La inmigración ofreció ayer su cara más trágica: 30 personas fueron rescatadas en el mar (una ya cadáver) en unas travesías realizadas con olas de más de 3 metros. Dos jóvenes se herían antes saltando la valla.
La jornada de ayer fue especialmente trágica. La ansiada búsqueda de la libertad protagonizada por hombres y mujeres del África subsahariana topó con un mar rebelde, con olas de más de 3 metros de altura, con una lluvia incesante y fría. 28 hombres y dos mujeres pelearon a bordo de una semirrígida que terminó hundiéndose y de una patera de madera que recordaba a los antiguos cayucos por ganarle la partida a un destino final que se tornaba adverso. Todos lo lograron, todos menos uno: un joven de no más de 30 años, sin documentación y enfundado en unos vaqueros y una cazadora. Un flotador mal colocado (“lo llevaba como si fuera un babero”, explicaba ayer un agente de la Guardia Civil) de poco le protegió. Terminó atrapado en un torbellino de de agua salada. Otro inmigrante fallecido más: y van dos en menos de una semana, cuatro en tres meses.
Las alertas sonaban a primera hora de la mañana. Y no precisamente en el mar, sino en el perímetro cuando ni tan siquiera habían dado las 8.30 horas. Dos subsaharianos lograban saltar la doble valla, dejándose la piel en las concertinas. Ambos eran atendidos por la Benemérita y filiados para su ingreso en el CETI, después de haber saltado los dos obstáculos que han terminado convirtiéndose en la marca que diferencia lo legal de lo ilegal.
A los pocos minutos se alertaba a la Guardia Civil de la llegada de once subsaharianos en una semirrígida a la zona de los isleros de Santa Catalina. Una zona que arrastra ya varios naufragios y episodios trágicos pero que se ha convertido en el punto de referencia que se les da a los inmigrantes. Los subsaharianos, en su amplia mayoría, ni saben nadar ni tienen conocimientos marítimos, así que lo que hacen es guiarse por las indicaciones que se les da y éstas no son otras que las de llegar a la luz del Faro, a pesar de que, así, se estén metiendo en la boca del lobo.
Los fuertes remolinos, la lluvia y las olas convirtieron la semirrígida en un juguete al azar. Volcó y todos sus ocupantes cayeron al agua. Quienes sabían nadar llegaron por sus propios medios hasta las rocas. Eran seis. Dos pudieron caminar hasta la zona de la Bolera en donde fueron interceptados por agentes de la Benemérita que tienen su base en el cuartel de San Amaro. Los otros cuatro fueron auxiliados por ciudadanos que se encontraban en la zona. Por Francisco Rodríguez, un agente de la Guardia Civil que en ese momento estaba practicando deporte por Santa Catalina. Por los soldados Manuel Romero Domingo e Hitman Abdelkrim Mohamed, que salían de guardia del acuartelamiento del Hacho y acudieron rápido al lugar a atender a los subsaharianos. Junto a ellos los trabajadores que se encargan de adecentar el parque de Santa Catalina y que pertenecen a la empresa Joca así como más trabajadores y personas que se encontraban por la zona. Ellos, ‘ciudadanos anónimos’, fueron los que se apresuraron a sacar de las rocas a los cuatro subsaharianos que estaban en tierra.
Se quitaron sus chaquetones, buscaron mantas de sus vehículos, botellas de agua, los termos de café que se habían llevado al trabajo... mientras los cuatro varones subsaharianos, empapados de frío, con signos de hipotermia, no podían más que temblar y llorar. Esas lágrimas enternecieron a todos los presentes, esos lamentos, ese rostro de tristeza caló entre todos, así como la angustia de intentar que no se desmayaran, que se mantuvieran firmes y conscientes hasta que llegara la unidad de Cruz Roja. Fueron minutos de mucha tensión en tierra, equiparables a los que se estaban viviendo en el mar, en donde quedaban cinco subsaharianos más, precisamente los que no sabían nadar, los que no pudieron llegar hasta las rocas.
