Hace tiempo que no escribo sobre Cataluña, pero, cuando lo hago, me gustaría que siempre fuera en sentido favorable. Nunca he sido político, ni he tenido preconcebido ningún juicio de valor negativo sobre dicha capital. ni sobre los catalanes, a los que, en general, también siempre los he tenido por laboriosos, creativos y emprendedores, e incluso hasta suelo ser tolerante con ese escaso 19,2% que, según las encuestas, son secesionistas, si lo son sólo por sentimientos, siempre que, luego, acaten el orden legalmente constituido, porque las ideas y los sentimientos, por sí solos, no delinquen.
Otra cosa distinta es que se llegue hasta el extremo de utilizar la violencia para exaltar lo que se siente; porque, con semejante desafuero, para nada soy condescendiente, ni soporto flagrantes injusticias como a la que aquí, hoy, me referiré. Sé que, con mis escritos, muchas veces me equivocaré, o que pueden ser del agrado de algunos y del desagrado de otros, al igual que también alguna vez se equivocarán los demás que también escriben, por eso. nadie es infalible.
“La “singularidad” que para Cataluña ahora se pretende, no es fruto de algo que, razonablemente, pueda considerarse ni justo, ni objetivo, sino que su petición nace de algo tan extraño como ha sido un pacto particular de mera conveniencia, celebrado subrepticiamente fuera de España, redactado por un prófugo huido de la Justicia española oculto en el maletero de un coche, sólo para favorecerse él mismo, siendo catalana la misma persona huida, la que redacta el pacto, imponiendo como condición una amnistía para aplicársela a sí mismo; cuyo pacto fue alcanzado subrepticiamente en el extranjero y con la extraña figura de un supuesto “mediador” salvadoreño, que creo resulta ser de lo más extravagante e indigno”.
Pero lo que sí puedo asegurar es que, tengo mi conciencia absolutamente tranquila de que, en mi forma de proceder, siempre he procurado que lo que escribo sea legal, serio y objetivo, incluso desde el punto de vista moral; aunque otra cosa luego sea que quienes me lean estén o no de acuerdo con mi artículo de los lunes, que ya vengo publicándolo, ininterrumpidamente, durante 23 años, porque para eso están la democracia civilizada, la disparidad de criterios y el contraste de pareceres.
Para mí, lo más importante al escribir, es la idea que siempre me hago de que nadie en la vida es más que nadie, mientras no se demuestre lo contrario y que, todo el mundo es bueno, mientras no se demuestre lo contrario. Pues, enmarcando ahora mi anterior forma de ser y de pensar respecto a Cataluña y los catalanes, de los que hoy me voy a ocupar, de verdad que, tampoco tengo contra ellos ningún juicio preconcebido de valor negativo.
Les considero, en general, gente honesta, trabajadora y creativa que, con su constancia, esfuerzo y tesón, hacen posible que su región sea próspera y los catalanes gocen de un elevado nivel de vida y desarrollo, que eso es así, como la vida misma. Ahora bien, de lo que sí me doy cuenta es que, quizá, por considerarse de los más laboriosos y desarrollados, algunos catalanes tal vez presuman en exceso de que fueron ellos quienes más contribuyeron a hacer el llamado “milagro económico” de España de los años 1950/1960, arrogándose para sí el protagonismo único de ser los artífices de aquel progreso, a base de silenciar deliberadamente que los auténticos protagonistas de aquel avanzado progreso, los que más aportaron al mismo, fueron los miles y miles de obreros llegados a Cataluña, procedentes de otras regiones más pobres, como Andalucía, Extremadura, Murcia, etc, que allí llevaron su mano de obra barata, pese a haber hecho los mayores esfuerzos, sacrificios y penalidades, al tener que separarse de su tierra, de su entorno y de su familia, para que, luego, fuera Cataluña la que, más se beneficiara de su denodado trabajo, apropiándose para ella de la autoría del cambio a mejor que la misma experimentó.
Mientras tanto, las propias regiones de las que los trabajadores llegaron se hacían todavía más pobres e incluso, en determinados casos, algunos catalanes trataron de denigrar y devaluar el trabajo de los foráneos apodándoles peyorativamente como "charnegos", "maquetos", "sudacas", etc. Por ejemplo, durante aquellos años, en mi juventud, fui testigo presencial en Mérida y su comarca de fábricas de hilaturas enteras que fueron allí desmontadas para llevárselas a Cataluña, sólo por el hecho de que allí ya tuvieran más industria y más comercio, próximos a la frontera con Francia.
