Los nacionalistas radicales de algunas Comunidades Autónomas, sobre todo, los del País Vasco y Cataluña, sienten tanto complejo de inferioridad por el hecho de que a lo largo de toda la historia sus territorios no hayan pasado nunca de ser o un simple condado o meros señoríos que constantemente se ven en la necesidad de inventarse su propia historia, presentándola completamente al revés de como en realidad acaeció, para así intentar hacernos ver que en el pasado sus pueblos estuvieron constituidos en un supuesto reino o en un soñado Estado soberano, en virtud de cuyos antecedentes históricos por ellos manipulados, pues pretenden ahora arrogarse el derecho a ser nación, insistiendo en ello tercamente y con la creencia de que los demás somos tan ignorantes en Historia como para que nos vayamos a creer sus ilusorios intentos de engañarnos. Y lo más lamentable de todo esto es que así siga ocurriendo incluso tras que el Tribunal Constitucional se haya pronunciado ya en el sentido de que, jurídicamente, sólo existe en el territorio español una única nación, que es la que inequívocamente dispone el artículo 2 de nuestra Constitución, o sea, la formada por la “indisoluble unidad de la Nación española, patria común e indivisible de todos los españoles”. Y ese complejo que tienen de ser menos que los demás territorios, es algo que les aterra y corroe por dentro, y por eso intentan a toda costa quitárselo de encima aunque sea a base de burdos inventos como el de pretender exigir ahora ser más que otros territorios españoles que en la época medieval todos sabemos que sí llegaron a estar constituidos en auténticos reinos, aunque ahora nada protesten ni reclamen en materia soberanista.
Como ya expuse en otro artículo anterior, el año 2004, con ocasión de celebrarse el milenario del reinado de Sancho III el Mayor como rey de Navarra, los nacionalistas vascos pretendieron atribuirse su figura real para presentarla como la imagen mítica de un supuesto reino vasco independiente, que se remontaría a mil años atrás, aunque tal reino nunca haya existido nunca en realidad, ya que el territorio vasco nunca pasó de ser un muy digno pero simple señorío. Y querer valerse de esa figura ajena como la encarnación del nacionalismo independentista vasco fue algo así como el más falso invento de presentación de la Historia, que El Quijote dijo que debía ser fiel reflejo de la verdad de los hechos acontecimientos, ya que Sancho III el Mayor fue rey de Navarra, pero no el rey de los vascos, sin haber llegado tampoco a tener ese tan alardeado origen genético de etnia exclusiva y excluyente por la que algunos vascos se atribuyen un supuesto grupo sanguíneo RH negativo con el que dicen pertenecer a una supuesta raza superior a todas las demás que poblaron el resto de territorios de la vieja Hispania. Y eso es así, porque los abuelos de Sancho III el Mayor fueron Sancho II Garcés el Abarca, rey de Pamplona y conde de Aragón; y Urraca, hija de Don Rodrigo, que a su vez fue el fundador del condado de Castilla. Y sus padres fueron García III Sánchez el Temblón, también rey de Navarra y Doña Jimena, natural de León. El mismo Sancho III se casó con Doña Munia, hija del conde Sancho de Castilla, por cuyo matrimonio con ésta gobernó dicho condado castellano.
Así, aunque a Sancho III pueda considerársele como el monarca cristiano más importante del siglo XI, el mismo fue rey de Navarra, pero nunca lo fue de las Vascongadas, habiendo reinado en la primera desde el año 1004 hasta su muerte en 1035. Fue también conde de Aragón desde el año 1000 hasta su fallecimiento. Y, asimismo, fue conde de Castilla desde 1029 hasta 1035. Si acaso, lo que sí ocurrió fue que a los habitantes de una pequeña parte de Navarra se les llamó por entonces los “vascones de oriente”, pero siempre mantuvieron la distinción delimitadora de Reino de Navarra; mientras que a las llamadas “provincias vascas” se les denominaba oficialmente el Señorío de Vizcaya, Provincia de Araba y Provincia de Guipúzcoa. Es decir, que al igual que sucede en la actualidad, que están perfectamente delimitadas y diferenciadas la Comunidad Autónoma Vasca, por un lado, y la Comunidad Foral Navarra, por otro, pues también lo estuvieron en el pasado. Mas las diferencias entre Navarra y el País Vasco están basadas en el propio territorio de cada Comunidad, en los derechos históricos inmemoriales y en la propia idiosincrasia y distinta forma de ser de sus gentes. Y son los propios navarros los que a menudo reiteradamente reivindican su propia identidad, distinta y diferente a la del País Vasco, y rechazan la bandera nacionalista que los vascos pretenden que ondee en los centros de algunos lugares públicos de Navarra, pero que los navarros se niegan rotundamente a enarbolar, como igualmente rechazan que se les pretenda incluir dentro de una hipotética gran nación vasca a la que los nacionalistas vascos aspiran.