La unidad de Servicio Marítimo y la de los GEAS acudieron rápido al lugar. En 5 minutos llegaba la patrullera del Marítimo a la zona, precisamente fue esa inmediatez la clave para que la tragedia de ayer no fuera a más. El panorama con el que se toparon los agentes fue desalentador. Los subsaharianos permanecían en el agua amarrados en flotadores, algunos con trajes de neopreno y otros con elementos de plástico a los que se aferraban para no hundirse. Pudieron rescatar in extremis a los que estaban en el mar, pero uno de los jóvenes había fallecido. Llevaba tanta ropa puesta que eso no hizo más que alimentar a las olas. Eso y un inservible flotador. En sus vaqueros solo se halló un papel con un número de teléfono. Mientras los agentes del Marítimo hacían todo lo posible por recuperar a los subsaharianos desde la patrullera, los GEAS se batían con las olas. Fue la de ayer una de las actuaciones más complicadas, las olas les comían, se arriesgaron hasta el límite por intentar que ninguno de los subsaharianos siguiera el camino del compañero. Justo hace dos meses que otro subshariano, Gabin, moría en este mismo punto en otro naufragio que todavía se recuerda por las imágenes trágicas que no se borran de la memoria de quienes siempre están ahí.
La Salvamar Atria y una unidad marítima de Cruz Roja peinaban de igual manera el mar. Por el aire lo hacía el helicóptero de Salvamento. En tierra, el ERIE de Cruz Roja prestaba las asistencias sanitarias básicas sin necesidad de evacuar a ninguno de los varones al Hospital.
Pasaban las diez de la mañana y parecía que no iban a producirse más sobresaltos. Falsa alarma.
Mientras en el puerto deportivo se esperaba la llegada del médico forense para ordenar el levantamiento del cadáver, la Guardia Civil recibía el aviso de Salvamento Marítimo de la recogida de otros 19 subsaharianos. A bordo de una patera a motor, el grupo, en el que viajaban dos mujeres, fue localizado a tres millas de Ceuta. Uno a uno, los componentes de la Atria fueron rescatando a los inmigrantes, teniendo de apoyo a una de las unidades de la Guardia Civil.
Vestidos con camisetas de distintos equipos de fútbol, otros forrados de chaquetas y ropa de abrigo, fueron ocupando su hueco en la unidad de Salvamento. A su lado los flotadores y algunos chalecos falsos que no dan vida, sino que son burdos engaños.
Dos mujeres, una de ellas posible víctima de trata. El resto varones, todos jóvenes menos un cincuentón que aparentaba superar los 60. Con la piel castigada, casi ciego por las cataratas, con un gorro azul que le protegía del frío... era el abuelo de la patera. Todos fueron trasladados al Muelle de la Puntilla, en donde esperaba el ERIE de Cruz Roja para prestarles las asistencias sanitarias básicas y entregarles ropa seca y comida. Ya sentados contra el muro del puerto, ya restablecidos, los inmigrantes empezaban a sacar sus teléfonos móviles y hacer las llamadas. Un joven, de rostro alegre y sonriente, llamaba a su madre. El abuelo del grupo también sacaba su móvil para llamar a sus familiares. Y así todos, uno a uno, repetían la misma escena.
Habían partido de Rincón la noche anterior. El mismo punto de salida que la patera que fue interceptada en la mañana del domingo por la Guardia Civil.
Miembros de distintas nacionalidades, la gran mayoría no se conoce entre sí, salvo del momento en que pagaron por ocupar una de las plazas. No quieren hablar de dinero, ni de cuánto les costó esa espera. Vienen aleccionados por las redes para que no digan nada. No obstante la Guardia Civil maneja cifras. Estima que cada inmigrante paga más de 1.000 euros por ocupar un puesto en una patera de madera que, sin valer mucho, termina siendo la joya al otro lado de la frontera. ¿Disponen de ese dinero? La gran mayoría no, lo que hace es hipotecarse con ese pase que tendrá que devolverlo de alguna manera.
Las pateras que está decomisando la Benemérita demuestran lo que ya apuntaba El Faro en su edición del pasado domingo: se está volviendo al uso de este tipo de embarcaciones para el traslado de inmigrantes. Utilizadas tradicionalmente para la pesca, terminan sirviendo a un fin perverso, como es el de alimentar la tragedia de unas personas que se arriesgan a cualquier tipo de salida con tal de alcanzar este lado.
