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Intentos separatistas fallidos en Cataluña

Lo tengo dicho en algunos artículos anteriores. A los políticos separatistas catalanes les pesa como una losa el incurable complejo de inferioridad que les ha ido generando el hecho de que Cataluña nunca haya sido Estado y se quedara en simple Condado dependiente de la Corona de Aragón. Pero, que eso lo diga alguien tan insignificante como yo, no tiene importancia. Lo que sí la tiene, y mucha, es que hace ya bastantes años también lo dijera un gran pensador que fue de los que más y mejor conoció a España, Ortega y Gasset: “Cataluña es un pueblo frustrado en su principal destino, de donde resulta la impaciencia en que se ha encontrado respecto de toda soberanía, de la cual ha solido depender. Su discordia, su descontento, su inquietud, vendrían a hacer del pueblo catalán un personaje peregrinado por las rutas de la historia en busca de un Canaán que él solo se ha prometido a sí mismo y que nunca lo ha de encontrar”.
Se trata de un problema separatista de España que siempre ha resurgido con fuerza cada vez que nuestro país ha estado debilitado. Y como ahora, además de estarlo, allí el Estado y las autoridades que juraron cumplir y hacer cumplir la Constitución actúan con tanta pasividad y mirando hacia otro lado, pues las cosas irán de mal en peor hasta que vuelva a explotar. Y fíjense bien que el primero en jurarla fue el mismo Artur. ¿Se puede abjurar de tan solemne juramento y quedarse con la conciencia tan tranquila quienes habiéndola jurado luego ni la acatan, ni la hacen cumplir y, además, se mofan públicamente de España y todo lo español?. Allí se está casi a diario provocado y echándole un pulso al Estado, acusándonos a los españoles de que les robamos, cuando es al revés. El último ejemplo cuando esto escribo es que ahora, con dinero del Estado van a ir contra el propio Estado editando 10.000 libros con los que difundir por todo el mundo lo a bombo y platillo llaman “agravios y agresiones de España contra Cataluña”, que es tanto como decir: “Yo agravio y agredo a diario a España, pero le echo la culpa de todo antes de que ella me culpe a mí”. ¿En qué otro país se permitiría eso?. Pues, quienes no podemos hacer otra cosa para impedir la secesión que advertir de las gravísimas consecuencias que de ello se derivarían, tenemos en conciencia el deber moral de continuar escribiendo para recordar lo que sucedió en los anteriores intentos separatistas fallidos de Cataluña; porque quienes se olvidan del pasado están condenados a repetirlo.
El primer intento de secesión tuvo lugar cuando España se hallaba en la Guerra de los Treinta Años con Francia y atravesaba una grave crisis económica, una epidemia de peste y el empobrecimiento nacional. Cataluña se negaba a aportar hombres y dinero para ayudar a Felipe IV en dicha guerra, en la llamada Unión de Armas, por la que se exigía a todas las regiones su contribución en hombres y dinero. Las demás regiones cooperaron con 40.000 hombres y dinero, pero Cataluña se negó a hacer tales aportaciones, a alojar y dar manutención a las tropas castellanas, sembrando el odio contra las mismas y los funcionarios españoles. Los campesinos de Gerona se rebelaron, uniéndoseles después los segadores, por lo que se llamó la “guerra dels segadors”. El 17-01-1641, el Presidente de la Generalidad, Pau Claris, se rebeló declarando la República Catalana y formó una alianza con los franceses, a los que pidió apoyo militar, incluso nombrando Conde de Barcelona al rey francés Luis XIII. Pero las tropas francesas llegadas para ayudar a los rebeldes catalanes se aprovecharon de la situación y actuaron a modo de fuerzas de ocupación y de saqueo de Cataluña, por lo que pronto surgió el descontento general de los sublevados contra ellas. Se libró la batalla de Montjuic, donde el rey Felipe IV fue derrotado y tuvo que retirarse temporalmente. Las hostilidades franco-catalanas contra España duraron hasta 1652 en que se firmó el Tratado de los Pirineos entre España y Francia. Nuestro país perdió mucho; pero más todavía perdió Cataluña, porque Francia puso bajo su soberanía el Roselló y los demás territorios catalanes traspirenaicos; y los catalanes se empobrecieron, porque tuvieron que pagar a Francia el coste de la ayuda de sus tropas.
La segunda declaración de independencia de Cataluña tuvo lugar el 5-03-1873. Estanislao Figueres proclamó el «Estat Català» un mes después de que se estableciera la Primera República. El periódico “La Correspondencia de España”, decía: «Unos 16.000 voluntarios han declarado independiente el Estado catalán y preso a las autoridades». La declaración de independencia sólo duró dos días. Se produjo en una época muy inestable para España. En los 22 meses que duró el experimento republicano, el Gobierno pasó nada menos que por cuatro Presidentes, la tercera Guerra Carlista, sublevaciones separatistas, indisciplina militar, conspiraciones monárquicas, etc. La prensa de la época pronto destacó las dificultades de organización que acarrearía el nuevo estado catalán: «Ahora - se decía - falta que se formen, del mismo modo, estados semi-independientes o independientes por donde quiera. Luego surgirán las rivalidades entre ciudad y ciudad por la capitalidad de cada Estado, entre provincia y provincia por ser independientes unas de otras y por no formar un Estado mismo, y hasta entre villa y villa y aldea y aldea», publicaba la revista “Política”. En fin, todo un patético caos.
