Desgraciadamente la Islamofobia es una realidad de mucha actualidad, a la que se alude con mucha frecuencia en ámbitos tan diversos como la política, la educación o los medios de comunicación, pero al mismo tiempo es muy poco comprendida como fenómeno en la sociedad occidental actual. En primer lugar deberíamos enumerar las distintas acepciones que el término islamofobia presenta: la creencia de que el Islam es un bloque monolítico, estático y refractario al cambio; o más bien la creencia de que el Islam es radicalmente distinto de otras religiones y culturas, con las que no comparte valores y/o influencias; o la consideración de que el Islam es inferior a la cultura occidental: primitivo, irracional, bárbaro y sexista; o finalmente, la idea de que el Islam es violento y hostil, propenso al racismo y al choque de civilizaciones.
Además, en el 2005 apareció otra definición formulada por el Consejo de Europa, que consideraba a la islamofobia como "El temor o los prejuicios hacia el Islam, los musulmanes y todo lo relacionado con ellos".
Lo verdaderamente importante es el miedo a lo extraño, la idea preestablecida de que los musulmanes son difícilmente asimilables, que mantengan sus costumbres y que actúen unidos en familias y comunidades enteras. Quizás sea esta la razón principal de la islamofobia: el miedo. Solo acabando con él, terminaremos con este fenómeno que tantos problemas ha causado y causará a Europa.
Tampoco me gustaría pasar por alto que la mayoría de los musulmanes afirman que su situación y la visión y concepto que de ellos tenía occidente, cambio radicalmente, incrementándose vertiginosamente un sentimiento de hostilidad hacia la comunidad musulmana, a partir del 11 de septiembre del 2001, la fecha de los atentados terroristas en Nueva York y Washington. Sintiendo que son percibidos como “extranjeros”, que constituyen una amenaza para la sociedad, y que son tratados con sospecha .
Recientemente, hemos vivido un lamentable y trágico suceso en Europa. Me refiero a los dos atentados perpetrados y ejecutados a sangre fría por Anders Behring Breivik en Noruega. Antes de conocerse la autoría de los mismos, todo el mundo cayó en el estereotipo del terrorista islamista, que muy poco a poco, siempre desde mi punto de vista, fue reemplazado por el de fanático islamofobo. La realidad se nos iba de un extremo al otro. Y cundía un cierto desasosiego: el que producen los acontecimientos cada vez que contradicen los clichés a los que ya nos habíamos adaptado.
En definitiva, estos atentados demuestran que el fanatismo no es exclusivo de ninguna cultura. Y que hay doctrinas cuya insistente propagación genera una bola de nieve del odio que, a partir de cierto tamaño, no hay quien la detenga.
Una cuestión fundamental es la de averiguar si los musulmanes se sienten partícipes en condiciones de igualdad en la sociedad europea, o si algunos de ellos sufren de exclusión social. Las prácticas discriminatorias provenientes de actitudes intolerantes hacia culturas diferentes pueden engendrar la desesperanza, sobre todo entre los jóvenes musulmanes, lo que puede tener un efecto negativo sobre la cohesión social.
Este proceso deber ser dinámico y bilateral, de aceptación mutua por parte de todos, en suma del conjunto de la sociedad, y que requiere del esfuerzo de unos y de otros.