Cuando recientemente preparaba mi intervención en la casa de Ceuta en Barcelona, donde por cierto tuve la ocasión de comprobar el ceutilismo (perdonen ustedes la invención de este palabro) de que hacen gala nuestros paisanos de «Barcelona», con su presidente, Rafa Corral, a la cabeza, comenzaron a surgir de entre las sombras de la historia, nombres de familias de origen catalán que están en la mente de todos los caballas, y son suficientemente conocidos por su aportación a nuestra ciudad: el periodista Gisbert, la familia Huguet, los empresarios Casimiro Massoni Salsech, Mas, Carlos y Ricardo Borras; fotógrafos como Arbona o Vidal; o los clérigos como Agustín Coy, José Xiqués, Salvador Rof y Calaf, etc.
Desde un punto de vista cuantitativo la presencia de catalanes en Ceuta es sorprendentemente alta a partir del siglo XVIII. En concreto durante ese siglo, el 4,85% de la población de Ceuta procedía de Cataluña. Aunque puede parecer un guarismo bajo, hay que tener en cuenta de que la inmensa mayoría de los habitantes no autóctonos de Ceuta procedían de Andalucía, y que Cataluña, ocupaba el quinto puesto en cuanto a aportación poblacional. Este porcentaje se mantiene en los años subsiguientes del siglo XIX y XX, y solo disminuía a causa de la llegada de mayor número de andaluces, pero se mantenía alto el número absoluto de catalanes. Así, por ejemplo, a principios del siglo XX el porcentaje de catalanes descendió a alrededor del 2%, pero en términos absolutos la colonia catalana fue creciendo al socaire del desarrollo económico que experimentó Ceuta con la desaparición del presidio, la penetración de España en Marruecos y la construcción del puerto.
Pero junto a los personajes citados anteriormente encontramos otros, que procedentes de Cataluña llegaron a Ceuta en cumplimiento de obligaciones militares o mandatos, justos o no, de los tribunales civiles y militares. Algunos, como la familia de Luisa Sánchez de la Campa, permanecieron en Ceuta y aportaron su conocimiento y habilidades en beneficio de esta ciudad; otros, marcharon de ella una vez cumplida su condena pero se preocuparon por la mejora de la vida en Ceuta.
Eran frecuentes en la prensa catalana las alusiones a Ceuta como presidio, a donde desde el periódico la Guardia Nacional de 14 de diciembre de 1836, se animaba a los jueces a mandar no solo a los contrabandistas sino también a «algún señorón con su brillante traje… por robar las rentas de la patria».
Pero al mismo tiempo, no le era ajena a esa misma prensa catalana la preocupación por el estado de Ceuta. Ya en la temprana fecha de 1837, también el diario La Guardia Nacional decía, en referencia al aprovechamiento de esta ciudad:
«Se ha alegado que Ceuta no era en el día “para España sino un presidio costoso”. España tiene en su mano hacerlo muy productivo el día que quiera, cómo tal vez no está muy lejos, poniéndose en práctica medios económico-políticos que no están olvidados y que hasta ahora no pusieron en práctica los gobiernos absolutos».
Poco después, en 1841, se publicó por la Imprenta de Antonio Berdeguer, de Barcelona, un pequeño libro con el título de «El verdadero progreso aplicado a la reforma del presidio de Ceuta»; cuyo autor fue José Pedro Badía.
No tenemos muchos datos de este autor, pero sabemos que estuvo en nuestra ciudad como preso por motivos políticos durante la década ominosa, por su oposición al absolutismo de Fernando VII. Pudo ser enviado al presidio de Ceuta por Carlos de España, de Cominges, Conde de España, nacido en el Castillo de Ramefort (Francia) el 15 de agosto de 1775, y fallecido en Orgaña, el 2 de febrero de 1839, por su propia partida de carlistas a los que se sumó tras la muerte en 1834 de Fernando VII.
Carlos de España fue un noble y militar francés al servicio de nuestro país, cuyo apellido fue españolizado por Fernando VII. Luchó contra el ejército napoleónico en la guerra de la Independencia, tras huir de la revolución francesa. Después formó parte de la camarilla de Fernando VII, quien le otorgaría el título de Conde de España. Fue también marqués de Espagne y barón de Ramefort en Francia, así como Grande de España. Durante el desempeño de su labor como capitán general de Cataluña llevó a cabo una fuerte represión contra los liberales desde la Ciudadela de Barcelona. Tal fue su crueldad, que le dieron el nombre de “Tigre de Cataluña”.
