Los españoles nos hemos acostumbrado a disfrutar del derecho democrático al voto. Es más, muchos de los ahora incluidos en el Censo no han conocido otra cosa. Los de más edad, sin embargo, recordamos las escasas ocasiones en las que se acudió a las urnas durante los cuarenta años de régimen de Franco. La primera, en junio de 1947 -en la que no participé por tener solamente 13 años de edad (¡quien los cogiera otra vez!)- cuando se convocó un referéndum sobre la Ley de Sucesión en la Jefatura del Estado, para la que la propaganda oficial creó el slogan “Franco sí, comunismo no”, el cual, según rumor que corrió como la pólvora entre la gente, fue sustituido en una presuntamente censurada portada del añorado semanario humorístico “La Codorniz” por un “Franco sí, comunismo tampoco”. Los resultados, como es lógico, fueron arrolladores en favor del sí.
El segundo referéndum tuvo lugar en diciembre de 1966, para aprobar la Ley Orgánica del Estado, en el cual, y aun cuando es bien sabido que no soy de izquierdas, me permití formar parte del 4% de españoles que votó “no”, creyendo inocentemente en el secreto del voto, creencia de la que desengañado inmediatamente, pues al siguiente día cierto concejal me echó en cara mi postura negativa. Las otras ocasiones, por fin, se produjeron cuando comenzaron a elegirse los Procuradores en Cortes por el tercio familiar, en las cuales sólo podían participar los cabezas de familia. En Ceuta las ganaba Serafín Becerra, quien no era precisamente el candidato oficialista.
Tras el fallecimiento de Franco, y siendo ya Presidente del Gobierno Adolfo Suárez, se convocó el referéndum sobre la Ley de Reforma Política, norma que introducía el sistema democrático actual. Celebrado en diciembre de 1976, logró el apoyo del 80% de los electores. Después hemos tenido dos más, uno para aprobar la Constitución y el otro sobre la entrada de España en la OTAN. Asimismo, hemos acudido ya a las urnas nueve veces para elegir Diputados y Senadores (la legislatura llamada “constituyente” y la siguientes, numeradas desde la I a la VIII). En tres de ellas tuve el honor de ser elegido para representar a mi tierra, una como Diputado y dos como Senador. Hoy será la décima vez que tienen lugar estas elecciones, en la que se elegirán los parlamentarios que van a integrar la IX legislatura. Además de lo anterior, ya ha habido otras tantas elecciones municipales. Estamos, pues, habituados a las urnas. El actual periodo democrático ha dejado ya de ser tan joven como algunos dicen.
Pues bien; pienso que estos comicios van a ser los más trascendentes de las llamadas “elecciones generales”. En ellos se decide el partido o, en su caso, la coalición que gobernará en los próximos años, haciendo frente a una situación económica de crisis, endeudamiento y paro, tan llena de dificultades que resolverla resultará ciertamente una tarea compleja y, a veces, por necesidad, impopular. Por eso, aunque llueva o truene, todos debemos esforzarnos en cumplir nuestra obligación cívica de acudir a votar la candidatura que consideremos más apropiada para llevar a cabo esa dura, pero imprescindible labor: la de situar a España en el lugar que merece por su historia, por su emplazamiento geográfico, por su capacidad productiva y por la valía y el esfuerzo de la gran mayoría de sus habitantes. Desarrollo, competitividad y, sobre todo, empleo.
Ni confianzas, ni desánimos. Hoy, a votar.
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