La Calima no es más que polvo en suspensión, pero si lleva cesio de Chernóbil en sus partículas la mezcla puede volverse interesante. Todo parece que esté hecho para matarnos, incluso lo que hemos propiciado nosotros mismos.
Se ingenian planes para tsunamis que son obra y gracia del Planeta que debe de estar hasta las trancas de nosotros como especie invasora. Los días siguen, los meses se suceden y trabajamos para pagar facturas y morirnos descompuestos. Evolucionamos en alienígenas que se ponen los cuernos mutuamente ante una parrilla de salida que rivaliza con otras tantas fantasías animadas de ayer y hoy. Porque siempre hemos mirado al cielo, no para ver sino para imaginar que alguien del más allá nos salvaría el pellejo. Los primitivos que idolatraban esas Venus llenas de vida y carne, hambrientos de fecundidad, ya lo hacían. Los primeros griegos que veían sirenas, dioses de pies de barro y naturalezas disolutas, no fueron menos. Ni los más inteligentes se libraban, porque lo sobrenatural siempre nos ha puesto las pilas. A ninguna civilización les faltó hasta que llegó la Edad de los dioses únicos, prepotentes y ancestrales, que sobrevivieron en la conciencia humana hasta que los creadores de los realitys nos sacaron de las tinieblas para meternos de lleno en la calima de Chernóbil.
Hay para todos los gustos y sí que deben gustar porque siguen emitiéndose en un mundo donde los porcentajes lo son todo, como en la selectividad para los de bachillerato. No hay profesores, ni obreros cualificados, ni oficinistas, ni nadie-entre sus filas- que se lleve la cuchara a la boca con un trabajo de diez horas mal pagado. Porque se nos paga mal por pensar con la cabeza, con las gónadas nunca. Si no me creen que se lo digan a los que hacen porno suave en edredones de papel, subiéndose con las oscilaciones rudimentarias.
La lista de ambiciones, sueños y rotaciones ha cambiado drásticamente. Ya no quieres trabajar en una redacción porque los grandes periodistas que nos inspiraron en el pasado(los Camba, Umbrales y Delibes) han pasado a la historia y ese periodismo que iba aparejado a literatura prácticamente está muerto o casi. Onetto no está, Gala desaparece en levedad existencial y los que quedan -que son meritorios por continuar en el tajo- lo hacen a golpe de martillo como Thor. La vida ha cambiado para los que tenemos principios que no sean la avaricia, la lujuria, el poder instantáneo o la brevedad de la vida. La inmortalidad de una obra, el darte a los demás, la simpleza no vale absolutamente nada.
No es que se hayan perdidos valores, es que quizás nunca los tuvimos, porque no me digan si no es un tentador de la Isla, más que un burlador de los de Lope de Vega. O una novicia seducida con su entera voluntad remilgada y quieta, más que una novia desgañitada con pestañas de aliexpress que quiere hacerse famosa. ¿No es –quizás- una camisa rota con un chalequillo de piel cubierta, en el cuerpo de un estudiante famélico del XVI, más que los abdominales machacados de horas en el gym, mirándose al espejo, de los realiteros?.
Lo mismo lo único que envejezca sea yo que nunca fui niña entre mayores sino observante, descubridora de realidades que llevarse dentro, plegadas como arrugas internas que conformaron mi carácter. Nunca me gustó la tentación sino para caer en ella, nunca las maldades aparejadas a Moloch u otros sustitutos muchos más amables de calderas ardientes. Lo primitivo, créanme, siempre es mucho más isotopario que estas realidades de quita y pon donde vemos a gente durmiendo en los parques y nos importa un haba.
Hemos madurado como carne de mojama, porque lo mismo somos sirenas varadas en un puerto infinito del que no podemos escapar, porque nos han confinado en una enorme rueda de hámster. Y ya ni nos importa, sino que damos coletadas con risas falsas, enlatadas, como las de los raliltys .
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