Su opúsculo, firmado el 15 de diciembre de 1841, era un proyecto de reforma para el presidio de Ceuta, que elevó a la regencia de Joaquín Baldomero Fernández-Espartero Álvarez de Toro, que es el verdadero nombre del regente conocido como Baldomero Espartero, quien ostentó la regencia desde 1840 a 1843. El autor confiaba en que Espartero atendiera a su proyecto como hombre que era del progresismo español. Hay no obstante que hacer la matización de que el progresismo de Espartero no era muy puro, y ni siquiera los miembros del partido Progresista lo consideraban uno de los suyos. No obstante, Badia en 1841, antes de que Espartero mandara bombardear Barcelona el 3 de diciembre de 1842, lo consideraba como adalid de la libertad. Añadía a este deseo el hecho de que sus ideas habían sido recogidas de su propia observación, como sujeto paciente del sistema penitenciario español del momento.
En el mismo año en que Badía publicaba su trabajo sobre Ceuta, en nuestra ciudad se producía el debate sobre su concepción como posesión de ultramar, que proponía el gobernador Rodríguez Vara, y la idea de su ayuntamiento de avanzar hacía una normalización de su reglamentación en conjunción con el resto de las ciudades españolas, aunque manteniendo sus fueros. La propuesta de José Pedro Badía, encajaría mejor con esta última concepción.
En su obra se advierte la adopción de las nuevas corrientes sociales sobre presidios, por las que al condenado no se le debía procurar una existencia atormentada, sino reconducir su conducta para una reinserción en la sociedad.
El modelo que propone está basado en lo que, según el propio Badía, se había hecho, y estaba haciendo, en el presidio de Barcelona. Compara los progresos hechos en la lucha obrera (aunque considera necesario mejorar las condiciones de vida de los trabajadores), con lo que se hacía en los penales, donde los presos, como describe en el de Ceuta, se veían hambrientos, cubiertos de andrajos y sumidos en el ocio que le conducía a la mayor de las depravaciones. Todo ello, continúa diciendo Badía, a pesar de que costaba al erario español cerca de un millón de reales al mes.
Propone, pues, que los presos de Ceuta, dotados de maquinarias suficientes, y con la adecuada enseñanza, se convirtieran en productores, revirtiendo en ellos el precio de su trabajo a modo de sueldo. De esa manera, dice, se conseguiría: hacer desaparecer de Ceuta la miseria y depravación; ahorrar al gobierno un gasto estéril y pernicioso; y devolver a la nación honrados y útiles ciudadanos.
La cuestión era que Ceuta en estas fechas de 1841, había dejado de ser un presidio en el sentido de plaza fuerte, donde la defensa del territorio y la función penal se conjugaban. Los avances en técnicas de defensa y el hecho probado de que la presencia de penados en Ceuta no era suficiente para esa defensa, siendo necesario redoblar los esfuerzos económicos con soldados de reemplazos y levas forzosas, dio pábulo a la aparición de nuevas teorías al respecto.
Se oyeron entonces voces solicitando aplicar a Ceuta la teoría del «utilitarismo penal», empleado tanto desde el punto de vista marxista, como una regulación de la fuerza de trabajo, según las teorías de Von Hentig o Michel Foucault; y humanista, que consistía en un lento camino hacía la humanización del reo. Desde mi punto de vista, cualquier utilización del reo como mano de obra, implica de por sí un uso economicista del mismo, la cuestión es saber si esa concepción era marxista (estado propietario de los medios de producción) o capitalista (participación de la propiedad privada en la producción del penal).
Podemos adelantar que en el proyecto de Badía no aparece ni una ni otra concepción, y aquí radica no solo la novedad de su propuesta, que ya de por sí es sobradamente interesante, sino el modo y manera en la que el catalán Badía, adopta la forma de capitalismo. Hay que tener en cuenta que, al fin y al cabo, era un hombre de negocios que participó en la constitución de empresas en Cataluña como “Vapores del Ebro”, establecida en 1842, y en la que participarían, en forma de «protectores», un buen número de políticos de la época.
