Opinión

La insaciable maquinaria del espionaje ruso y la contrainteligencia

Sin lugar a dudas, el avance del espionaje y la tecnología desde la Guerra Fría entre Estados Unidos y la Federación de Rusia se ha desarrollado por medio de las Agencias de Seguridad, pero desde los ataques demenciales del 11-S, se produjo un vuelco en las formas de atacar el terrorismo. Y como tal, esta cuestión se convirtió en la prioridad preferente para los estadounidenses y el resto de mundo.
Por este motivo, vertiginosamente se están desenvolviendo programas de vigilancia, como la recopilación y análisis de información, valiéndose del ciberespacio y el ciberespionaje, donde actualmente somos controlados y la privacidad se ha sustituido por la observación en aras de la seguridad.
Y es que, desde la recalada de Vladímir Putin (1952-69 años) al Kremlin, hemos presenciado una regeneración de los altos cargos en puntos claves de los denominados ‘ministerios de poder’, conquistados en una cantidad relevante por individuos provenientes de los Servicios de Seguridad de Inteligencia. La amplia mayoría, próximos al Presidente en algún intervalo puntual de su carrera profesional, o incluso naturales. Si bien, el propio mandatario ha negado esta evidencia, reduciendo sus proporciones y razonando que los designados lo habían sido no tanto por sus orígenes, sino por ser merecedores de su confianza.
Lo cierto es, que los analistas políticos rusos apuntan este contexto como una cruzada entre ‘la familia’, designación con el que se conoce a la órbita de poder resultante de la época de Borís Yeltsin (1931-2007).
En otras palabras: vinculado con los intereses de los oligarcas y la corrupción de gran alcance, y el clan de San Petersburgo constituido por antiguos componentes del Comité para la Seguridad del Estado, o generalmente conocido como KGB, que han ascendido a la sombra de Putin.
Ni que decir tiene, que esta artimaña puede coligarse a la aspiración de Putin de desmarcarse del período anterior, algo que no todos pronosticaban en los inicios del año 2000, cuando continuamente era representado como un funcionario sin carisma que sería sencillamente manejable por los intereses instaurados.
El resultado principal es el afianzamiento de los organismos y un crecimiento de la estabilidad, ilustrado en unos nexos exteriores más provechosos y menos tendentes a la confrontación, cuando parece todo lo contrario, e incluso en materias como la ‘Guerra de Irak’ (2003-2011), nada parecido a la enemistad con Estados Unidos con motivo del ‘Conflicto de Kosovo’ (1998-1999). Pruebas que, años más tarde, se hacen perceptibles con la invasión de Ucrania el 24/II/2022.
Sin embargo, aunque el círculo de poder que se está conformando parece más insobornable a la autoridad del Kremlin que en cursos precedentes, las ideas que traen aparejada de sus años de servicio en los medios de seguridad, hacen caer la balanza de manera visible en las políticas desplegadas por ellos.

"Hoy por hoy, las agencias de inteligencia occidentales libran una batalla anímica sobre la Guerra de Ucrania, porque Estados Unidos y sus aliados pincelan la estampa de un ejército ruso desalentado y disfuncional que está soportando pérdidas desfavorables, maquinando a la par, un enfoque distorsionado de la creciente tensión política dentro del Kremlin"