Creo que, tal aprovechamiento y explotación de recursos llevándoselos casi todos para el norte, pues empobrecía aún más el sur y otros lugares deprimidos. Y esa, pudo haber sido la causa que hiciera despertar en la conciencia de algunos catalanes autóctonos cierto sentimiento de superioridad de clase e incluso algunos brotes de posible discriminación étnica que terminó por hacerles más arrogantes y más prepotentes, como si ellos fueran superiores a los demás. Y ese sustrato étnico así formado, quizá fuera el motivo por el que a algunos catalanes se les haya agudizado su vanidad y su sentido de superioridad, hasta creerse más prepotentes, más arrogantes, más sectarios, más valiosos, más listos, los que más saben, quienes más se merecen y los que más derechos tienen, excepción que hago de aquellos otros catalanes que pudieron comportarse como excelentes personas y perfectos caballeros.
Pues, entre los clasificados en primer lugar, por ser así de sectarios, parece que es donde hay que residenciar el último engendro que se han inventado determinados catalanes para pedir una financiación autonómica “singular” sólo para Cataluña, que sea exclusiva y excluyente, es decir, que sirva sólo a sus propios intereses, dejando fuera a todas las demás Comunidades y territorios. Y, además, también piden ser tratados, por encima del resto y tener mayores privilegios que las demás Autonomías; y que, asimismo, se les añada una especie de “cupo”, que exigen y que el Estado les exima de la cuota de reparto entre regiones de los inmigrantes que llegan a nuestro país. En concreto, piden que se les dé mucho más, pero contribuir mucho menos.
Con ello, parecen querer conseguir que Cataluña sea distinta al resto de Comunidades consideradas de régimen común, en clara y abierta contravención de lo dispuesto en los artículos 1 y 14 de la Constitución, que reconoce, garantiza y propugna como valores superiores de nuestro ordenamiento jurídico, la libertad, la “justicia” y la “igualdad”; y del artículo 2, que impone la “solidaridad” interterritorial entre todas las regiones de España. Pero es que, además, lo dicen claro y sin ninguna clase de sonrojo. Ellos tienen que distinguirse de lo común y de los demás.
Tienen, también, que ser diferentes y estar por encima del resto en todo lo que sea positivo. Por ejemplo, pretenden producir sólo para Cataluña, de modo que todos los bienes y utilidades recaudados en el territorio catalán sean exclusivamente destinados a Cataluña. Pero como eso todavía debe parecerle poco, también piden aparte al Estado que les asigne una especie de “concierto” bilateral (negociado de tú a tú), de manera que puedan tener plena independencia fiscal, para que todo los bienes y servicios generados en Cataluña, sean sólo para los catalanes; y, si acaso, luego ellos ya estudiarían lo que a ellos más les conviniera sobre cómo distribuirían alguna exigua cantidad, según el “cupo”, que ellos mismos se fijarían, anteponiendo siempre los intereses de Cataluña, para que lo producido en ésta sea destinado sólo para ella misma.
Pretenden que España condone a Cataluña la deuda que desde hace ya varias décadas tiene contraída con el Estado y que no sólo no acaba de pagarla, incurriendo en tan reiterada morosidad, sino que ahora exigen la “quita” o condonación de 15.000 millones de euros, más otros 84.327 millones del Fondo de Liquidación Autonómica. Aclaro que, ya, cada catalán recibe anualmente del Estado 10.983 euros, cuando en Aragón reciben 15 veces menos, y también Cataluña percibe el doble que Madrid (la Comunidad que en 2021 más aportó, unos 6.300 millones, al sistema financiero de las Comunidades de régimen común, casi tres veces más que Cataluña, con 2.200 millones de euros.
Aclaro, que, esa deuda de 15.000 millones, no se le ha originado a Cataluña como consecuencia de ningún infortunio o accidente natural por estragos ni catástrofes, sino que proviene de una muy ineficiente gestión de los recursos que, además, también fue ilegal, por proceder de presupuestos malgastados en actividades ilícitas con las que en 2017 ya declararon la independencia unilateral de Cataluña, creando falsos ministerios, embajadas y otros organismos de proyección internacional para dar la apariencia de que era nación y estado soberano.
Y todavía a algunos les parece que, con semejante exabrupto urdido en aquella intentona golpista, se quedaron demasiado cortos, porque ellos se quejan de que la “malvada España les roba, les expolia y les oprime”, cuando aquel caso ya fue judicializado, enjuiciado, fallado y condenado por la Justicia, precisamente, por haberse apropiado ellos del dinero del Estado. Como también produjeron al Estado que, unas 9.000 empresas de las más emblemáticas huyeran del territorio catalán para refugiarse en otras regiones, sembrando la alarma social y la desconfianza internacional.