Trasladados todos los subsaharianos al CETI todavía quedaría una última atención: la que se prestó en la zona del Pantano a un varón que fue encontrado con heridas y del que se desconoce la vía de entrada aunque pudiera haber sido abandonado por un vehículo.
¿Termina la jornada? En la conciencia de todos se sabe que no. Las redadas en los barrios de Marruecos como el tangerino de Boukhalef son cada vez más brutales, al igual que la presión ejercida en los montes. Los subsaharianos habitan los campamentos, están desesperados, se sienten acosados y quieren escapar. De hecho este mes se han alcanzado cifras de entradas que no se registraban hacía tiempo, provocadas en parte por el acceso de más de 80 compatriotas por el espigón de Benzú. La vía marítima se antoja como la más fácil. Ellos no miden las consecuencias porque ni tan siquiera saben a qué se enfrentan, qué se van a encontrar. Persiguen el milagro, el otro lado, lo que llaman Boza, y que haya compatriotas que no lo logren no supone el punto y final a su propósito.
El uso de las pateras está extendiéndose, el empleo de pilotos que se ven apoyados por la reforma del Código Penal es favorable a las pequeñas redes que actúan a uno y otro lado de la frontera.
Mientras, la Guardia Civil sigue con sus investigaciones, intentando dar con quién está detrás de cada pase, indagando sobre cada patera empleada, buscando a los cómplices que animan a estas salidas dramáticas. El CETI mantiene su ocupación al límite, evitando depender de otras instituciones gracias a las salidas que, cada semana, se llevan a cabo hacia la península.
La llegada a los isleros, un auténtico suicidio debido a las corrientes
Los subsaharianos que fueron rescatados a su llegada a las rocas por ciudadanos que se encontraban en el lugar estaban en un estado físico y psíquico deplorable. No podían más que llorar, acababan de perder a un compañero, del resto nada sabían, y ellos estaban vivos de milagro. En el mar, mientras, los GEAS se jugaban la vida.
A los inmigrantes les engañan con unos chalecos que no sirven para nada
Detrás de la tragedia, la picaresca de los canallas que engañan a los inmigrantes entregándoles unos chalecos con los que, supuestamente, deberían estar a salvo. Es mentira, los chalecos como éstos de la imagen carecen de utilidad alguna, son como de juguete. Meterse con ellos en el mar no evitará que se salven, al contrario. De igual forma sucede con las neumáticas que usan de flotadores y que ni tan siquiera saben colocárselos.
Los 19 subsaharianos, entre ellos dos mujeres, viajaban en una patera de madera
Los inmigrantes que fueron rescatados en el mar por la Salvamar Atria, después de que los viera el helicóptero cuando estaban a unas 3 millas de Ceuta, fueron trasladados al muelle de la Puntilla. Entre ellos viajaban dos mujeres, una de ellas posible víctima de trata.
189 muertes desde el año 2000
Ceuta, última estación, el destino de inmigrantes que pensaban tener una vida mejor pero que terminaron perdiéndola en el mar, en la valla, dentro de un camión repleto de basuras... Demasiadas muertes, muchas personas sin identificar, protocolos inexistentes, múltiples estadísticas que encierran el drama de una inmigración que no cesa porque el hambre no entiende de barreras. Las cifras están ahí: desde el año 2000 han muerto 189 personas según el estudio publicado por ‘The Migrants Files’. Detrás de esos números hay nombres: está Sambo Sadiako desangrado en la valla, también Gabin muerto en los isleros de Santa Catalina o Paul Charles, enterrado en kilos de basura dentro de un camión. También Khaled, el argelino que llegó a Ceuta pero que perdió su vida cuando intentaba abandonarla, colándose en uno de los ferry. Se cayó de un muro en el puerto y falleció a los pocos días en el Hospital. A él sí se le pudo identificar e incluso su cuerpo fue repatriado a Argelia después de que su familia lo reclamara. Y los más antiguos, los marroquíes enterrados en Sidi Embarek, fallecidos en el primer naufragio que se recuerda: año 1998.