En una frase de un diputado liberal, Rusia parece haber regresado a la fase brezhneviana, con una notable desaceleración socio-económica. Esto se descifra en una obcecación por la seguridad que factores como el 11-S y el conflicto checheno no han contribuido, sino a aumentar. El mismo Putin hubo de difundir un recado aplacador, realizando una apelación a excluir el síndrome del espionaje de la burocracia. De cualquier manera, para constatar el nivel de extensión y profundidad de este cambio en la actuación de los Servicios de Seguridad e Inteligencia rusos, es preciso partir de una panorámica que incuestionablemente nos hace retroceder en el tiempo.
El andamiaje de estos servicios parte del ‘Golpe de Estado’ (19-20/VIII/1991) contra Mijaíl Gorbachov (1931-91 años), uno de cuyos líderes fue el director del KGB, Vladímir Kriuchkov (1924-2007). Tras la frustración de la intentona golpista, en paralelo a la ilegalización del Partido Comunista de la Unión Soviética, por sus siglas, PCUS, se compuso una junta investigadora encomendada a depurar las responsabilidades en los órganos de seguridad. La cual, llegó a la determinación de que la única forma de renovarlo era romper con la prerrogativa de la organización de seguridad soviética, fraccionando sus atribuciones entre organismos apartados de nueva data y excluyendo sus ocupaciones tradicionales represivas.
Pese a todo, este es el matiz principal de la reforma, porque no se derivó a una transformación en profundidad de cada uno de los servicios, sino que fundamentalmente mantuvieron el mismo esqueleto y estructura que tenían como departamentos del KGB. Primero, Gorbachov, y luego Yeltsin, contemplaron que la grandiosa maquinaria se reestructuraría en mecanismos más minúsculos y políticamente más adaptables, pero sustentando el statu quo, una vez eliminadas las aplicaciones de policía política conformemente indicadas.
Es así, como se han perpetuado cuantiosos usos y prácticas entre los agentes de los nuevos servicios, que, a su vez, se declaran sucesores no sólo del KGB, sino asimismo, de la primera policía política soviética VChK.
Según la conceptuación de Seguridad Nacional, los garantes del acoplamiento de los órganos de Seguridad e Inteligencia son el Presidente de la Federación de Rusia, además de la Asamblea Federal que es el Parlamento, el Gobierno, el Consejo de Seguridad y los Órganos Federales o Regionales del poder ejecutivo. Obviamente, el Presidente supervisa el proceder de los servicios y dispone sobre su plasmación o exclusión; el Parlamento ratifica la legislación formulada por el Presidente o el Gobierno, y éste último conjuga la actuación de acuerdo con los criterios del primer mandatario.
En este sentido, el Consejo de Seguridad al igual que proporciona asesoramiento al Presidente, posee la facultad de coordinación de los Órganos de Seguridad y de Control en la aplicación de las decisiones por órganos federales o regionales, que se condicionan a verificarlas pudiendo materializar propuestas.
En la cuestión de los Servicios de Seguridad e Inteligencia con el caso del Servicio Federal de Seguridad de la FR, por sus siglas, FSB, y enfilado años atrás por Putin, ha sido de todos los servicios el que ha alcanzado mayor énfasis. Más aún, desde el mejoramiento de 2003, al concederse desempeños de lucha contra el crimen y la corrupción.
Conjuntamente, la contrainteligencia militar pasa a ser también competencia del FSB, del mismo modo que en el período soviético conservaba delegaciones en cada unidad de las Fuerzas Armadas hasta el nivel de Batallón. Por otra parte, existe un departamento responsable de la lucha antiterrorista.
Una singularidad añadida del servicio es que en cada una de las regiones persiste en sus representaciones por el territorio nacional.
El mismo FSB referiría en 2000 como sus preferencias básicas la contrainteligencia, o la lucha antiterrorista y la seguridad económica. Tan solo habiendo transcurridos dos años, el terrorismo se había erigido en el desafío principal a combatir. Toda vez, que algunos de los quehaceres de este organismo se enmascaran con las del MDV o Ministerio de Asuntos Exteriores de la URSS, siendo innegable en el caso de la República de Chechenia, donde se desplegaron las tropas de ambos.
Pero, ante la incompetencia de MDV, una de las conclusiones más significativas de Putin residió en el traspaso del control de las operaciones al FSB, con lo cual, no ya sólo se normalizaba la sucesión de mando en un único centro regulador, sino que se trabajaba para mostrar este laberinto como una ‘operación antiterrorista’, en lugar de una ‘campaña militar’.
No obstante, la pugna contra las amenazas internas ha asumido efectos para la libertad de expresión entre la sociedad civil. Una buena demostración de ello ha sido la persecución de diversos medios de comunicación críticos con el Kremlin. Como reacción a la crisis de rehenes del teatro Dubrovka (23/X/2002) en Moscú, funcionarios del FSB decomisaron un equipo informático del seminario Versiya, imposibilitando la edición de un artículo que debatía el comportamiento de las Fuerzas de Seguridad y el número oficial de fallecidos. Otro incidente parecido corresponde al periódico regional Zvezdá, siendo registrado al igual que su director interrogado, para posteriormente incautarse numerosos documentos y discos duros.
