La ceutí Isabel Mesa Delgado, desde muy joven fue una mujer dinámica y comprometida con la igualdad de género durante toda su vida. Siempre llevó por estandarte su compromiso con el anarquismo en Ceuta. De hecho, vino al mundo en el seno de una familia obrera de tradición anarquista. Cuando todavía era menor de edad, ya vivía en Ceuta, se afilió al Sindicato de Oficios Varios, en la CNT, donde no le fue fácil integrarse por su condición.
Sin embargo, ella tenía muy claro que había que conseguir la igualdad social entre el hombre y la mujer. Comenzó a organizar a sus compañeras modistas en la lucha por sus derechos frente a una sociedad que las marginaba.
Una persona que estuvo cerca de ella durante sus últimos años, la historiadora valenciana Molina Beneyto, nos cuenta que «en la familia de Isabel se respiraba la tradición anarquista desde muy pequeña». El papel de la mujer en la sociedad ceutí se ha silenciado durante décadas.
Muchas decidieron trabajar fuera de casa para ser independientes económicamente o contribuir con un salario a la economía familiar. Isabel era costurera, y consiguió el carné número uno de mujeres del «gremio de la aguja». En los prolegómenos de la proclamación de la Segunda República, intervino en numerosos mítines y con apenas dieciocho años, ayudó al cambio de régimen en abril de 1931.
Siempre presumía de ello en las entrevistas: «Cuando se proclamó la República, la primera bandera que ondeó en el monte Hacho de Ceuta fue un abrigo mío que era rojo por fuera con el forro negro». También hay constancia gracias a la prensa de su participación en un acto celebrado en el Teatro Cervantes con motivo del 1º de Mayo de 1931.
Molina Beneyto (historiadora): "En la familia de Isabel se respiraba la tradición anarquista desde muy pequeña"
En la mesa presidencial, a su lado, estaba el líder de la CNT Pedro Vera. En su alocución, ensalzó la lucha feminista, social y libertaria como único fin para lograr metas importantes. Su actividad sindical se desarrolló principalmente en la organización de mujeres trabajadoras.
Tuvo un gran protagonismo en la convocatoria de una huelga, en junio de 1931, de las fábricas de salazones y conservas de la ciudad. Más del 90% de los trabajadores de estas industrias eran mujeres, por lo que se puede considerar la primera huelga femenina en la historia de la ciudad.
Isabel Mesa, se reunió con los patronos, y les comunicó las reivindicaciones que defendían con su acción, pero no quisieron entrar en negociaciones. Isabel contaba con la ayuda de la trabajadora Antonia Céspedes «La Latera», de la que hemos tratado anteriormente.
"Cuando se proclamó la República, la primera bandera que ondeó en el monte Hacho de Ceuta fue un abrigo mío que era rojo por fuera con el forro negro"
El 18 de junio, tras varios días de paro, lanzaron un manifiesto temiendo que el pescado almacenado en las fábricas pudiera salir hacia puertos peninsulares: «No permitáis que embarquen vasijas y menos aún dejar desembarcar pescado para ninguna fábrica de la península, que proceda de Ceuta, porque perjudicáis grandemente la lucha de estas bravas compañeras. ¡Trabajadoras! ¡No olvidéis este llamamiento! Proceded con energía a todo intento de perjuicios contra nuestras compañeras. El comité de huelga. Ceuta, 18 de junio de 1931».
Los patronos engañaron a unas trabajadoras del Protectorado para que cobraran menos de la mitad. Isabel les explicó los motivos de las movilizaciones y ellas se unieron a las huelguistas al día siguiente de llegar a Ceuta. Isabel lo contó años después: «Se unieron a nosotras y en 24 horas ganamos la lucha, consiguiendo las mejoras por las cuales estaban en huelga, siendo readmitidas algunas que habían sido despedidas en represalia».
Isabel Mesa, con su participación, se logró crear una Escuela Racionalista en la ciudad en 1933. Situada en la calle Luis Bello del barrio de la Prosperidad (Hadú), allí impartían de forma gratuita los fundamentos del raciocinio a los hijos de los obreros. Muy de joven trabajo en el taller de la sastrería Casa Tresilló, pero sin olvidar su actividad sindical. Durante el régimen republicano, la CNT estaba ampliamente implantada como primera fuerza sindical. Isabel fue una pieza fundamental en la creación de un Ateneo Libertario ubicado en la sede de la UGT, en la calle Velarde. Aquel centro era una universidad popular y lugar de encuentro donde la gente se conocía, debatía, creaba vínculos de unión y planteaba sus problemas.
"Con el expediente, se pretendía castigarla por sus conferencias en la Casa del Pueblo y su compromiso social con las mujeres de los obreros"
Isabel sigue contando: «En Ceuta teníamos un Ateneo Libertario donde se enseñaba a leer y a escribir a los obreros; también música, pintura, esperanto, naturismo. Se hacían asambleas, se hablaba de la revolución y de las ideas. Era una juventud bonita de verdad (...) lo primero que hicimos en el sindicato fue una biblioteca.
Los carpinteros hicieron una vitrina y cada persona llevó los libros que pudo. En mi casa había bastantes libros, que llevamos también. Entonces empezamos a escribir pidiendo más libros. Si los que recibíamos estaban repetidos, los repartíamos. ¡Hicimos allí una biblioteca chula de verdad! Poníamos bancos de madera, porque no teníamos sillas. Yo era la bibliotecaria con mis escasos veinte años».
Isabel Mesa falleció en 2002 con 88 años, en Valencia. Su féretro fue envuelto con la bandera anarquista, como ella quería, y en el sepelio sonaron los acordes de A las barricadas. Allí estaba, por supuesto, Maruja Lara, su otro yo desde que se conocieron en 1937 y hasta la muerte.
