Juana Márquez Fernández fue una mujer, madre y vecina ejemplar. Como todas las mujeres, intentaba hacer el bien a sus semejantes sin desear que nadie le diera algo a cambio de sus múltiples acciones personales hacia sus semejantes. Sus vecinos del bloque 27 de Juan Carlos I recuerdan cómo todos los domingos Juanita hacía un arroz que se chupaban los dedos todos y que ella misma llevaba puerta a puerta a cada uno de los vecinos para que nadie se quedara sin probarlo. Una auténtica buena vecina.
Le gustaba cantar y bailar, porque su espíritu era amable, jovial, aunque tenía muy poco tiempo para divertirse. Una persona delgada, ágil, intranquila, era capaz de estar y hacer varias acciones a la vez aunque su débil integridad física pudiera aparentar otra cosa.Era, además, una gran devota de Antonio Sánchez Prado.
Enviudó muy pronto y como tenía que alimentar a su único hijo, encontró un trabajo que debido a su enfermedad, tener poca vista, pudo compatibilidad con un don que derramó con todo el amor del mundo sin querer nunca tener, gracias a esta ventaja, un regalo o una indemnización pecuniaria porque alegaba que le podía quitar la gracia que le habían delegado.
El paso de Juanita por la Organización Nacional de Ciegos (ONCE) fue bastante aplaudida por compañeros, gestores, clientes, ya que era una de las mujeres vendedoras que tuvo durante los años que pudo estar al frente de esta misión, estuvo siempre respaldado por la ayuda de su único hijo Julio, que fue su mano derecha. El trabajo le hacía estar en la calle durante muchas horas y cuando llegaba a su casa en la Barriada Juan Carlos I se encontraba la misma llena de personas que buscaban que les curaran de sus males casi siempre relacionados con dolores musculares, de cabeza… que siempre y gracias a sus dedos santos después de varias sesiones desaparecerían o aliviaban. Lo pueden manifestar muchísimas personas que han sido sanadas por nuestra difunta vecina.
Pero tanto derrame de amor tuvo una consecuencia. Si trabajaba mucho y cuando llegaba a casa seguía con el derrame del amor hacia los demás, había un gran agujero, que por vergüenza, no sabía decir que no. Sin embargo no se podía nutrir lo suficiente por falta de tiempo y aunque era muy delgada supo aguantar unos años, hasta que tuvo que tomar la decisión, más bien influenciada por su hijo, de no curara a nadie más porque veía que su madre podría en un futuro enfermar. De todas maneras siguió curando sin que lo supiera su hijo, pero a las personas más íntimas. Hasta que la enfermedad del alzheimer la hizo postrase en un sillón y tuvo que ser cuidada por su hijo Julio y varias vecinas (Lourdes, Juana y Mariquita) hasta el fin de sus días, el pasado 17 de mayo.
Desde aquí te damos las gracias, Juanita, por habernos aliviado nuestros males musculares y, donde estés, que sepas que te recordaremos para siempre y que en nuestros corazones siempre habrá un lugar donde tú estarás con nosotros.
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