Aspectos como el medio ambiente no han quedado indiferentes al secretismo oficial, porque en el centro administrativo de un grupo ecologista de Irkutsk se cogieron mapas de mediciones de radiación en torno a una planta nuclear. De forma, que el Instituto Científico que se los facilitó se le culpó de revelar secretos de Estado.
Este porte a la hora de proceder no ha parecido suficiente a los encargados del FSB: junto con el MDV, han solicitado que se incremente el tiempo de detención preventiva establecido en cuarenta y ocho horas a treinta días. Según ellos, esta es la extensión indispensable para averiguar la identificación de ciertos sospechosos.
En cuanto a los temas concernientes a la contrainteligencia y refiriéndome a la noción de Seguridad Nacional, se han iniciado una oleada de detenciones de presumibles cómplices del espionaje extranjero, que en algunos momentos da la sensación de tocar la alucinación.
Normalmente, el FSB ha proporcionado antecedentes de la cantidad de sujetos arrestados bajo esta inculpación, que ha representado la exclusión de una cifra clara de diplomáticos del territorio ruso. Igualmente, ciudadanos privados de otros estados, como los integrantes de la organización humanitaria gubernamental estadounidense ‘Peace Corps’, han sido expulsados de Rusia con cargos de espionaje.
Y no digamos de los ciudadanos rusos, que no quedan ajenos a estas peripecias: el físico Valentín Danilov (1948-73 años), cuya investigación aborda el efecto de la actividad solar en los satélites espaciales, es acusado de revelar información a la República Popular China; o Anatoli Babkin (1940-81 años), sentenciado por intervenir con el agente norteamericano Edmond Pope (1946-76 años), exhiben la obstinación del FSB para lograr sentencias condenatorias para sus detenidos.
Curiosamente, tras ser liberado Danilov por un tribunal regional, el servicio informó que apelaría el fallo, sumando el cargo de fraude al de espionaje. Por su parte, Babkin, se les enjuiciaría por segunda vez, imputado por alta traición, pese a que en un primer momento Putin lo había absuelto por causas humanitarias.
En cuanto al Servicio de Inteligencia Exterior de la Federación de Rusia, SVR, concreta el encargo de carácter civil, introduciendo en su agenda propuestas como la proliferación de armas de destrucción masiva, el narcotráfico, el crimen organizado y el terrorismo internacional. Aun quedando la organización al margen de las controversias políticas, se realizan esfuerzos por camuflar una mayor transparencia y legalidad, por medio de la entrada en vigor de una ley reguladora de la inteligencia exterior. Si bien, se ha comenzado a hacerse público informes no clasificados, como parte de una amplia campaña de acoso y derribo.
Entre otras cosas, esta legislación concede al SVR recabar pesquisas de símil económico, científico y técnico; su principal receptor podría ser la industria de Defensa. Potencialmente, se admite la cooperación con otros servicios de inteligencia extranjeros y se impide explícitamente el espionaje a ciudadanos rusos. Esta área es implementada por el FSB.
De ahí, que dicho servicio no procediese en Chechenia, aunque sí lo hiciera contra los soportes de los independentistas en otras naciones, controlando en ocasiones el funcionamiento del FSB.
Y en virtud de un convenio de cooperación rubricado en 1992, no maniobra en la zona de los estados miembros de la Comunidad de Estados Independientes, donde supuestamente cuenta con actores oficiales. Por el contrario, se ha prolongado el campo de operaciones a los antiguos países satélites de Europa Central y Oriental y las tres repúblicas bálticas ex soviéticas.
Evidentemente, la labor destacada del SVR en la lucha contra el terrorismo internacional, la proliferación de armas de destrucción masiva y el crimen organizado, muestran una secuencia de la línea ascendente, en la que la participación con Occidente queda manifestada en la compensación de inteligencia tras el 11-S.
Ciñéndome en la Dirección Principal de Inteligencia, GRU, encargada de la inteligencia militar en el exterior, es una de las misiones que no provienen del antiguo KGB, sino que en todo momento ha estado en manos del Estado Mayor General. Pese a la decadencia de recursos de todos estos organismos desde la finalización de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, parece ser que guarda una capacidad de acción que se excede incluso a la del SVR, y comprende tanto la inteligencia humana como la producción de imágenes vía satélites.
De la misma manera que en el caso anterior, las atribuciones del GRU prescinden del espionaje a ciudadanos rusos, aunque de él estriban los elementos de inteligencia relacionados con las unidades militares desenvueltas en el territorio nacional. Fuera de él, el GRU extrae la información por medio de los agregados militares en las delegaciones diplomáticas, así como informadores incorporados al efecto.
Ciertamente, es mucho más reservado en cuanto a conexiones externas que el SVR, debido a su carácter íntegramente militar, como en general a la organización y sus movimientos siguen siendo desconocidos para la opinión pública. Las pocas explicaciones en los medios se han producido con ocasión de juicios celebrados con carácter secreto, como la de los agentes mencionados en las líneas previas.

