Hace cuatro meses la vida de una mujer de Ceuta quedó postrada en la cama. Pasa el día entero sin moverse de su colchón. Una mesa baja con café, agua y algo de comida la acompañan. Gracias a este pequeño apoyo y el de algún vecino sobrelleva a duras penas las semanas.
Atrapada en una habitación en la que solo hay sitio para una o dos visitas, trata de buscar una solución que le permita vivir de la forma más cómoda posible. Las preocupaciones, que no son pocas, anidan en su mente.
Al entrar en su vivienda nos recibe con la mirada entristecida. Esta mujer siempre se ha ganado la vida como limpiadora y se considera muy activa. Una caída ha conllevado un giro radical a su cotidianidad que, en cierto modo, también le afecta anímicamente.
“¿Te ha traído la comida la vecina?”, le pregunta una ceutí que intenta ayudarla en la medida de lo posible. Ella contesta que sí, pero que esta se va unos días fuera.
Esta mujer de 65 años estuvo un mes ingresada en el Hospital Universitario tras una caída en casa. El accidente doméstico se saldó con la rotura del fémur, una fractura que no le posibilita andar, levantarse e incluso asearse. Ni siquiera puede recibir en su vivienda a quienes se asoman, de cuando en cuando, a echarle una mano. Usa unas cuerdas en la puerta; un apaño casero que permite a sus visitas acceder al interior del domicilio.
Sus hijos no pueden encargarse de ella. Uno de ellos está en reposo a raíz de varios accidentes y el otro trabaja con encargos en el día a día para sustentar a sus hijos. La cama reclinable se la ha regalado un vecino.
La mujer cuenta que tiene la espalda llena de moretones de estar tumbada durante horas. “No he tenido seguro ni nada, solo tres veces con un plan de empleo”, comenta. “Nunca he llamado a la puerta de nadie para que me dé un trozo de pan. Me he buscado la vida”, expresa. Es esta razón por la que pide colaboración ciudadana, especialmente, para tener alimento. Todo aquel que esté interesado puede llamar al teléfono +34 674 43 29 04.
A su delicado estado de salud, que la lleva a estar inmovilizada, se suma la falta de recursos económicos para su sustento. Su única ayuda era el ingreso mínimo vital, del que se ha beneficiado hasta hace dos meses.
Al regresar de su estancia en el centro sanitario se encontró con la sorpresa de que esta subvención había sido pausada. A los días, dos trabajadoras sociales se personaron en su vivienda para trasladarle que no tenía derecho a esa ayuda y que tenía que devolver 4.000 euros. Esta vecina cuenta que no entiende esta decisión. No tiene apenas conocimientos sobre asuntos burocráticos. Sus nietos estaban empadronados en su domicilio. Sin embargo, se dieron de baja en el padrón. El cobro continuó como en meses anteriores a pesar de este hecho. Es esta la razón por la que han paralizado la subvención y por la que le reclaman la devolución de este capital. “No tengo un duro”, expresa, inquieta.
"Nunca he llamado a la puerta de nadie para que me dé algo de pan. Me he buscado la vida"
Se lleva las manos a la cabeza mientras habla. “Cómo pago la luz y el agua. Qué voy a comer. La comida de Cáritas es una vez al mes, pero dan dos latas de garbanzos y un paquete de fideos. Se compran con puntos. Como estoy sola, si cojo una caja de huevos ya no tengo más”, explica.
“Me lo han parado todo. No hay derecho a esto. Me quedo sin pañales”, narra. Le hubiera gustado una actitud más compresiva y empática cuando le anunciaron la retirada de la ayuda. “Muchas veces el trato es pésimo. He visto comportamientos muy buenos, pero, hay que ser realistas, los hay muy negativos”, traslada la ceutí que la acompaña. “Creo que es primordial tener humanidad con esa persona. Hay que ponerse en su lugar”, añade.
No tiene ninguna ayuda con la que pueda comprar alimentos, pañales u otros enseres básicos. Solo cuenta con un servicio de asistencia de Cruz Blanca por las mañanas para su aseo y con el altruismo de algún que otro vecino. Confiesa que, en su mesita auxiliar, a veces solo hay pan duro y un poco de atún.
Otro de los problemas más acuciantes que atraviesa es la paralización del suministro de sus medicamentos. Solo le quedan en su pastillero de colores tres huecos rellenos de fármacos. Los ha dosificado durante estos dos meses. No tiene posibilidad de retirar su receta en la farmacia. Muestra un papel que confirma que no se le dispensan estos medicamentos. Los necesita para distintos problemas de salud, entre ellos, para la tensión y para la diabetes.
Pasa la tarde a solas en su cama. Si quiere agua o café, extiende el brazo. Sus pañales usados los guarda en una bolsa que cuelga cerca del colchón. La caballa que le ayuda ahora trata de solventar su situación de parón del suministro de fármacos y de informarse para pedir una pensión para ella. Le quedan por delante, como mínimo, dos meses más en esta situación. Pasados los seis meses los médicos tienen que dictaminar en qué estado se encuentra. “Es una luchadora”. La conoce desde siempre. Una mujer trabajadora y muy activa que afronta una situación difícil sin apenas asideros.
Las circunstancias tan complejas le llevan a pedir ayuda a los ceutíes para intentar cubrir sus necesidades básicas y enfrentar, lo mejor posible, este bache que ha aterrizado en su vida.
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