Badía implementaba esta teoría en la creación de establecimientos industriales en Ceuta para hilar y tejer algodón, en especial artículos conocidos con el nombre de Lienzo Catalán, llamados en Cataluña, guineas, en los cuales se emplearía como obreros a los presidiarios. Durante los primeros años se fabricarían géneros de calidad baja y media, para producir los de mayor calidad cuando los presidiarios hubieran conseguido alcanzar un nivel adecuado de aprendizaje. En esos momentos incluso se podían producir pañuelos listados de diversos colores. El optimismo de Badía le llevaba a decir que Ceuta llegaría algún día a recibir algodón en rama, y a producir tanto el hilado, como el tejido, el blanqueo y la tintura.
Los empleados y trabajadores no presidiarios de estas industrias, serían pagados con los beneficios de las empresas. Los locales donde se instalarían, serían aquellas cuadras y cuarteles del presidio que el estado poseía, lo cual también abarataba los costes de producción. La materia prima sería llevada desde lugares cercanos, como por ejemplo, el algodón desde Motril, la sosa de Cartagena y algunos puntos de Andalucía, y las minas de esta última región, aportarían la energía necesaria para mover las máquinas. La producción sería distribuida a San Roque, Málaga, Jaén, Lorca y otros puntos cercanos, lugares donde al parecer eran apreciados esos Lienzos catalanes.
En la concepción del catalán, el estado sería el propietario de los medios de producción y, por ello recibiría la tercera parte de los beneficios para amortizar las maquinarias y reinvertir en otras nuevas. Otra tercera parte de la plusvalía productiva se reservaría al reo, para serle entregada una vez cumplida su condena, y que así pudiera tener una base sobre la que sustentar su recuperación económica y, por consiguiente, su inserción social. El inventor de este proyecto establece unos requisitos necesarios para que el reo pudiera cobrar esos emolumentos, tales como, obviamente, obtener la liberad y, además, informar del lugar en el que se iba a establecer y en qué actividad iba a invertirlos. Finalmente, y aquí radica la concepción burguesa de la propuesta, la ultima tercera parte sería para el Director «a titulo de indemnización para todos sus desvelos y gastos que le hayan ocasionado». Desconocemos cómo sería nombrado ese director, pero el hecho de que se llevara la tercera parte de los beneficios y se hablara en al proyecto de «gastos ocasionados», implica una aportación capitalista al mismo, representado en la persona del director.
Finalmente, no adelanta José Pedro Badía puntos esenciales como la instalación material del establecimiento, el reglamento disciplinar de los obreros, organización de las escuelas para el aprendizaje de los mismos, etc., puntos que deja para el momento en el que Espartero hubiera aprobado su proyecto.
Resulta difícil imaginar en estos momentos cuál pudiera haber sido el destino económico de Ceuta si estas ideas liberales se hubieran puesto en prácticas, pues el desarrollo de la industria textil era el pilar básico de la revolución industrial. Poniendo, sin embargo, los pies en el suelo, es posible aducir que Ceuta contaría solamente con mano de obra barata, careciendo de otros elementos necesarios para esta industria textil como, por ejemplo, el agua. La solución a este problema nos lo da Badía en su obra, pero implicaba un movimiento político y diplomático de envergadura. Consideraba que debía, y podía, aumentarse el perímetro de la ciudad para atender a las exigencias de agua, materias primas y espacio, a cambio de ceder a Marruecos el Peñón de Vélez de la Gomera, Alhucemas y Melilla. De esa manera Ceuta quedaría como única plaza española, pero con una entidad mucho mayor de la que tenía hasta entonces y con un desarrollo económico importante.
No cabe duda de que en esta concepción utilitarista del presidio de Badía, se aprecia el sentido emprendedor de los catalanes y su visión de elementos de desarrollo económico, allí donde van, aunque el motivo de estancia fuera el de cumplir una condena.
Ni que decir hay que esta propuesta cayó en saco roto. Muy posiblemente, la sublevación de Cataluña contra la imposición por Espartero de un arancel, menos proteccionista que antes, para el algodón, y el subsiguiente bombardeo de Barcelona, hizo que José Pedro Badía, abandonara sus sueños emprendedores sobre Ceuta, al ver la realidad de la política de la regencia. El final de la misma y el ascenso de los moderados al poder tras la forzada mayoría de edad de Isabel II, terminarían por sepultar los sueños de un presidiario catalán que quiso convertir a Ceuta en una ciudad industrial.