"Aunque el círculo de poder que se está conformando parece más insobornable a la autoridad del Kremlin que en cursos precedentes, las ideas que traen aparejada de sus años de servicio en los medios de seguridad, hacen caer la balanza de manera visible en las políticas desplegadas por ellos"

Ahora bien, desde la etapa de Yeltsin y más aún con la irrupción de Putin al poder, venía especulándose con una combinación de los principales servicios en una agencia a imagen del antiguo KGB; tan solo se debatía sobre cuál de ellos se transformaría en el foco coordinador, y cuáles serían los asimilados. El refuerzo del protagonismo del FSB ya insinuaba lo que en definitiva se ha originado.
Recuérdese al respecto, como se prescribía la disolución de la Agencia Federal de Comunicaciones Gubernamentales e Información adjunta al Presidente, FAPSI, y del Servicio de Guardias de Fronteras, FPS, que englobaba tropas terrestres, buques y aeronaves. Ambos se han integrado en el FSB. Sin inmiscuir, que las destrezas del Servicio Federal de Policía Fiscal, FSNP, son contraídas por el MDV, y el menester contra el narcotráfico se convierte en responsabilidad de otro servicio, el Comité Estatal sobre Tráfico de Drogas.
Hay que tener en cuenta, que las diversas respuestas a esta reestructuración son variadas, desde una medida imprescindible al justificarse con directrices de racionalidad económica para agrupar las aplicaciones de seguridad en un único centro, ya que la anterior descomposición habría sido un dictamen estrictamente político por el devenir de los acontecimientos, hasta que vendría a subsanar un error histórico, como en su día se caracterizó el decaimiento de los órganos de seguridad al segmentarlo entre servicios separados.
En el lado contrario, expresiones críticas han aparecido en los medios de comunicación, quienes han padecido las imposiciones de un FSB más influyente.
En cambio, analistas independientes destapan su inquietud ante esta recentralización de acomodos, que puede llevar a la rehechura de un KGB al servicio de los intereses partidistas del Presidente, violentando la libertad de expresión de las parcelas más críticas con sus políticas, y en ausencia de un sistema efectivo de control sobre la práctica de estos organismos.
A ello ha de sumarse los procedimientos que inquietan al MDV. Éste como tal, desaparecerá para ser desmenuzado en tres aparatos, donde las tareas policiales se dividirán entre una compañía federal de investigación, según el molde del FBI norteamericano y los cuerpos municipales de policía; estos últimos, para cometidos de orden público. En cuanto a las tropas del interior, se conforman en una Guardia Nacional cuya servidumbre orgánica no está del todo configurada.
Por ende, la inteligencia exterior es el único recinto que subsiste al margen del control del FSB, incluso se ha provisto de las Fuerzas Armadas del antiguo FPS. Su mayor competidor en la seguridad interior, el MDV, va a ser disgregado. Tampoco ha de exceptuarse que en el futuro, el FSB pase a controlar alguno de los organismos emanados de este Ministerio.
La derivación de ello es la instauración de una extensa burocracia de seguridad e inteligencia interior supeditada directamente al Kremlin: la lucha antiterrorista, que echando un vistazo a la ‘Guerra Chechena’ (1999-2009), ya dirigía el FSB, se vigoriza con los medios tecnológicos más modernos y con unas fuerzas fronterizas capaces de contener el integrismo islámico proveniente del Sur.
En consecuencia, a pesar de los reiterados desmentidos gubernamentales, asistimos a una tendencia que ha traspuesto la inclinación inaugurada en 1991, asentada en el principio ‘divide et impera’, para consumar las transformaciones precisas que pudieran llevar al sistema soviético hacia una democracia de corte puramente occidental, donde el peso civil demanda sacudirse de la interferencia del poderoso entramado de seguridad e inteligencia.
A resultas de todo ello, esta táctica no es en absoluto imparcial: el raciocinio del oficial de contrainteligencia que tiende a mostrar la oposición al poder como ultimátum a combatir, le hace distinguir en términos de aliados y enemigos, y por ello para el surtimiento de una cultura democrática peligra la libertad de expresión.
La sociedad rusa es rotundamente la abandonada del proyecto de reforma de Putin; quien, al convenir por una evolución ‘desde arriba’, no hace sino volver al diseño de sus antecesores.
Las formas y medios del espionaje ruso son el día a día y la cuenta atrás para contribuir a que Putin, el exlíder del FSB, sea el Presidente. Su gestión es grandilocuente: que los ciudadanos rusos se sientan en el punto de mira y, por consiguiente, cohibidos por el Gobierno. ¡Este es el punto y final de los secretos y la primicia del control!
Algo así como un escenario de presión susceptible sobre empresas y líderes aprisionados por el conocimiento perturbador absoluto de un mandatario, como el que todo lo ve y todo lo escucha sin que nada se le escape.
Hoy por hoy, las agencias de inteligencia occidentales libran una batalla anímica sobre la ‘Guerra de Ucrania’, porque Estados Unidos y sus aliados pincelan la estampa de un ejército ruso embotellado, desalentado y disfuncional que está soportando pérdidas desfavorables, maquinando a la par, un enfoque distorsionado de la creciente tensión política dentro del Kremlin.
Y es que, las administraciones occidentales están entorpeciendo que Putin resuelva a su antojo el relato de una guerra desigual, como hicieron antes que ésta se originara, cuando su inteligencia desclasificada acreditó discretamente una invasión que muchos analistas geopolíticos creían inverosímil.

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