Con el golpe en julio de 1936, la sorprende como a muchas. Cambia de domicilio, se marcha a casa de una amiga esperando que, pronto, todo vuelva a la normalidad, algo que no ocurrió. Recibe noticias de las detenciones, los fusilamientos, los asaltos a las sedes de los partidos políticos, templo masónico, sindicatos, Casa del Pueblo, etc.
Solo piensa en salir de la ciudad y salvar la vida. Contacta con algunos compañeros, los que no han sido detenidos se ocultan en los montes esperando poder huir a Tánger o en alguna traíña a la península, ya que la costa malagueña todavía está en manos del Gobierno de la República.
Antes de partir, necesita algún dinero para poder subsistir; se avecinan tiempos difíciles. Se encaminó a la sastrería donde trabajaba, Tresilló, y allí pidió a su jefe, Antonio Domínguez, el finiquito. Después, fue a despedirse de su madre, que vivía muy cerca del taller, en la calle Antíoco. La madre le comentó que algunos falangistas ya habían preguntado por ella en varias ocasiones, pero ella siempre les respondía que su hija se había marchado a Tánger en los primeros momentos de la sublevación.
En principio, Isabel se va a los montes del Tarajal, allí hay muchos ceutíes durmiendo en el campo por miedo a los ataques de los aviones y buques republicanos; podrá esconderse entre ellos, pasar desapercibida. Sin embargo, patrullas de falangistas suelen dar batidas en busca de huidos.
Cuando ha pasado más de un mes de la sublevación, considera que no puede seguir ocultándose allí temiendo continuamente que cualquier día den con ella. Le llegan noticias sobre la fuerte represión con cientos de detenidos y ejecuciones sumarísimas, como la de un exnovio también cenetista, Antonio Postigo, asesinado en la saca del 17 de agosto.
Todos buscan la mejor oportunidad para salir de la ciudad. Por carretera hacia Tánger es muy complicado, hay mucha vigilancia; la única solución es por mar camuflados en un barco pesquero. De momento, deciden ir a los montes de Benzú, con una zona boscosa mucho mayor y menos vigilado.
Allí, Isabel encuentra a algunos compañeros de la CNT, como Luis Campos, Pedro Ruiz o Julio Acién, quienes le explican que están ultimando la huida por mar. Han apalabrado una traíña dispuesta a cruzar el Estrecho y solamente esperan a que les avisen. Desde los montes, Isabel se dirigió a casa del sindicalista Pedro Ruiz, en el pasaje De Las Heras, donde también hay otros compañeros que aguardan una oportunidad para salir de la ciudad desde hace varias semanas.
Pedro consiguió el falucho pesquero, propiedad de Pepe «El Granaíno», destacado miembro de la FAI en Ceuta. Paco Díaz se encargó de avisar a los habían permanecido en los montes de Benzú. El día señalado fue el 24 de octubre, y debían estar entre las 18 y las 18:30 en la llamada «Piedra Gorda», en La Almadraba, debajo del hospital militar.
Poco a poco, los catorce fueron llegando: Julio Acién, Luis Campos, Pedro Ruiz, Juan Vivas, Juan Domínguez, Francisco Díaz, Juan Ramón Sánchez, Eliseo San Segundo, Rafael San Segundo, Indalecio Ramos, Ramón Ríos, José Soto, Miguel Parra Haro y ella.
La espera se hizo eterna. Cuando estaba anocheciendo, vieron acercarse una pequeña traíña. Se tiraron al agua y, después de nadar unos pocos metros desde la orilla, llegaron a la mencionada Piedra Gorda, donde la embarcación se había detenido, y subieron a ella. Después de cambiarse la ropa mojada, se escondieron bajo los aperos de pesca y tomaron rumbo hacia Gibraltar; ya era noche cerrada.
Llegaron a la colonia en pocas horas y sin novedad. Desembarcaron y, al día siguiente, partieron hacia Estepona en otro barco para, desde allí, continuar por tierra hasta Málaga. Una vez en su destino, Isabel y sus compañeros se encaminaron a un local de la CNT que acogía a quienes llegaban huyendo de los sublevados.
Llegó tras salir de Ceuta, a Valencia, donde se unió a la sección femenina de la CNT y participó en el Congreso de Constitución de la Federación Nacional de Mujeres Libres, en septiembre 1937, alcanzando la secretaría de la Agrupación Local. Ella siempre decía: «La mujer siempre ha tenido que luchar mucho. No solo teníamos que sembrar las ideas, sino luchar contra algunos de los que estaban con nosotras sembrando. La mujer y el hombre tienen que ir caminando juntos buscando la libertad, codo con codo o cogidos de la mano». Fue, además, secretaria del Sindicato de Sanidad, Sección de Enfermeras, afecto a la CNT y la FAI.
Siempre estaba en primera línea haciendo su vida entre el hospital y el sindicato. El también ceutí Juan Vivas coincidió en varias ocasiones con Isabel y dijo de ella: «La veía con frecuencia y la acompañaba desde el hospital al sindicato, pocas veces a dar un paseo. Era una gran trabajadora». En la clandestinidad Perdida la guerra en 1939, intentó huir hacia el exilio por el puerto de Alicante, pero como otros muchos republicanos ―el joven cenetista ceutí Fructuoso Miaja171 entre otros―, se quedó en tierra esperando unos barcos que no llegaron. No obstante, Isabel logró escapar de los sublevados haciéndose pasar por uno de ellos y caminando, siguiendo las vías del tren, llegó a Almería. Allí permaneció varias semanas y contrajo una grave enfermedad para, seguidamente, retornar a Málaga con idea de resistir, de no dejar que el franquismo doblegara sus sueños.
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