Opinión

Javi el barrendero

Me lo presentaron hará dos días. No lo conocía pero su amabilidad quedó plasmada en ese " apretón de manos y en ese "encantado de conocerte". Es la mirada, un gesto, una sonrisa, un algo indescriptible que capta el inconsciente en unos segundos. Pedro Toro, mi amigo del alma, lo conocía desde hace tiempo.

Son las 17 horas y, con una voz agitada y sorprendida, me dijo que "Javier había fallecido de muerte súbita".

Apesadumbrado y sin encajar la noticia me contó que Javi era un trabajador de TRACE, ejercía de barrendero y destacaba por empatía con todos sus compañeros, su disposición para dejar, aunque fuera por un instante, la faena y compartir unas palabras, charlar de cualquier cosa, lo que fuera, pero te insuflaba energía como el café que nos espabila todas las mañanas.

Pedro había conocido a la madre de Javi en la residencia Gerón; allí la ingresaron para protegerla de problemas familiares. Supe por Pedro que Javi era un luchador nato. Su familia había pasado por muchas vicisitudes viviendo circunstancias muy complicadas. Javi se entregó a la protección de su madre y a buscarse la vida desde el primer momento.

Ha donado sus órganos, así lo había decidido. Pensó en los demás con esa firmeza de la solidaridad que vale para mover el mundo, para que no se pare, para echar un esfuerzo por los otros en cualquier circunstancia.

Pienso en sus hijos, en sus compañeros, en sus colegas del curro, en sus seres cercanos, en su familia. Todo es de repente, en un instante, en unos segundos la muerte nos acecha sin avisarnos; no hay despedidas, no hay últimas palabras, no hay tiempo porque no da tiempo a nada.

Te marchas, como los rayos de una tormenta, como el sonido frágil de una nota, como el eco que deja de repetirse.

Te vas con un silencio absurdo, sin palabras, sin señales. Me quedo con ese apretón de manos que no recordaba, con lo que me contó Pedro sobre ti, con tu cuerpo que vivirá en otros cuerpos aunque tú no lo sepas.

Andarás las calles de Ceuta limpiando el barrio mientras silbas cualquier melodía, madrugarás las mañanas de luz que amanece.

Prepararse sin prepararse, irse, terminar sin comenzar el destino trazado. Sé quién eres, aunque no te he visto, aunque nunca hablé contigo, aunque eres un desconocido. Mientras escribo este CAÑONAZO sentado en la Plaza de los Reyes sé quién eres, te dibujo difuminado como un cuadro impresionista.

Empiezo a recordarte aunque no tenga recuerdos tuyos.

Hoy los cañonazos se convierten en salvas, salvas por la buena gente anónima y desconocida que barren los desánimos y las tristezas.

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