Si usted, amable lector, ve la foto con que este periódico ilustra, el 15 de junio, la crónica que López Cortina titula “Progreso contra la exclusión”, se muere de la risa. Empezaré diciendo que la crónica da fe de la finalización del taller que la Asociación de Mujeres Progresistas ‘María Miaja’ ha venido impartiendo durante un mes en el local social del Príncipe Felipe. Si usted lee la reportaje de la notable periodista López Cortina, las expresiones que más se repiten son “inserción social”, “integrarse en una sociedad de la que forman parte”, “seguir avanzando en el camino de la integración y en la lucha contra la exclusión”.
Pues bien, si usted observa con detenimiento la foto que acompaña al escrito, observará que todas las integrantes del taller van, todas, tapadas con un velo, algunas valadas hasta las cejas, y, ¡sorpréndase!, una de las asistentes viste un ‘niqab’, en el que el pañuelo negro que le cubre la cara le llega hasta la cintura. A esta mujer sólo se le ven los ojos, que están cubiertos, además, con unas gafas. ¡No se lo pierda!, hágase con el Faro del 15 de junio.
La señora en cuestión, que viste el ‘niqab’, dice que se lo puso cuando su marido se fue a trabajar fuera y “me agarré a la fe para salir a delante”, y “que son cuestiones muy personales”. ¿Qué tendrá que ver la fe con vestir el ‘niqab’? Aquí estamos confundiendo la dignidad de la mujer con la fe, con la religión. Aquí asistimos a la negación del pensamiento crítico. Y por el contrario hacen su aparición la superchería, la superstición y el oscurantismo.
Supongo que todas esas progresistas filosocialistas les habrán abierto los ojos al respecto y les habrán dicho que la dignidad de la mujer está por encima de cuestiones religiosas y que vistiendo así es una manera segura de excluirse de la sociedad de la que forman parte y que en occidente no se puede ir velado de esa manera por la vía pública, porque puede ser peligroso para la integridad de los ciudadanos. ¿Es así mujeres progresistas?
Lo que sucede es que las religiones del Libro –judaísmo, cristianismo e islam– ven a la mujer como portadora del pecado. Recuerde, amable lector, aquello de que por una mujer entró el pecado en el mundo y por el pecado la muerte. A esas religiones, sobre todo, el islam, les preocupan las mujeres de una forma extraña. El islam tiene un verdadero problema con la mujer.
No entiende, por lo general, sus necesidades. Y trata de invisibilizarlas. Esas religiones del Libro hacen que la mujer tenga una especial relación con la culpa, las hacen culpables, y, por ende, ellas tratan de esconderse y hacerse invisibles. Recuerde Afganistán. Esa mujer del taller y todas como ella, cuando visten esas prendas, dan a entender que no se es nadie. Esas prendas las cosifican, las hurta su rasgo de individuación. Cuando las personas carecen de juicio crítico se convierten en rebaños humanos y se dejan llevar por el oscurantismo religioso.
Y el derecho a la individualidad debería ser considerado un derecho humano “explícito”. Y como dice E. Aguirre, no puede haber costumbres ni religiones ni nada que posterguen a la mujer o le impidan tener los mismos derechos que los hombres. Así de claro.
Espero y deseo que para el próximo taller las ‘mujeres progresistas’, tan filosocialistas ellas y tan condescendientes con ciertas costumbres antinatura de las musulmanas, y tan beligerantes ellas, también, con todo lo que huela a costumbres cristianas, espero y deseo –repito– que se despojen de su ambigüedad con el islam y llamen al pan, pan, y al vino, vino.
Y que recuerden que por ahí circulan clérigos barbudos misóginos que usan el viejo truco de amedrentar a las mujeres y asustarlas con fuegos eternos y castigos sin cuento si no se tapan. Hablen claro y sin rodeos.