Desde el comienzo de los tiempos los seres humanos han demostrado un característico instinto de supervivencia y una querencia desmesurada hacia el sometimiento ajeno, una sensación de poder que provoca un peligrosamente adictivo gustirrinín. Los romanos, que eran tipos listos, saciaban la sed de sangre del populacho en la arena de los coliseos, inofensivos para las clases poderosas. Esta es la premisa de Los Juegos del Hambre, la primera (de tres) adaptación de los populares libros de Suzanne Collins que vienen a sustituir, por fortuna y con gran acierto, a Crepúsculo en el modelo “cine adolescente de masas”. La acción, nunca mejor dicho, se centra en lo que algún día se llamó Estados Unidos (¿alguien lo dudaba?), que en este futuro factible tiene el nombre de Panem, se divide en doce distritos y sacian la sed bélica de sus en buena parte sometidos habitantes con unos “juegos olímpicos de supervivencia”, una lucha a muerte en la que sólo puede sobrevivir un contendiente, que se retransmite por televisión a todo el país y que tiene sosegado al personal. Por supuesto, los distritos más ricos parten con ventaja, el escenario es agreste y los gladiadores, escogidos por sorteo, no tienen más remedio que aceptar su suerte y pelear por ser el ganador, lo que le cambiaría la vida; ya se sabe que la fama televisiva es el mayor don que puede otorgar una sociedad embobaliconada por este mismo instrumento de control y manipulación.
La estupenda Jennifer Lawrence, nominada al Oscar por la igualmente estupenda Winter’s Bone, interpreta aquí a una chica de dieciséis años (en cada pata) que se ofrece voluntaria para el evento en lugar de su hermanita pequeña, y que se convertirá en la heroína de la saga. En lo referente al resto del reparto, Lawrence se ve acompañada por rostros como los de Josh Hutcherson (Puente hacia Terabithia, Viaje al centro de la Tierra), el veterano Donald Sutherland, el siempre fresco Woody Harrelson o el cantante Lenny Kravitz haciendo sus pinitos en un papel secundario.
Con guión y manufactura irregular tirando a vulgar, la cinta ofrece aventuras, ciencia-ficción, su irrevocable toque de romance y una dosis de reflexión política y social que se agradecen enormemente en esto del cine de palomitas. Siempre hemos dicho que la ausencia de complicaciones en una butaca no quiere decir ausencia de seso. Para la galería queda el presagio de un estilismo futurista bufonesco que no se antoja demasiado descabellado si nos echamos un vistazo a nosotros mismos.
No conviene escandalizarse en demasía con los planteamientos cainitas de esta historia, porque si echamos un vistazo más allá de nuestras fronteras, la batalla no brilla por su ausencia, y sin irse demasiado lejos, a fin de cuentas nosotros mismos introducimos a deseosos de reconocimiento público en un recinto o territorio para que se devoren socialmente, lo convertimos en programa estrella de televisión y lo llamamos “experimento sociológico” para que suene bonito. Quien esté libre de pecado, que niegue la hipocresía…
Puntuación: 6
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