La mujer de la cual vamos a escribir ahora de ella me tuvo en vilo durante muchos años ya que cada vez que me daban un informe me venía otra mujer dándome otro más atractivo. La verdad que son cientos de los mismos que tengo sobre ella, debo de añadir que fue durante muchos años vecina mía y que antes incluso también había estado en mi antigua casa y le ayudó su madre. El arte de la “sanación” según dicen es heredado de generación en generación y los padres le dan el “don” a los hijos para que nuestras futuras generaciones no se queden sin este logro que tienen por virtud estos señores privilegiados. Durante muchos años la casa de esta mujer que estaba situada en la Barriada Juan Carlos I siempre se encontraba llena de personas que necesitaban la ayuda de esta mujer que su aspecto físico era de una mujer flacucha, delgada, con gafas gordas y con estrabismo, fue durante mucho tiempo miembro de la ONCE, vendedora de las mejores que cuando terminaba su jornada laboral a eso de las cuatro de la tarde ya tenía cola para que les pudiera sanar de sus dolencias normalmente de tendones y dolores musculares. De ahí vino su enfermedad el gran cansancio que acumulaba ella y sin prácticamente darle tiempo para poder comer le deparó al final de su vida en un Alzheimer que le hizo perder el rumbo con la realidad y estar allí sentada en su sofá como una planta estando con los cuidados de su hijo hasta que Dios vino a por ella para que pudiera descansar en paz hace ya unos años. Una de las declaraciones más fuerte fue la que tuvo un chaval de unos quince años que jugando al fútbol le pusieron la pierna en un estado tan lamentable que cuando el masajista lo vio le dijo que tenía que ir al hospital de inmediato para que pudieran verle y que lo más seguro que tuviera que pasar por el quirófano, pero este joven dijo que no que le llevaran a su casa que estaba justo debajo de donde vivía esta señora, Juanita, y que seguro que ella podría hacer algo por el. Y así fue con mucho cuidado y con la ayuda de varios jugadores “me pusieron en la cama y allí con los dolores correspondientes estuve esperando como agua de mayo a que apareciera por la estancia esta señora. Y así fue casi al oscurecer vino ella con esa sonrisa que le caracterizaba y me dijo que esperando que con estas manitas y estos deditos te pueda curar no, pues aquí estoy. Y me empezó a dar masajes y a ponerme la delicada pierna en su sitio poquito a poco. Me acuerdo que durante una semana estuvo viniendo a verme a las ocho de la mañana, al medio día y por la noche. Me decía que no hiciera mucho esfuerzo con la pierna y que nada de salir a al calle durante mucho tiempo, pero la verdad que al tercer día me encontré estupendo y con una cojera bastante evidente me salí a la calle para poder tomar el aire y disfrutar de la libertad que quiere tener una persona adolescente y así todos los días hasta hoy mismo. No pasé por el quirófano y a los diez días ya estaba entrenando con los demás muchachos. Todos se quedaron perplejos cuando me vieron en las condiciones que estaba en esos momentos y con los movimientos perfectos. Era un milagro como todos lo calificaron”. Decir que la vecindad estaba con ella que la querían muchísimo ya que era una de las mejores vecinas que había en la barriada con la costumbre de hacer el arroz todos los domingos e invitar a todos los vecinos que lo quisiera y ese corazón de oro que tenía. Se merecía estas líneas esta sanadora como a ella le gustaba que le llamaran.