Hace cuatro décadas que Juan Navarro, de 63 años, llegó a Ceuta. Desde el otro lado del Estrecho, concretamente desde la localidad gaditana de Alcalá de los Gazules, donde nació, aquel joven alegre y bromista, algo innato en él, se aventuró hacia tierras africanas para trabajar en la construcción sin presagiar, en aquel momento, que su principal proyecto sería edificar una excelente familia. Tenía, entonces, poco más de 20 años.
Pero así fue. Aquí conoció a quien fue su mujer y tuvo dos hijas. Las mismas que en pocas horas empiezan a asumir que ya no volverán a escuchar la voz de Juan. También tuvo un nieto, Rubén. En él inculcó la que siempre fue su gran pasión, el fútbol. Una pasión que ‘Tito Juan’, como se le conocía entre los vecinos del Mixto, Zurrón y Hadú, las zonas que más frecuentaba, llevó de lo grande a lo pequeño.
Desde que Rubén empezó a dar sus primeras patadas al balón el ‘Murube’ fue, para él, tan importante para él que cualquier pista o campo donde jugara él. Ahora, con 15 años, juega en el Ceutí. Y su abuelo siempre estaba ahí, alentando, animando, sufriendo y sí, también bromeando.
“¿Cómo le vamos a recordar? Como lo que era. Un hombre divertido, ‘cachondo’, familiar y, ante todo, muy amigo de sus amigos”, le recuerda su familia.
Parte de esa familia no está ahora en Ceuta, sino al otro lado de la frontera. Tramitando, ante las autoridades del país vecinos, la repatriación de su cuerpo después de que este lunes, de forma inesperada, Juan agotara sus últimos minutos de vida en las inmediaciones del Tarajal, pero del lado de Marruecos. Un infarto, según las primeras hipótesis, ante el que nada se pudo hacer por él, le sorprendió allí. Había ido, como tantas otras veces, a pasar unas horas junto a un amigo.
Y es que si algo tenía Juan era eso, amigos. Y también ganas de vivir. “Le gustaba mucho una reunión familiar en una casa o en un bar”, comentan fuentes de la familia, “cualquier sitio donde hubiera una caja flamenca, una guitarra y se pudiera cantar fandango”.
Pocos sentían el blanco y el negro como él. Aún sin conocerle, no hay aficionado de la AD Ceuta que no le haya visto por el estadio. Y es que Juan era un habitual en las gradas del ‘Alfonso Murube’ para empujar al que, prácticamente desde que llegó, se convirtió en su equipo del alma.
Por supuesto, también tenía el corazón teñido de amarillo, los colores de su Cádiz. Pero el Ceuta era el Ceuta. Y si hablamos de ‘los grandes’ tampoco tenía dudas, del Real Madrid.
Colores, todos ellos, que Juan llevaba con orgullo cuando había que gritar y saltar con las victorias, pero también cuando había que sufrir, que de eso en Ceuta sabemos un poquito.
Las gradas del ‘Murube’, seguro, le echarán de menos. Como de menos le echan ya todos esos amigos de los que jamás se pudo despedir, pero a quienes regaló lo mejor que tenía: su alegría.
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