El tercer intento fue protagonizado el 14-04-1931 por el Presidente de Ezquerra Republicana Francesc Maciá, tan sólo unas horas después de que el Presidente de la Generalidad, Luis Companys, proclamara desde el balcón del Ayuntamiento de Barcelona la II República Española. Maciá declaró que, en nombre del pueblo de Cataluña, se hacía cargo del Gobierno catalán y que en aquella casa permanecería para defender las libertades de su patria, sin que se le pudiera sacar de ella como no fuera muerto. Luego, el gobierno de la República envíó el 17 de abril en avión a Barcelona a los ministros Fernando de los Ríos, Marcelino Domingo y Nicolau d'Olwer que, después de tensas conversaciones con Maciá, éste se vio obligado a aceptar un Estatuto de Autonomía para Cataluña, permaneciendo sólo como Presidente de la Generalidad, que dirigiría hasta que falleció en 1933. La primera acción tras la declaración de independencia, fue la de una turbulenta multitud que derribó la estatua de Isabel II de su pedestal y la arrastró hasta el Convento de las Arrepentidas y encaramarse en la estatua de las Cibeles haciéndole empuñar a la diosa una bandera tricolor.
La cuarta y última proclamación (hasta ahora) se produjo en octubre de 1934, tras desatarse la huelga revolucionaria. El presidente de la Generalitat, Lluis Companys, proclamó de nuevo el Estado catalán. Tras acusar al gobierno español de «monarquizante» y «fascista» rompió relaciones con España, izó la bandera catalana, llamó a todos “al cumplimiento del deber y a la obediencia absoluta al Gobierno de la Generalitat, que desde este momento rompe toda relación con las instituciones falseadas», dijo. El Consejero de Gobernación
José Dencás comenzó a "organizar el ejército catalán a fin de impedir el paso de tropas españolas hacia Cataluña y, dentro de Barcelona, se preparó la resistencia armada”. Se reclutaron 8.000 voluntarios, mitad para la raya fronteriza y la otra para la capital. Se envió a Bélgica un diputado para comprar armas, cañones, ametralladoras y fusiles. "Patriotas - escribía ´Nosaltres Sol´ - preparaos para la hora inevitable de la guerra contra España. Se impone la lucha sangrienta. La Nació Catalana llama a las armas: ¡por la República Catalana!”. Companys ordenó al General catalán Domingo Batet Mestres acatar la nueva situación; pero éste informó al Presidente de la República Española, Alejandro Lerroux García, quien le ordenó proclamar el “estado de guerra”. Y así lo hizo. El jefe de los Mossos d’Esquadra, Enrique Pérez Farrás, comunicó al General Batet que sólo cumpliría las órdenes del President de Catalunya. Barcelona se convirtió en un campo de batalla, con barricadas, la Generalitat defendida por los Mossos d’Esquadra.
El diario ABC, bajo el epígrafe de «¡Viva España!», decía: «Los catalanes que representa la Esquerra quieren constituir el ´Estat Catalá´… Hasta última hora son pérfidos, ruines, cobardes y calculistas…Iban todos armados. Algunos llevaban una soberbia pistola automática. La respuesta del presidente Lerroux no se hizo esperar, declarando el estado de guerra. Mientras, Companys llamaba a los suyos para que vengan a Barcelona y defiendan la Generalitat del posible ataque del Ejército español, las calles de Barcelona se llenaron de militantes de Esquerra. Iban todos armados y algunos llevaban, además de una carabina Winchester, una pistola automática, a veces ametralladora. Barcelona se convirtió en el escenario de la batalla entre el Ejército contra los Mossos de Esquadra y cientos de sublevados”.
El general Batet (laureado militar catalán) dio la orden de atacar y reducir a los rebeldes. A las seis de la mañana del 7-10-1934, Companys comunicó a Batet su rendición. Fue detenido, junto con sus Consejeros de Gobierno, el alcalde de Barcelona y varios Concejales de Ezquerra Republicana de Cataluña. En la rebelión fracasada murieron 38 civiles y 8 militares. El presidente y el gobierno de la Generalitat fueron juzgados por el Tribunal de Garantías Constitucionales, condenados por "rebelión militar" a 30 años de prisión, y la autonomía catalana fue suspendida indefinidamente por una ley aprobada por el Gobierno de la Ceda con Lerroux. Posteriormente, en 1939, Companys sería detenido en Francia, extraditado a España, condenado a muerte y fusilado en Montjuic.
Es decir, la historia se repite; pero la historia no sólo es testigo del pasado, sino también aviso del porvenir. Ojalá que los actuales líderes separatistas de Cataluña terminen reconsiderando su plena confrontación con el Gobierno de España y tengan la lucidez necesaria para reconducir la situación hacia la cordura y la sensatez que hasta ahora no han sido capaces de mostrar, sino que con su ciega locura no han dejado de prender la mecha para que pueda saltar el chispazo, con las gravísimas consecuencias que ello podría acarrear.

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