Con lo hasta aquí expuesto, creo que queda plenamente descartado que Sancho III hubiera podido tener sus componentes sanguíneos vascos. Sus verdaderos orígenes fueron una amalgamada mezcla de las identidades navarro-castellano-aragonesa; como también está documentalmente acreditado que no fue el rey de los vascos, sino de los navarros. Pero es que, además, Sancho III fue un monarca que si por algo se caracterizó fue por ser integrador y nada sospechoso de merecer que ahora se le quiera presentar blandiendo en alto la bandera del nacionalismo disgregador, sino precisamente todo lo contrario. Hay un hecho indubitado que lo dice todo sobre su talante hispano y su proyecto nacional españolista, cuando tras haber reconquistado Astorga y León acuñó moneda en la que se autotituló emperador de Hispanis, con la inscripción numismática de “Imperator totius hispaniae”. Es decir, que dicho monarca fue el prototipo de rey integrista y reunificador de los distintos territorios para la causa nacional española, en lugar de la imagen independentista que el año 2004 se le quiso dar; siendo muy lamentable que la auténtica Historia de España tenga que soportar tales ataques de suplantación de la verdad por tan descaradas mentiras.
Pues igualmente se pretende ahora deformar y tergiversar, falseándola, la historia de Cataluña, con idéntico complejo de inferioridad y con las mismas fiebres soberanistas de algunos de sus dirigentes radicales de la Generalidad. Y vaya por delante que - como ya tengo afirmado en otros artículos - personalmente siento bastante afecto y admiración tanto por el pueblo vasco como por el catalán, en el sentido de que en ambos casos se trata, en general, de gente digna, laboriosa y muy emprendedora, que en su mayoría se sienten tan orgullosas de ser vascos y catalanes como también de ser españoles, tal como nos sucede a los demás, que todos nos sentimos muy orgullosos de ser y querer cada uno a nuestra propia tierra, pero siempre con la doble dignidad de sentirnos también parte integrante de ese atrayente y sugestivo proyecto común que se llama España. Sin embargo, van ahora algunos dirigentes catalanes y, con gran aureola de catalanismo independentista, montan todo un ceremonial mediático y proceden a la exhumación del que ellos tiernamente llaman su “rey Pere II el Gran”, mediante un análisis por endoscopia a un sarcófago y los restos que contiene una tumba del Monasterio de la Orden Cirtenciense en Santes Creus (Tarragona), haciendo reiterada ostentación propagandística a los “reyes catalano-aragoneses”, a la “Corona catalana-aragonesa”, a “Pere II el gran rey de Cataluña”, etc.; emitiéndose en un documental en la TV 3, titulado “Anatomía de un rey”.
Es decir, que se trata de una argucia más de las muchas que se suelen inventar, con delirios nacionalistas, para presentar también en este caso a dicho monarca como si hubiera sido el rey de los catalanes, o como a su monarca que ahora pudiera servirles de bandera para intentar hacer ver que Cataluña fue desde la antigüedad esa gran nación que dicen que el Estado represor español siempre les negó, haciéndose pasar por víctimas propiciatorias de las represalias políticas y también económicas, por aquello de que la “pela es la pela”. Y lo verdaderamente cierto es que, aunque sea una Comunidad muy respetable y respetada como todas las demás, pero Cataluña en su devenir histórico sólo llegó a ostentar el título de Condado de Barcelona. Y ese exactamente fue el título que tuvo y usó Pedro III el Grande de Aragón (o Pere II, Conde de Barcelona), como no podía ser de otra forma, ya que Cataluña nunca fue una monarquía ni llegó a tener un rey, sino un simple condado del que, como todos sabemos, su legítimo titular nobiliario es el Conde de Barcelona. Pero los nacionalistas radicales no pueden soportar que Aragón y Valencia sí llegaran a ser reinos, y ellos se quedaran en un mero condado. Y de ahí les viene su gran complejo y frustración.
Por eso se hace necesario recordar a esta gente tan ayuna en la verdadera Historia, pero tan hábil para manipularla y presentar otra distinta con falsos hechos inventados, que la denominación correcta del que ellos denominan “Pere II el Gran”, no es otra que la de Pedro III, rey de Aragón; que también se llamó Pedro I, rey de Valencia; rey de Cerdeña y Sicilia; y Pedro II (en catalán Pere II), pero en este último caso, no con título de rey, como se quiere hacer ver y que no podía tenerlo al no ser Cataluña un reino, sino como “Conde de Barcelona”. Sus orígenes para nada fueron catalanes, porque fue hijo de Jaime I de Aragón y de Violante de Hungría. Tuvo por abuelos, por rama paterna, a Pedro II de Aragón y a María de Montpellier; y por parte materna, a Andrés II de Hungría y a Yolanda de Courtenay. Pedro III tuvo un reinado bastante breve, puesto que sólo ciñó las coronas de Aragón y Valencia desde el 27 de julio de 1276 hasta el 2 de noviembre de 1285. Y esa es la auténtica Historia que debe resplandecer, porque tal como Don quijote nos enseña: “La Historia es la fiel narración de los hechos, como reflejo de la verdad de como los mismos hubieren acontecido”.
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