente con nuestro Redentor, con su vida, con su obra y con su Madre, la Virgen Santísima, a la que con mucho amor le rimo el siguiente poema:
¡Virgen de los Dolores/ eres de todas las flores/ la única que no se marchita/ Eres reina de los amores/ con tus lágrimas benditas/ Quien tu imagen hizo/ debió antes verte llorar/ estando en el paraíso/ porque ese llorar tan profundo /ese llorar sin rencor/ ese llorar sólo amor/ ¡ese!..., no es el llorar de este mundo/ Hasta tus lágrimas parecen flores/ ¡Qué buena eres, Virgen de los Dolores!.
Y sigo imaginariamente a Jesucristo en procesión en la cruz por las calles de mi pueblo, me apiado de Él, y le digo:/ ¡Cuerpo llagado de amores/ yo te adoro y yo te sigo/ ¡Oh, Señor de los señores!/ quiero compartir tus dolores/ siguiendo a la cruz contigo/ Señor, aunque no merezco/ que Tú escuches mi quejido/ por la muerte que has sufrido/ escucha lo que te ofrezco/ y atiende a lo que te digo./ A ofrecerte vengo/ mi ser, mi vida y mi amor/ mi alegría y mi dolor/ cuanto puedo y cuanto tengo/ todo lo que Tú me has dado, Señor/ Y a cambio de mi alma llena de amor/ de amor que vengo a ofrecerte/ dame paz y una vida serena/ y en Mirandilla una muerte santa y buena/ cuando me llegue el momento, ¡Cristo de la buena muerte!.
El poeta Gabriel y Galán, en su poema “La pedrada”, representa a un niño que, viendo a Jesús sangrando por los latigazos que a Jesús en la cruz le propinaba un verdugo, arrojó a éste una piedra y le hirió. Y esta vez, no soy yo, sino el poeta quien en verso reflexiona y dice: Hoy, que con los hombres voy/ viendo a Jesús padecer/ preguntándome estoy/ ¿somos los hombres de hoy/ como aquel niño de ayer?.
Pero quiero seguir reflexionando. Porque, trato de descifrar el misterio del largo peregrinar de Jesús desde su vida hasta hoy. Y veo que han pasado ya dos mil años. Pero su obra sigue. Su aspecto sencillo y humano, continúa conmocionando al mundo. Los fieles, lo aman y lo veneran; porque siendo Él todopoderoso, es a la vez ternura y amor; es divinidad, pero también humildad; es dolor y también consuelo. Cristo es para mí, la fe en la que sigo creyendo. Y a mi edad, ya madura, Cristo también es para mí, refugio, amparo, paz y sosiego.
Fijaros bien en lo que os voy a decir. Han pasado dos mil años, y Cristo sigue siendo la figura central de la Humanidad. Ni el rey más poderoso, ni el gobernante más carismático; ni el ejército más potente y victorioso; y ni siquiera todos esos poderes terrenales juntos, no han tenido entre todos tanta influencia en la vida de los seres humanos, como la que desde hace dos mil años sigue teniendo Jesús. Casi dos mil millones de cristianos siguen su fe en todo el mundo. Esa es para mí una realidad indiscutible, incuestionable.
Y yo sigo preguntándome: ¿Por qué habiéndose hecho Jesús tan humilde, pese a ser Él todopoderoso, luego, nosotros, que tan poco somos, a veces, nos hacemos tan soberbios, prepotentes y engreídos?. Nos creemos que dominamos el mundo, y luego es siempre el mundo el que termina con todos para acabar en un viaje sin retorno al cementerio.
Mirad, en mi niñez, en la puerta del cementerio de Mirandilla, mi querido pueblo, había insertada una frase lapidaria, que decía así: “Lo que eres fui, lo que soy serás”. Fijaros qué frase tan pequeña, pero el significado tan grande que encierra. Nos enseña, lo efímera que es la vida, lo poco que en ella somos, y lo poco que la aprovechamos para ser más felices. ¡Cuántas ocasiones perdemos de poder vivir reconfortados con solo hacer siempre el bien y tratar de vivir el mal, viviendo la paz de Dios y con la conciencia tranquila!

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