Prueba de ello, se tiene en que, cuando se dieron cuenta del enorme error que habían cometido y la pérdida astronómica que la intentona les supuso, trataron de frenar su fuga, pretendiendo atraer por las buenas a las empresas para que volvieran a Cataluña, incluso ofreciéndoles subvenciones, que las fugadas rechazaron, habiendo tratado la Generalidad de imponerles el regreso con medios coercitivos, que también rehusaron. Y aquel despilfarro de dinero público dilapidado, pues pretenden que ahora se lo paguemos los demás contribuyentes netos del resto de España con su inventada “singularidad”. Pero, ¿por qué motivo o razón la financiación de Cataluña debe ser considerada “singular”, haciéndola distinta a las demás Comunidades Autónomas? La Constitución, en algunos de los apartados de los artículos 1, 2, 9 y 14 proclaman como valores superiores del ordenamiento jurídico, el derecho a la “igualdad” y a la “solidaridad” entre todas las regiones. Por ello, no procede, jurídicamente, hablar ni de “singularidad” para ninguna región de España, ni de otra cosa que no sean la igualdad y solidaridad de todas ellas ante la ley.
Más, nuestro ordenamiento jurídico-tributario es “progresivo”, que quiere decir que debe contribuir más quien más tenga, de cuyo privilegio goza Cataluña con mucha diferencia respecto de casi todas las demás regiones. La “singularidad” que para Cataluña ahora se pretende, no es fruto de algo que, razonablemente, pueda considerarse ni justo, ni objetivo, sino que su petición nace de algo tan extraño como ha sido un pacto particular de mera conveniencia, celebrado subrepticiamente fuera de España, redactado por un prófugo huido de la Justicia española oculto en el maletero de un coche, sólo para favorecerse él mismo, siendo catalana la misma persona huida, la que redacta el pacto, imponiendo como condición una amnistía para aplicársela a sí mismo; cuyo pacto fue alcanzado subrepticiamente en el extranjero y con la extraña figura de un supuesto “mediador” salvadoreño, que creo resulta ser de lo más extravagante e indigno.
Todo ello, para que el acuerdo sirva a los intereses exclusivos de dos personas: una, al supuesto delincuente fugado. Y, la otra, la persona investida, a cambio de los siete votos correspondientes a la formación parlamentaria del mismo fugado amnistiado. En concreto, que todo lo así actuado no se hizo por el interés general de España ni de los españoles, sino en fraude de ley, para favorecer, exclusivamente, a dos personas, una, un presunto delincuente prófugo de la justicia, y, otra, la persona investida, tras haber despenalizado presuntos delitos cometidos por el mismo fugado, con la única finalidad de que su investidura prosperara.
Reitero mi invocación de la normativa antes citada, de la que claramente se colige, que la “singularidad” perseguida, rompería los principios constitucionales de “igualdad” ante la ley, que solemnemente declaran los artículos 1 de la Constitución, que establece: “La igualdad es uno de los valores superiores del ordenamiento jurídico”. El artículo 2, que, “la Constitución reconoce y garantiza el derecho a la ‘solidaridad’ dentro todas las Comunidades”. También, que el artículo 14, preceptúa, que: “Los españoles son iguales ante la ley, sin que pueda prevalecer discriminación alguna por razón de nacimiento, raza, sexo, religión, opinión o cualquier otra condición o circunstancia personal o social”. Añado ahora el artículo 138, que dispone, que: “El Estado garantiza la realización efectiva del principio de ‘solidaridad’ consagrado, velando por el establecimiento de un equilibrio económico, adecuado y justo entre las diversas partes del territorio español.
Las diferencias entre los Estatutos de las distintas Comunidades Autónomas ‘no podrán implicar, en ningún caso, privilegios económicos`”. El artículo 138, insiste en que: “El Estado garantiza la realización efectiva del principio de ‘solidaridad’, velando por el establecimiento de un equilibrio económico, adecuado y justo entre las diversas partes del territorio español. Las diferencias entre los Estatutos de las distintas Comunidades Autónomas no podrán implicar, en ningún caso, ‘privilegios’ económicos o sociales”; cuyos textos hablan por sí solos de la total “igualdad” y la plena “solidaridad”, que es imposible soslayar, por el afán de cualquier Comunidad de creerse ser más que otras, sin motivo ni razón.
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