Agentes de la Policía del Puerto localizaron ayer a tres inmigrantes argelinos ocultos dentro de una batea. Allí confiaban pasar la noche hasta el próximo embarque, pensando en que, de no poder permanecer por más tiempo en su interior, tendrían la posibilidad de una salida.
Error fatal. Otro transportista había colocado su batea justo al lado, impidiendo la apertura.
La suerte estuvo esta vez de su lado, cuando efectivos del Cuerpo Portuario se cercioraron de su presencia, abriendo la batea para que los tres pudieran salir. “De no haberlos localizado, se los encuentran mañana asfixiados”, explicaba un testigo a El Faro. Uno a uno fueron abandonando el lugar, comprobándose in situ que dos eran residentes en el CETI y un tercero tenía la solicitud de entrada cursada. Los tres, siguiendo la tónica de otros tantos polizones, buscaban en el tráfico portuario la vía de escape que otros sí han logrado.
Ayer salvaron sus vidas. ¿Quiere decir esto que no volverán a intentarlo? Ni mucho menos. A diario se hacen burlas a la muerte en pleno escenario portuario; a diario los argelinos intentan cruzar al embarque saltando por el mismo muro del que hace un año se precipitó al vacío Khaled, un compatriota cuyo cadáver sí pudo ser repatriado hasta Argelia; a diario se esconden bajo los camiones o dentro de bateas.
El riesgo es evidente. Ayer fue un día en el que se hizo presente no solo en esta actuación, llevada a cabo de tarde, sino también en las que durante toda la mañana se repitieron en los puntos de atraque. A los techos de la estación marítima subían una y otra vez los inmigrantes, con la idea de, desde allí, alcanzar los barcos para infiltarse como polizones. Adultos, pero también menores. Algunos niños de solo 8 años, otros meros adolescentes fugados de La Esperanza, pero todos ellos con un objetivo común: llegar al barco como sea ya que les servirá, o eso creen, de puente al otro lado.
El hecho de que sean muchos los que lo consiguen hace que los intentos continúen, que la presión no cese, que los techos de la estación marítima constituyan una pasarela habitual de tránsito en donde parece no caber el miedo, en donde todo está permitido, aunque se esté al filo.